(Antonio Serrano Santos) “¿Qué ha traído Jesús, realmente, si no ha traído la paz al mundo, el bienestar para todos, un mundo mejor? ¿Qué ha traído? La respuesta es muy sencilla: a Dios. Ha traído a Dios.” Palabras del Papa emérito Benedicto XVI en su primer tomo “Jesús de Nazaret”. Luego va explicando cómo ese Dios que se manifestó en Israel y en el mundo de los pueblos, aunque entre muchas sombras, ese Dios lo ha Traído El, Jesús de Nazaret. 

“Ahora conocemos su rostro, ahora podemos invocarlo. Ahora conocemos el camino que debemos seguir como hombres en este mundo. Jesús ha traído a Dios y, con El, la verdad sobre nuestro origen y nuestro destino; la fe, la esperanza y el amor. Sólo la dureza de nuestro corazón nos hace pensar que esto es poco. Sí, el poder de Dios en este mundo es un poder silencioso, pero constituye el poder verdadero, duradero. La causa de Dios parece estar siempre en agonía. Sin embargo, se demuestra siempre como lo que verdaderamente permanece y salva. Los reinos de la tierra, que Satanás puso en su momento ante el Señor, se han ido derrumbando todos. Su gloria ha resultado ser apariencia. Pero la gloria de Cristo, la gloria humilde y dispuesta a sufrir, la gloria de su amor, no ha desaparecido ni desaparecerá.”

“Frente a la divinización fraudulenta del poder y del bienestar, frente a la promesa mentirosa de un futuro que, a través del poder y la economía, garantiza todo a todos, El contrapone la naturaleza divina de Dios, Dios como auténtico bien del hombre”.

Perdón por la cita larga del Papa, pero era muy necesario anteponerla para abordar el tema más importante de la Historia de la Humanidad y de cada hombre. Es una osadía y una aventura, pero vale la pena. Eso lo juzgarán los que se atrevan a leer este artículo hasta su final.

¿Por qué una “Una nueva dimensión”? Dice el Papa que Jesús, aparentemente, no ha cambiado ni mejorada nada en este mundo, pero que nos ha traído a Dios y, con El, el sentido de nuestra vida y destino. Vivimos inmersos en un mundo que se mueve, generalmente, en una dimensión, prácticamente, material, “natural”. Conocemos por los sentidos, a través de los sentidos corporales nos alimentamos, crecemos, nos movemos, hablamos, amamos, sufrimos, gozamos, y, al fin, morimos. Todo un proceso puramente natural. Siguiendo a Aristóteles, dice el gran pensador Santo Tomás de Aquino: “Nihil est in intellectu quod prius non fuerit in sensu”: “ Nada hay en el entendimiento que no haya pasado antes por los sentidos,”

Parece, según esto, que el hombre es como un animal, aunque dotado de entendimiento. Puede reflexionar sobre sus actos y sus consecuencias, libremente, a diferencia del animal. Pero nada más. No conoce, experimentalmente, ni su origen ni su destino. El sentido de su vida. Vive en esa única dimensión, como encerrado en ella. No sabe más. Siente, sí, una necesidad instintiva, imperiosa, de saber, de vida sin sufrimientos, de felicidad total, de vivir y no morir; la siente, la intuye, pero no puede romper ese límite de la dimensión en que vive. Las relativas felicidades que encuentra es como esa frase de Jesús a la samaritana: “Todo el que beba de esta agua, volverá a tener sed”. Siempre busca el hombre ese agua de las pequeñas felicidades y siempre vuelve a “beber” de ella sin nunca saciarse.

Es, por eso, lo que ha traído Jesús: una “ Nueva Dimensión”. Una Buena Nueva”, ésa es la traducción literal de la palabra “Evangelio”. “Euanguello”, en original griego: una buena noticia, una novedad; pero no sólo es una notica, un mensaje esperanzador, sino una realidad, una nueva realidad. Nos ha traído a Dios y, con El, esa nueva dimensión de vida, no sólo de conocimiento. El hombre ya puede vivir, no sólo conocer, el sentido y destino de su vida, sino vivir esa nueva dimensión.

“Todo el que beba de este agua volverá a tener sed, pero el que beba del agua que Yo le dé, nunca más volverá a tener sed, sino que se hará en él un manantial de agua viva que estará brotando para vida eterna”. De la dimensión “natural” nos traslada a la “sobrenatural”. No la destruye; la sublima, la eleva a un nivel superior al del animal y ya no vive sólo por los sentidos ni de los sentidos. La samaritana, como sus mismos discípulos, vivía y pensaba en esa dimensión material, natural. No comprendían ni vivían la nueva dimensión.”Señor, dame de ese agua para que no tenga más sed ni tenga que venir a buscarla”. Le pidió ella. Antes, le dijo El: “Si conocieras el don de Dios y Quién es el que te pide de beber, tú le pedirías a El y El te daría un agua viva”. El le dice: “Ve y llama a tu marido”. Descubierta su vida de cinco maridos y el que no lo es, ella le plantea un problema religioso, viendo que era un hombre de Dios, profeta. Con esa delicadeza, Jesús, ya la está elevando al plano sobrenatural. Ella se olvidó del agua que no apaga la sed y se preocupa de Dios: de dónde hay que adorarlo, de amarlo (“amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón y a El sólo servirás y a tu prójimo como a ti mismo”). Dios como auténtico bien que apaga la sed infinita del hombre.

Por la nueva dimensión en su vida, el hombre está capacitado, no por sí solo, sino por Dios, a través de Jesús, para  “trascender los límites del ser humano, algo para lo cual está ya predispuesto desde la creación, como esperanza y posibilidad, por su semejanza con Dios”. Estas palabras del Papa es la respuesta a la pregunta: “¿Qué nos ha traído Jesús?”. 

La alegría que supera toda alegría de este mundo es la que nos trae Jesús y se vive en esa nueva dimensión de la vida en Dios por Jesús. “Os anuncio una gran alegría. Os ha nacido el Salvador”. Anunció el ángel a los pastores. “Vosotros os entristeceréis y lloraréis y el mundo se alegrará; pero Yo os volveré a ver y vuestra tristeza se convertirá en gozo. Y nadie será capaz de quitaros vuestra alegría”. Promesa y realidad de Jesús que viven los verdaderos cristianos.