Recuerdo cuando llegué tras un largo viaje desde Buenos Aires aún con las lágrimas por la despedida de mi país y de mis queridos amigos. Se me antojó tan bonita, con ese mar azul inmenso y reposado a cuyo otro lado había dejado todo lo que había formado parte de mi infancia. Ella me vio crecer, amar, sonreír y con el tiempo me dio la oportunidad de crear una nueva familia, hermosa como esta ciudad.

Málaga para mi es única, y lo es por sus vivencias, paisajes, sus típicos rincones y el inigualable aroma que constantemente tiene su ciudad, una combinación magnífica entre jazmines, azahares, salobre del mar e incienso que van marcando etapas o momentos de la vida malagueña. Porque esta ciudad además de ser cosmopolita, abierta a todos y muy acogedora es especialmente festiva y alegre bajo su sol y su cielo permanentemente de un celeste intenso, color que refleja en las aguas de su bahía haciéndolas más azules y más bellas.

Si es bonita desde dentro, más hermosa reluce cuando se entra a ella por mar y uno percibe la Farola, que viste de un blanco andaluz y que es un emblema de la ciudad porque es femenina y coqueta, compitiendo con los faros de otras ciudades. Nuestra Farola tiene los colores de la Biznaga, composición típica hecha de jazmines sobre una hoja de cactus o penca de chumbo; tras ella a su espalda, se erige el Castillo de Gibralfaro, el Palmeral de las Sorpresas y la Catedral, conocida como «la Manquita» porque quedó sin terminar una de sus torres.

Una noria relativamente joven muestra al borde del puerto el espectáculo de sus calles desde lo alto. Recorrerla andando es muy sencillo, su calle Larios, peatonal, céntrica y llena de tiendas atraen nuestra atención hasta desembocar en la Plaza de la Constitución, que da paso a callejuelas llenas de comercios, bares, restaurantes y lugares de tapeo, donde los guiris aprenden a pedir: boquerones, gambitas, ensaladilla rusa y unos espetos regados por una cañita fresca que quita el sentío… O un vinito dulce acompañado de unas aceitunas aliñás.

Málaga es acogedora siempre, con su clima cálido y sus terracitas llenas, pero dos momentos son cruciales para visitarla especialmente: la Semana Santa y la Feria de Agosto. En la primera un destello de pasión, fervor, emotividad, encuentros y estampas impresionantes de Hombres de Trono meciendo a pulso a sus imágenes, con la fe en los ojos y el sentimiento cofrade en el corazón, serán un recuerdo emotivo e imborrable. En la Feria todo es colorido, volantes, sevillanas y música por las calles, quien no se quiera divertir es que ha nacido triste porque Málaga es Arte, Diversión y Aroma. Una bahía al Mediterráneo con un perfume que nos cala el alma.

(Susana López Chicón)