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(Antonio Serrano Santos) Nunca lo hubiera imaginado. Estuve al borde de la desesperación. Había preparado el viaje con todo detalle. El itinerario, reuniones preparatorias, el autocar, la agencia, que por cierto se llamaba Esperanza o algo parecido, el dinero recogido, los hoteles o pensiones contratados…Finales de agosto. Gente de Campillos y algunos alumnos del colegio San José. Y me dice el de la agencia que no hay posibilidad de viajar.
-Sólo- me dijo- si hacéis el viaje por Canfranc.
Decidido, aceptamos. Por Canfranc. Fue una aventura. Una verdadera aventura. 1986. De Campillos a Madrid y Valencia. Teníamos dos viajeros de edad extrema. Una mujer de 80 años que arregló el pasaporte en un día, algo increíble, entonces, y una niña de 9. Otra pasajera, llevaba el DNI caducado y salimos con estas inseguras circunstancias.
En Valencia visitamos, de paso, la iglesia del santo Grial, al parecer, el cáliz que usó Jesús en la Última Cena. Pedimos en un bar, 56 personas, de repente, paella valenciana. Arroz con pollo, fue aquello. Pasamos Teruel y camino de Canfranc, con el aliento retenido y el corazón latiendo de miedo, bordeamos el precipicio, en plena noche oscura, cuesta arriba, con las rocas salientes de la carretera, hasta la explanada de Candanchú, la estación invernal de esquiaje, donde un aplauso cerrado y el aliento recobrado, celebró la pericia del conductor. Al bajar, nos dio una bofetada el aire helado, y era todavía agosto.
Entramos en el hotel, a medianoche, tomamos una cena más que fría, pues todo había sido contratado a última hora, y nos fuimos a una sala de baile donde me dieron a mí y a mi pareja el primer premio de peores y cómicos bailarines. Pero nos calentamos.
A la mañana siguiente, salimos en dirección a Lourdes. Ese era nuestro destino. Al llegar a la frontera, con los problemas del DNI y otros, llevábamos el ánimo en suspenso. El guardia fronterizo subió requiriendo la documentación. Cuando comprobó  que una no estaba al día, meneó la cabeza. Ya se veía ella y su hija, no iba a dejarla sola, detenidas en la frontera. En esto surgió la sorpresa.
– ¿Son ustedes de Campillos?- Preguntó, al ver los datos en los documentos. Todos afirmamos a la vez.
– ¿Ese es el pueblo donde ha tocado la primitiva?-(Había sido una primitiva extraordinaria). Luego, se dirigió a mí, cuando le dijeron que yo organizabael viaje.
– Yo tengo un hermano en el colegio San José, de Campillos.
Entonces vi el cielo abierto. Pues resultó que su hermano era alumno mío, y bueno, por cierto. Le hablé de él y me dio recuerdos para su hermano. Yo le presenté a los alumnos que venían en el autocar.
Ese fue el salvoconducto que nos dejó pasar sin ningún problema. Y, a la vuelta, después de venir de Andorra, ni siquiera nos registraron. Y eso que llevábamos “cosas”.
Pasamos Pou, hoy uno de los santuarios abandonados etarras, y avistamos el paisaje verde y húmedo que rodea la Basílica de Lourdes. Al bajar, un silencio impresionante nos acogió. Estábamos ante uno de los misterios más palpitantes de nuestra historia moderna. Íbamos a comprobar y a vivir, personalmente, ese enigma. ¿Serán ciertas las curaciones milagrosas, las conversiones, el agua milagrosa, y la historia de la niña Bernardette Soubirou, lo de la cueva y la aparición de la Virgen?
No voy a intentar demostrar nada que para eso hay muchísimas publicaciones, videos, estudios, etc. Que lo hacen. Voy sólo a contar mi, nuestra experiencia. Y cada cual que piense lo que quiera.
La primera visita fue a la cueva y al manantial. Ese que surgió, según cuentan, del suelo, escarbando la niña por orden de la Virgen. Una fila interminable para coger y beber de esa agua. Una imagen, blanca y azul, de la Virgen María, al fondo de la cueva. Con el rosario entrelazado en los dedos. Y la frase que la  niña no comprendió: “·Yo soy la Inmaculada Concepción”. Y la petición de” rezar por los pecadores, porque el mundo está muy agitado”, y venir en peregrinación a Lourdes”.  Luego fuimos al museo de cera, creo, donde las figuras de los personajes representan parte de la historia. Por cierto que, al entrar, una de los nuestros saludó a una figura.-Buenas tardes- dijo con mucha educación. – Mamá- le dice su hija- que es un maniquí.-Ah, perdone-dijo ella, disculpándose, ante el muñeco.
