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(Antonio Serrano Santos) No se trata de la película de Romans Polanski. Aunque su tema es una especie de paralelismo entre la encarnación del Hijo de Dios, Jesús, Dios mismo, y la encarnación ((intento, más bien) del Diablo, lo que se podría llamar el Anticristo.

Creo que a este fin último van dirigidos todos los ritos o rituales de las sectas satánicas. Puede que algunas según dicen, se limiten al culto a Satán y sean consideradas en algunos países, como EEUU, inofensivas, mientras no cometan delitos y actúen en privado.

Este artículo no es una simple exposición religiosa. Es un intento de análisis sociológico, con connotaciones ciertamente religiosas, con el fin de llegar a unas conclusiones lógicas, dirigidas sobre todo para los creyentes, como una invitación en este tiempo de Cuaresma en la que leemos las tentaciones de Satanás a Jesús.

Pero ¿existen, realmente, Satanás, en sus diversos nombres: Satán, el Príncipe de las Tinieblas, el Maligno, Belcebú, el Tentador, Serpiente Infernal, Luzbel, Diablo …, y los demás demonios?

El Catecismo de la Iglesia Católica dice que el Diablo no es una » abstracción»;  que es una persona. Como Dios, el ángel, o el hombre. Todo ser inteligente es persona. Espíritu puro ( inmaterial), ángel caído junto con otros que se rebelaron contra Dios. Por la soberbia se levantaron contra Dios, y por la envidia, contra el hombre. Dijo Jesús. » Por envidia del Diablo entró el pecado en el mundo, y, por el pecado, la muerte».

Porque aún en algunos medios católicos se ha extendido  la idea de que el Demonio no es más que una mera expresión simbólica del mal; esto es, una abstracción. Ya llegaron a interpretarse mal aquellas palabras de San Juan Pablo II al afirmar que el cielo, y el infierno, por supuesto, no son lugares físicos, sino una dimensión, un modo de existir.  Algo parecido a lo que Benedicto XVI en su libro «Jesús de Nazaret», dice sobre la resurrección y la vida eterna: » No es una duración sin fin, una sucesión en el tiempo infinita, sino una cualidad del ser». De ahí, de esas palabras de Juan Pablo II, dedujeron, algunos, que el cielo, o el infierno, no existían; dejando, al margen, al parecer, la existencia de Dios.

Pero, además de ser una definición dogmática ( Concilio IV de Letrán y otros), toda la Escritura, sobre todo, los evangelios, citan clarísimamente la existencia y la actividad del Demonio y hasta lo definen. Jesús, dirigiéndose a los escribas y fariseos que lo acosaban: » Vosotros sois mentirosos como vuestro padre, el Diablo. El no se mantuvo en la verdad.  Es mentiroso y padre de la mentira. Cuando habla, habla según su naturaleza. Él fue homicida desde el principio».

Así lo recoge y enseña la Sagrada Tradición y la Iglesia Católica. Y se han dado y se dan, no sólo en los evangelios, casos de posesión y obsesión diabólicas, de lo que hay documentación y pruebas históricas en las que han intervenido especialistas de toda clase, además del exorcista. En la hagiografía, hay bastantes datos que cuentan las experiencias de santos que vieron manifestaciones diabólicas y sufrieron acosos demoníacos. Los más cercanos a nuestro tiempo son Don Bosco y el Cura de Ars. Pero es Santa Teresa de Jesús la que, con más detalles y realismo sorprendente, narra sus visiones de demonios.

Según la teología, y la tradición cristiana, el demonio puede influir en la imaginación, provocar obsesión, y conseguir la posesión del cuerpo, pero no puede forzar la voluntad libre del hombre, que en esos casos, no es consciente de su estado, ya que ni el mismo Dios no puede forzar ni privar a su criatura de la voluntad y libertad  con las que le creó; de ahí su respeto, aun cuando obra el mal o el bien, haciéndose responsable, por tanto, de ello.

Pero no se trata solo de demostrar o creer en el Diablo. La pregunta es: Ante la terrible horrorosa e increíble maldad que recorre la Historia de la Humanidad, hasta llegar a la máxima exacerbación de la crueldad, en nuestros días, como el terrorismo, que hace exclamar al Papa y a nosotros mismos: ¿es posible que el hombre sea capaz de hacer cosas tan malas? ¿Es posible que sea sólo el hombre el autor de tanta maldad? Ya vemos cómo hay quienes se recrean en la crueldad, en la maldad por la maldad. Sin ningún motivo.

Al margen de toda creencia, ¿no parece inconcebible que un ser tan frágil y caduco, como es el hombre, pueda él solo, realizar maldades y crueldades que nos parecen inimaginables? Aunque sea autor de esas maldades ¿ no puede haber algún otro factor más que influya en el ser humano hasta hacerle capaz de sobrepasar el límite al que creemos es capaz de llegar su maldad? ¿No hay para todo el mundo una diferencia, y hasta una lucha, entre el bien y el mal, sea cual sea el concepto de lo bueno y de lo malo? Estas son las conclusiones lógicas a las que intentamos llegar.

Ya, en el orden de la fe, esa influencia es lo que llamamos Diablo. El mayor éxito del Demonio, dicen, es hacer creer que no existe y, así, «trabajar» con total libertad, seguro del triunfo de sus tentaciones. Y, a los que ya viven instalados en el pecado, no necesita tentarlos. Y a otros, se dice con humor, «cuando pecan, les quita la vergüenza, pero cuando van a confesar, se la devuelven».

El evangelista San Juan dice en una de sus cartas: » El mundo, todo él, está puesto en el Maligno. Todo lo que hay en él es concupiscencia de los ojos, concupiscencia de la carne y soberbia de la vida». El mundo, tomado como oposición a Jesús. El mismo  Jesús le dijo a Pedro: » Simón, Satanás ha pedido zarandearos como el trigo esta noche, pero Yo he rogado por ti para que tu fe no decaiga. Pero tú, cuando te conviertas, confirma en la fe a tus hermanos». De ahí la advertencia de San Pedro en su primera carta: » Sed sobrios y vigilad, porque el Diablo, vuestro enemigo, anda a vuestro alrededor, como león rugiente, buscando a quien poder devorar. Resistidle, pues, firmes en la fe.» Al Demonio se le ha caricaturizado con cuernos y rabo, se ha banalizado su presencia y acción y , aunque el buen cristiano no tiene por  qué temerle, es un astuto y terrible espíritu maléfico de quien no podemos descuidarnos, como advierte San Pedro en su carta.

La santidad, esa bondad heroica que nos parece sobrehumana, capaz de las mayores obras de bondad, de amor, hasta con los enemigos, no es posible que sea sólo el hombre el autor de esa increíble bondad. Es Dios, que tampoco es una «abstracción». Es una Persona, y, lo mismo que el Diablo actúa según su naturaleza que es la mentira y la maldad, El, Dios, lo hace según la suya, que es la bondad, la verdad y el amor: «Dios es amor».

Desde el misterioso pecado de  origen que, provocado por envidia de Satanás, según la narración de forma literaria, mítica, pero con fondo de verdad religiosa, llega hasta nosotros y está en nosotros, arraigada en el hombre, junto a su voluntad libre, como el trigo y la cizaña, esa monstruosa incongruencia de la maldad por la maldad, que sí que la hace el hombre, pero que  decimos es propia del diablo e impropia del hombre. Esa es la Semilla del Diablo. Y sólo se puede desarraigar con el Amor, que es la semilla de Dios.