(Susana López Chicón) Hoy día en que estamos tan inmersos en las redes sociales, descubrimos noticias que pueden sensibilizarnos en mayor o menor medida, según nuestro propio interés. Así fue como descubrí a Carmelo, a través de alguien que hizo pública su historia y que alentaba a todo aquel que pasara o viviera en Málaga a detenerse un instante con este señor de buen aspecto y cordial, que pedía en la calle, concretamente en la entrada de calle Nueva esquina con la Plaza de la Constitución. Lo que más me impresionó de esta historia fue leer que alguien tan culto se encontrara en esta situación, no porque fuera algo extraño, ya que a estas alturas de la vida te das cuenta que cualquiera puede verse así, la simple falta de trabajo te puede arrastrar a una situación límite, pero lo más bochornoso e indignante es que la sociedad en general no se preocupe y pase de largo, unas veces sin tiempo a detenernos y otras huyendo sintiéndonos superiores de estar de pie frente al que está de rodillas.

Fue precisamente el día de Reyes cuando paseando con mi familia me acerqué a él con la curiosidad de saludarlo y quizás tomándome la confianza de querer charlar con alguien que de antemano resultaba interesante y de alguna manera poder descubrir en persona que lo que había leído era cierto y aquel señor bien parecido y de buen aspecto podía trasmitirme.

Exactamente no recuerdo el tiempo que pudo durar esa conversación, lo que sí sé que es que Carmelo nos cautivó de inmediato. Aquel hombre sentado en el suelo con su perrita acurrucada en el regazo, nos habló no solo de su vida, de sus estudios, de sus conocimientos de sus varios idiomas, de sus viajes y de su lucha por la vida sino que nos trasmitió una riqueza tal que en un momento de la conversación me atreví a decirle que él precisamente era el auténticamente rico entre el bullicio de personas que paseaban por la calle. Aquella perrita lo sabía, porque los llamados animales son increíblemente más humanos y ambos comparten un mundo interior propio cuidando uno del otro y sabiendo que aunque son declarados marginados por una sociedad enferma, los sanos son precisamente ellos, que despojados de todo también lo están de maldad, codicia e intolerancia.

Nos contó que el dinero que le daban era para subsistir pero al mismo tiempo ayudaba a otros a salir de su propio infierno. Aquella noche de Reyes su historia me hizo recordar a la de alguien que solo hizo el bien a los demás y repartía lo poco que tenía, pero que la soberbia y la intolerancia llevó a escupirlo, maltratarlo, humillarlo y clavarlo en una cruz.

Incomprensiblemente había sufrido maltratos y ofensas en la calle de gente que demostraba ser ciertamente miserable, porque la miseria no radica en no TENER sino en no SER y Carmelo ES por encima de todo. Su humanidad y su riqueza espiritual lo han hecho libre. Libre de tantas ataduras materiales en las que esa noche precisamente estamos ofuscados el resto de los mortales, consumiendo y gastando, pero vacios de alma y del verdadero sentido de la Navidad.

Su vida había sido económicamente muy buena pero debido a una grave enfermedad de su mujer tuvieron que trasladarse a Estados Unidos donde compartió dolorosos momentos con un famoso que en aquel momento tenía también a su mujer Rocío ingresada en el mismo hospital. Nada pudo hacer contra aquella enfermedad más que darlo todo por su compañera y quedarse sin nada material, pero con la firme convicción de que el secreto estaba en dar sin recibir y hacer el bien por encima de todo. Se transformó quizás en alguien humilde, que no espera nada más de la vida que estar en paz consigo mismo, obligado por las circunstancias y por una edad en la que dejamos de ser necesarios para una sociedad que pone fecha de caducidad laboral a personas realmente valiosas, enriquecedoras y con una cultura amplia y maravillosa. Carmelo sabe de medicina, de psicología, de lenguas y sobre todo de sentimientos y aquella noche de Reyes mi mayor regalo fue pedirle un abrazo y que me lo diera. Ojalá todos descubriéramos el alma de la gente a través de una mirada y nos detuviéramos un instante tras unos ojos suplicantes y una mano extendida, porque yo creo firmemente que aquella noche fue él quien me extendió la mano a mi y me enseñó lo verdaderamente importante de la vida. Gracias Carmelo que Dios te lleve siempre en la palma de su mano.