20150804_123334(0)(Antonio Serrano Santos) Una visita a un pintor amigo  que nos sirvió para recrear la vista y el espíritu.

Estuvimos en la exposición de pintura de Leonardo Fernández en la Casa de Mijas. Casualmente, estaba allí nuestro pintor y amigo que me recibió con un cariñoso abrazo, muy alegre de vernos allí. Nos atendió con la bondad y sencillez de las almas grandes. Amigos desde que compartíamos la redacción en el periódico digital ymálaga del querido Paco Rengel, q.e. p.d., y amigo común con mi cuñado Miguel Angel, a quien acababa de pintar, hace poco, como discípulo junto a Juan el Bautista. Este segundo encuentro fue más cordial aún.

Venía con nosotros mi hija Chari, pintora autodidacta a la que quería conocer, y valoró algunas de las pinturas de ella. Cambiaron criterios sobre técnicas de pintura. Nos hicimos fotos para el recuerdo de este momento memorable.

Leonardo no necesita publicidad. Sus mismas obras son su mejor publicidad. Toda descripción de ellas es pobre e inexacta. Y no lo digo con criterio de amigo. Hay que ver sus cuadros. Mejor, hay que contemplarlos. Extasiarse en cada detalle. Porque los grandes temas de fondo y primeros planos lleva una carga de ellos que lo los amenizan y le dan un sorprendente toque de un realismo “ sui generis”. Como ese grifo antiguo de dorado mate por el uso, con su hilillo de agua incitando a abrirlo.

 

11811362_10205667935392737_1029240214609146307_nEsas losetas de cerámica, algunas rotas, dejando al descubierto el cemento con la argamasa que se puede palpar, con asombro, imitando con pequeños brochazos de óleo grumoso los poros que dejan los trozos al desprenderse. Me recuerda el cuadro de Apeles que atrajo a las aves a picar las uvas pintadas. Su perro que quiso inmortalizar en el centro del cuadro de cerámica con una perspectiva que crea una ilusión óptica de una mesa desde ambos lados.

El ambiente recreado de un tiempo pasado con sus personas silueteadas, calles, plazas, puestos de venta, muebles, frutas, flores, el juego de luces y sombras…¡ Qué lejos de la pura pintura retratista, del realismo velazqueño, de la luminosidad de Sorolla, del pintoresquismo y neoimpresionismo de algunos cuadros de Goya, de las figuras espiritualizadas del Greco, del claro-oscuro en ángulo de Zurbarán…! Y, sin embargo, la pintura de Leonardo Fernández tiene de todos ellos algo que lo hace novedoso. Inexplicable, misteriosamente. Tanto es así que él, a pesar de su gran sencillez, a cada comprador le dice que el cuadro lleva un pequeño secreto. Y se desprende de sus cuadros con pena porque lo ha engendrado como un hijo, dice. Con los dolores del parto artístico de un pintor.

Si la creación entera, con sus infinitos matices de colores, la máxima belleza del cuerpo humano, la hermosura de los valles del planeta, de las inmensas llanuras pobladas de animales exóticos, las auroras boreales, el mar proceloso cambiante y sus reflejos de oro y plata, y tanta maravilla natural, es ese asombroso “ cuadro” del primer y más grande Pintor- Creador, pintores como Leonardo son esos pequeños- grandes dioses de la pintura que, con sus cuadros, recrean, procrean, ese primer y único “ cuadro” que no se limitan a ser sólo bellos, sino que encienden el espíritu, alimentan la imaginación, calientan el corazón, y arrancan una exclamación de admiración al comprobar, con cierto agradecimiento instintivo, que esos cuadros, esas pinturas sugestivas, nos reconforta de los cuadros “tristes” y “feos” que ensombrecen nuestra vida, haciéndonos ver que merece pasar por ella, aunque sólo sea por vivir ese momento de éxtasis ante pinturas como las de Leonardo Fernández.

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