Algunas viajeras nuestras, con ganas de orinar, sin saber francés, no daban con los urinarios. Se pusieron entre dos autobuses y, al agacharse, cada autocar despegó, dejándolas con el blanco trasero al aire francés. Por fin, pudieron dar con los retretes, pero al no saber expresarse, sólo decían, impacientes: ¡shiiiiis, shiiis!, señalando las partes bajas del vientre, y se lanzaron a los servicios, sin más. Pero, en plena acción, la encargada golpeaba la puerta pidiendo el pago de un franco, sin dejarles terminar. Una anécdota más de las muchas que nos ocurrieron.
No había reservada pensión en el mismo Lourdes, por lo que teníamos que ir y volver desde Candanchú al Santuario. Lo más impresionante, aparte de las piscinas donde se sumergen los enfermos, y la gruta, es el Bureau International u Oficina de Comprobación de las curaciones. Hospital Clínico. Médicos, creyentes o no, de todas las naciones, verifican, analizan, y firman los casos con “inexplicables” según los conocimientos actuales de la ciencia. Las radiografías de un cáncer de pulmón, casi sin materia, todo un hueco, puesta junto a otra en la que aparece ese mismo pulmón, instantáneamente  curado, sin la más mínima señal de cáncer. Varices monstruosas desaparecidas, peritonitis tuberculosas, de una moribunda, con caquexia, inconsciente, curadas, como el caso del médico Premio Nobel de medicina, Alexis Carrel, testigo, ateo, y, luego, católico ya en EEUU. Después de varios años de comprobación, si se mantiene dicha curación, entonces pasa a la Oficina de Comprobación, y, si la Iglesia acepta la declaración de inexplicable de los médicos, y si ha sido con motivo de una invocación o por fe, lo declara milagro. A veces, se da el caso de que se ha curado una persona no creyente, pero por la oración y petición de alguien con fe.
Esa es la historia que comprobamos. Y personalmente, que era lo que queríamos. Por la tarde, sobre las cinco, la Misa de enfermos. Ahí es donde suelen ocurrir algunas curaciones. Con la custodia, el sacerdote pasa por las camillas de enfermos, los bendice, y administra la comunión a los que pueden. En ese momento fue cuando la enferma que llevaba Carrel se incorporó y sanó.
Una de las escenas más apasionante y conmovedora es la procesión de las antorchas. Cientos y cientos de carritos con toda clase de enfermos y cientos de acompañantes, en fila de cuatro o más en fondo, con antorchas, cantando el rosario en todos los idiomas, avanzando hacia el Santuario como un ejército pacífico, casi alucinante.
Regresamos al autocar, de mala gana, porque nuestro horario nos lo exigía. Ya de regreso, paramos en Zaragoza. Visitamos la Basílica del pilar. Allí se estaba celebrando una boda. Y allí, tuvo lugar el primer milagro de los dos que, pensamos, nos dio, en recompensa a nuestro accidentado y aventurero viaje, la Virgen de Lourdes. Uno de los viajeros, muy nervioso, hasta blasfemando por algunos incidentes que pasó, que llevaba casi toda la vida sin querer confesarse, con pena de su mujer, cayó a los pies del confesonario y salió radiante y en paz.
Después de este, llamémosle, milagro espiritual, al llegar a Campillos, corrió la voz de otro, ya físico. Una de las viajeras trajo de Lourdes, un caramelo o pastilla hecha con agua del manantial. Se la dio a un familiar que estaba operada de cáncer de mama. Tenía que ser operada de nuevo porque no había sido extirpado del todo. Cuando fue al médico, éste le pidió un nuevo análisis.
– ¿Usted ha recibido algún tratamiento aparte del que le mandamos?-Preguntó muy intrigado
– No señor.
– Es que no encuentro explicación a su caso.
– Yo sólo tomé un caramelo hecho con agua de Lourdes, que me trajo mi hermana.
– Señora, pues usted ya no necesita más tratamiento. Está curada.
Hace treinta años de nuestro viaje histórico a ese misterio.
Recuerdo el pensamiento de un clásico: “Si las cosas de Dios fueran fáciles de comprender por los hombres, no se dirían extraordinarias ni maravillosas”.