(Eric Nelson) LOS ALTOS, CA, 17 de agosto de 2012 – Se llama Juan Carlos, un nombre que resulta bastante distinguido, en especial para un perro. Pero Juan Carlos no es un perro ordinario. Fue entrenado especialmente como animal de servicio psiquiátrico para proporcionar apoyo emocional a una amiga que sufre de ansiedad severa, haciendo posible que dependa menos de los fármacos para controlar su condición, y más del amor incondicional que los perros parecen especialmente expertos en ofrecer.

Aunque esto pueda sonar “cursi”, hay mucha evidencia firme que apoya la noción de que el amor, tanto dado como recibido por cachorros y personas también, puede tener un impacto medible sobre nuestra salud.  

La Dra. Melissa Kaime, quien supervisa el Programa de Investigación Médica Dirigido por el Congreso (CDMRP por sus siglas en inglés), dijo que “Una reciente encuesta mostró que el 82 por ciento de los pacientes con [trastorno por estrés postraumático] a quienes se les asignó un perro vieron sus síntomas disminuir, y el 40 por ciento también observó una disminución en la cantidad de fármacos que requería utilizar”.

En el 2010, Los Drs. Craig T. Love y Joan Esnayra decidieron llevar esta investigación al siguiente nivel iniciando un estudio más formalizado sobre la efectividad de los que a veces son denominados “perros guías para la mente”.

“Hemos venido desarrollando el modelo terapéutico de los perros de servicio por aproximadamente 12 años, y hemos trabajado con cientos de personas que sufren de TEPT y sabemos que funciona”, dijeron ellos en un boletín de prensa del CDMRP. “Gracias a nuestro trabajo con individuos, sabemos que observan reducción de síntomas y que además están utilizando menos fármacos según sienten necesitarlos. Por esto creemos que es realmente hora de probar este modelo científicamente”.

Falta aún por verse si los Drs. Love y Esnayra serán capaces de determinar por qué esos pacientes que tienen compañeros caninos disfrutan de mejor salud. Sin embargo, quizá se pueda encontrar un indicio en lo que un veterano de la guerra de Vietnam dijo en un artículo reciente en la página web de Baseline of Health.

“Puedo hablar con quien sea, trabajador social, consejero, mi mejor amigo, un psicólogo, [pero] el perro me mira a los ojos y parece entender cuál es mi verdadera necesidad básica. Es esa sensación de autoestima que me hace sentir un orgullo privado, algo que pensé haber perdido hace mucho tiempo”. Mientras que algunos describirían este escenario estrictamente en términos bioquímicos, el hecho es que personas que sufren de una variedad de padecimientos mentales están mejorando, tanto física como espiritualmente, simplemente a través de la expresión del amor, sin sufrir ninguno de los efectos colaterales indeseables asociados con las drogas psicotrópicas.

La pregunta sigue en pie, sin embargo, si el amor, la autoestima, vinculación, el propósito, o como lo quieran llamar; es algo que pueda ser alguna vez comprendido por la ciencia médica, y en caso de serlo, ser administrado efectivamente. 

Quizá la respuesta estribe en entender un poco mejor la fuente del amor mismo.

Aunque él no era lo que usualmente se consideraría un investigador médico típico, San Pablo puede haber descubierto esta fuente hace alrededor de 2000 años cuando escribió “…amémonos unos a otros… porque Él (Dios) nos amó primero” (I Juan 4: 7,19). Esto parecere indicar, entonces, que el amor no es meramente una emoción humana, sino un recurso divino, presumiblemente inagotable, disponible para uno y para todos, para dar y para recibir.

Aún para Juan Carlos.

Eric Nelson es Comité de Publicación de la Ciencia Cristiana en el Norte de California, y sus artículos sobre la conexión entre la conciencia y la salud aparecen regularmente en varias publicaciones a nivel local, regional y nacional. 

Artículo originalmente publicado en Communities @ WashingtonTimes.com