(Antonio Serrano Santos) Un paréntesis entre tantos temas trascendentales. Me van a permitir contar algunas escenas, casi todas personales, que, con buen sentido del humor, nos haga sonreír y nos libere del agobio de tantas noticias malas.  ¿No estamos en feria? El alma necesita respirar ese aire alegre y el corazón, desahogarse con la sonrisa o la risa, que nos distingue de los animales, si esa risa no es de la hiena ni las palabras que la provoquen sea la ecolalia de los loros. En eso, en superarlos, sí que hay algo de trascendencia, incorregible defecto, ¿ virtud?, de estos artículos. Aunque los animales, sin ser trascendentes su actos, nos hacen sonreír y reír con sus gracias y travesuras, a veces, superiores a las de los humanos.

No voy a dar nombres, o los cambio, lógicamente; sólo hechos.

Un buen cura, sordo como una tapia, no obstante, se ponía a confesar. En el silencio respetuoso de la iglesia se oía el murmullo del penitente tras la ventanilla del confesonario. Algunas beatitas tenían con disimulo los oídos atentos a ver si pillaban algo porque  el penitente era nada menos que el alcalde. En ese silencio se oyó, de repente, la voz tonante del cura sordo: “¡ Con tu mujer nada más, Pepe, con tu mujer!”.

El mismo buen curita, dando la Comunión. Se acerca una mujer , con su bebé en brazos, a comulgar. En la lengua, como antes. Y el pequeño alarga la mano. El cura le da un tortacito en la mano y le dice: “ No,niño, caca,niño, no!”

Misa en el seminario. Años cincuenta.Ambiente prácticamente conventual. Inimaginable hoy. Las faltas de silencio era motivo de confesión. Un gran recogimiento en la capilla. El coro cantaba, allá arriba detrás, con su joven director, muy atento a los acordes del órgano y a las voces. El celebrante, sacerdote venerable, conocido por su espiritualidad y paciencia, de edad avanzada, había llegado al momento de dar la sagrada Comunión. Cantaba el coro aquella canción, mística, devota: “ La puerta del Sagrario quién la pudiera abrir. Jesús entrar queremos, llegar a Ti”. Y era en ese preciso momento que el venerable anciano intentaba con la pequeña dorada llavecita, abrir la puerta del Sagrario. Y no podía. Lo intentó, una y otra vez, en vano. El coro repetía, para hacer tiempo, el estribillo: “ La puerta del Sagrario quién la pudiera abrir”. Y eso casi diez minutos. Y los minutos, en ciertas circunstancias, son siglos. Todo intento resultaba vano. Nervioso perdido, el celebrante, sudaba. En esto, los seminaristas( y algunos superiores, todos jóvenes, comenzaron a cuchichear). El cuchicheo se fue convirtiendo en sonrisas, las sonrisas en risas mál sofocadas. El coro seguía, imperturbable, medio afónico: “ La puerta del Sagrario quién la pudiera abrir”. No hay risa más incontenible que la que sale en el ambiente y el lugar menos apropiado para ello. Y ése era el de la iglesia, la capilla. Ni risa más gustosa y franca. El cura olvidó su venerabilidad y, cabreado, espetó a los acólitos: “ ¡ Diles que se callen, que se callen!”. Y exclamó, en un supremo esfuerzo por abrir la puerta: “ ¡ Qué demonios habrá aquí dentro!”

Examen importante en el seminario. El profesor, con fama de sabio y serio, recoge los exámenes sin meterlos en la cartera. Sale en una mañana de viento e intenta meterlos en la cartera, pero se le cae uno. Se agacha a cogerlo y se le caen varios. Se repite la caída de folios. Enfadado, los deja en el suelo y tira todos los demás. Carcajada general de los alumnos, sobre todo de los que hicieron mal el examen. Este mismo profesor, sacerdote y distraído como todos los sabios, llega a clase de mañana. Se santigua, según costumbre, seguido de sus alumnos, y en vez de seguir con la clase, continúa como si estuiera en la iglesia para decir misa: “ In nomine Patris, et Filii et Espiritus Sancti”. “ Introibo ad altare Dei”. La guasa de los alumnos le sigue: “ Ad Deum qui laetificat juventutem meam”. (Traducción del latín: Me acercaré al altar de Dios”.” A Dios que alegra mi juventud”) ¡ Ya lo creo que alegraba la juventud de los alumnos! En esto, abre del todo los ojos medio entornados y exclama:”¡ Por qué no me habéis advertido!”.

Otro caso. Éste era poeta, tan distraído como el otro. En plena ducha, oye que lo llaman,  y sale corriendo desnudo y enjabonado. Y aquel que va a la peluquería y deja su teja( sombrero de cura, entonces, redondo e inconfundible) en la percha.  Al salir, se coloca el gorro de un militar que estaba junto a su teja. El peluquero corre detrás de él.

Misa pontifical en la catedral. El obispo que va a hablar por el micrófono y éste no funciona. Obispo de buen humor. Tarda en volver el sonido y, cuando vuelve, él no se da cuenta y, algo impaciente, dice, frente al micrófono, cantando bajito con tono litúrgico, pero que se oyó perfectamente: ¡ Esto no funcionaaa…!” Este mismo obispo, subiendo la ladera de un monte en su visita pastoral a un pueblo, sobre una mula, ve pasar a su secretario, sobre un burro, a toda velocidad, ventoseando fuertemente por el esfuerzo. Y le dice: “¡ Pepe, vas en un borrico a reacción!”

En un viaje a Lourdes, el promotor del viaje, sacó todo el tiempo fotos de todas las personas, en distintas posturas,en grupo, solos, en el auto, en las calles, riendo, sonriendo, cantando,hasta bailando en una parada. Gestos cómicos, serios, de poses estudiadas…Y, al comprobar, resulta! que no había puesto el carrete!

Estas narraciones, algunas, simplezas y sin apenas gracia, no es más que un intento de despertar una sonrisa y descargar la pesadez de algunos, o muchos, de mis artículos, en la confianza de que perdonarán el hacerles perder el tiempo con estas tonterías ¿ superficlales? Pero es que “ un cristiano triste es un triste cristiano”. Y ya que estamos en feria, donde se come y bebe tanto, es bueno recordar: “Que no reina Dios por lo que uno come y bebe, sino por la justicia, la paz y la alegría que da el Espíritu Santo”( San Pablo)( Ya llegó la trascendencia).