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(Antonio Serrano Santos) Este artículo quiero dedicárselo, con todo cariño, a un amigo y consejero de quien me honro de ser su amigo. A él van dirigidas estas palabras y, también, para los que quieran leerlas, contando con su benevolencia y la de la dirección del periódico por su carácter bastante personal.Y lo hago para animarnos los dos, más bien él a mí, en esta última etapa de la vida. Los dos hemos cruzado, como quien dice, de la mano, el ecuador de la vida y nos vamos acercando al crepúsculo vespertino final, adonde llegaremos más pronto que tarde. Dice un salmo que el hombre llega a los setenta años y los más robustos, a los ochenta. Pero no sabía el salmista, con los adelantos de la ciencia y la tecnología, la prolongación que iba a tener la vida del humana. Como canta Don Hilarión, el boticario picaruelo de la Verbena de la Paloma: “ Hoy las ciencias adelantan que es una barbaridad, una barbaridad.” Pero ya la vida y los achaques de la ancianidad, cansan. “ ¡Ay, qué larga es esta vida!¡ qué largos estos destierros/ esta cárcel y estos hierros/ en que el alma está metida!/ Sólo esperar la salida/ me causa un dolor tan fiero/ que muero porque no muero”. Sin llegar a tanto,( ¡ojalá llegáramos¡), este sentimiento de Santa Teresa nos hace desear, más que temer, el encuentro con el Señor, el descanso del alma y del cuerpo. Pero seguimos combatiendo, ““combate es la vida del hombre sobre la tierra”( Job), hasta el fin. José Luis Martín Descalzo, ese curita rechoncho y bonachón, que fue de la televisión en las mañanas de los domingos, periodista , poeta y escritor, esclavizado diez años a una máquina de diálisis, y que cedía a otros el riñón que cada vez le ofrecían, murió diciendo: “¡Dios mío, quiero ayudarte!”. Dejó estos versos en su librito “El canto del pájaro solitario”: “ Morir sólo es morir/ Morir se acaba/Morir es una hoguera fugitiva/ Es cruzar una puerta a la deriva/ y encontrar lo que tanto se buscaba/. Nosotros, “ muriendo”, en el ocaso de nuestra vida, esclavos de los achaques que acabarán pronto con nosotros, también decimos: ¡Dios mío, queremos ayudarte!”, y luego,  descansar y reposar la cabeza, ahora, y en ese último suspiro, sobre el pecho de Jesús, como el discípulo amado, en esa “íntima amistad con Jesús, de la que todo depende”, en palabras del papa emérito en su libro “Jesús de Nazaret”. “ A veces, me haces sentir una dulzura interior que, si fuera completa en mi, sería un no sé qué que no sería esta vida”. Esta experiencia de San Agustín,  también, a veces, la sentimos nosotros, e intuimos la felicidad prometida de la vida eterna con Dios. Y la deseamos. Y, con San Juan de la Cruz, sentimos la necesidad de exclamar: “ Rompe ya la tela de este dulce encuentro”.  “¡Ay, si no creyera que he de contemplar la bondad del Señor en la tierra de los vivientes…!”Pero no morimos. Como dice Santa Teresa de Lisieux: “  No muero, entro en la vida”.  “ Espera en Dios; esfuérzate. Ten gran valor. Espera en Dios”. Exclamación del salmista, que hacemos nuestra. Y esperamos…    Por eso, quisiera  yo que este artículo llevara el mismo espíritu con que Juan, el discípulos amado de Jesús, escribió en las últimas palabras del Apocalipsis : “¡ Ven, Señor Jesús ¡”.  Pero San Pablo la palabra que utiliza con el mismo significado que el de Juan, Maran atha, en su primera carta a Corintios, 16,22, es una transliteración al griego de la palabra hebrea “Maranatha”, con sentido de “el Señor viene”, que se puede dividir, separar: Marán `athá, dándole un sentido  imperativo, de invocación. Juan insiste en esa invocación, un poco antes: “El Espíritu y la Esposa dicen: ¡Ven ¡. Y el que escucha diga: ¡Ven!”. Estas invocaciones tienen un sentido escatológico, es decir, se refieren a la segunda y última venida de Cristo. Jesús, al comienzo de su vida pública, predicaba y lo encargaba a sus Apóstoles lo dijeran: “ Se ha cumplido el tiempo. Arrepentíos porque se acerca el Reino de los Cielos”. El cardenal John Henry Newman, convertido del anglicanismo, hoy beato, decía, con una gran visión de futuro, que estamos en los últimos tiempos. Que las profecías mesiánicas se han cumplido y el Mesías llegó y el Evangelio ya se ha predicado, prácticamente, en todo el mundo. Se acabaron las revelaciones con la última: el Apocalipsis. Las revelaciones que se han dado y dan, como las de Lourdes, Fátima y otras, son consideradas como privadas y no alteran, sin añadir ni quitar nada, de la Revelación Pública contenida en la Sagrada Escritura y la Tradición Sagrada; y no todas han sido reconocidas por la Iglesia. No sabemos si se trata de años o siglos, pero es cierto lo que dice Newman: el tiempo se ha cumplido. El tiempo de Dios no es nuestro tiempo. En el Apocalipsis dice Jesús, contestando al “Ven, Señor”, “Sí, vengo pronto. El que es injusto continúe aún en sus injusticias, el torpe prosiga en sus torpezas, el justo practique aún la justicia, y el santo santifíquese más. He aquí que vengo pronto, y conmigo mi recompensa para dar a cada uno según sus obras”.¡Ven, Señor Jesús! Venga a nosotros tu Reino: “Reino de verdad y de vida; Reino de santidad y de gracia, Reino de justicia, de amor y de paz”. Algunos piensan que este reino es una utopía. ¡Bendita utopía! Pero los cristianos, superando nuestras debilidades, luchamos por esta utopía sabiendo que Dios, siendo el único que puede realizarla, la realizará.“ Ya no habrá ni frío, ni calor, ni llanto, ni dolor ni muerte”. “ Y Dios enjugará las lágrimas de sus ojos”. El mundo no se destruirá; habrá una transformación: “ He aquí que hago cielo y tierra nuevos”. Que ese “misterioso  pecado, o maldad, de origen”, o lo que dio lugar a tanto dolor y muerte, que hirió, también, a la naturaleza, y es la causa de nuestra miseria actual, será vencido, redimido. Porque nada puede impedir que Dios realice su plan de salvación, por amor. Y todos,” al caer la tarde, seremos, examinados, también, de amor” .