image

(Antonio Serrano Santos) “… estando las puertas de la casa, donde se hallaban los discípulos, cerradas por miedo a los judíos…”
        Al margen de la fe, de las interpretaciones religiosas, podemos estudiar este relato de los evangelios, como otros tantos, usando un método apropiado, algo así como el análisis deductivo de Cherlok Holmes. Para intentar demostrar, así, el realismo con que se detallan estas escenas que hacen muy difícil no ver en ellas la descripción de unos hechos reales y no pura teología o consideraciones piadosas, y descartar, de paso, frente a los que niegan la historicidad de lo narrado, toda deducción puramente teológica, aunque para los creyentes tenga un sentido de fe, religioso. No se ocultan, incluso, los hechos y palabras que evidentemente son negativos si la intención fuera presentarlos atractivos, como el miedo y dudas de Jesús en Getsemaní, las negaciones de Pedro, el abandono y cobardía de todos los discípulos, la queja de Jesús al Padre por su abandono, la traición de Judas. No. Sólo se limitan a describir hechos, sin intención ni temor a que no los crean.
       Es un análisis directo que cada cual puede hacer, sin prejuicios ni valerse de ningún comentarista ni estudioso o exegeta. Una observación personal que irá deduciendo de los casos que se van destacando de las narraciones. El tema de la narración es, todavía, propio de este tiempo de Resurrección, misterioso y de gran interés, sobre todo por la posibilidad que entraña a raíz de la Sábana Santa.
En esta narración, en dos ocasiones insiste el discípulo amado, Juan, en el hecho de estar cerradas las puertas cuando viene Jesús y se pone “en medio “ de ellos. Y este” en medio”, (“meso”, en griego), también, repetido, es otro dato de querer llamar la atención sobre ese hecho de colocarse, o más bien, de  aparecer, en medio de ellos.
Con estos detalles, junto con los de la escena de los discípulos de Emaús, en los que, después de bendecir y partir el pan, “desaparece”, se hace invisible, según el original griego “afantos”, nos hace imaginar, como en una película con efectos especiales, la aparición de Jesús atravesando, como un fantasma, un espíritu, las puertas y ponerse “en medio” de ellos. No que se abren las puertas y camina hacia ellos; sino que las atraviesa y aparece en medio. Y por dos veces. No cabe otra deducción. La segunda, en una misteriosa y aparente contradicción, como en Lucas en su aparición a los discípulos, pide a Tomás que meta su dedo en la señal de los clavos y su mano en la llaga de su costado. Y en Lucas, creyendo los discípulos que era un espíritu, les enseña las señales de los clavos y les dice :  “Ved mis manos y mis pies que Yo mismo soy; palpadme y ved que un espíritu no tiene carne y huesos, como veis que yo tengo”. Y hasta les pidió algo de comer, una de las pruebas más contundentes, y comió delante de ellos un trozo de pez asado.
Atraviesa las puertas cerradas y aparece en medio de ellos. Como un espíritu. Es lo que en teología se denomina sutileza, la cualidad de traspasar cuerpos sólidos, propio del cuerpo resucitado, glorioso. Y, sin embargo, les dice que : “palpadme y ved que un espíritu no tiene carne y huesos, como veis que yo tengo”. El cuerpo glorioso no está sometido a las leyes de tiempo y espacio. Pero, de algún modo, está relacionado con el tiempo y el espacio, porque entra en contacto con los y con lo que están en el tiempo y espacio. Hablar, comer, tocar y ser tocado, manifestarse visiblemente  no parece ser impedimento para hacer o dejarlo de hacer, como dependiendo de una libertad omnímoda que en vida mortal no se tenía. El resucitado no tiene necesidad de comer ni de nada material; sin embargo Jesús come y bebe con ellos, según afirma San Pedro en una ocasión. Es, tanto estas circunstancias como todo el hecho de la resurrección de Jesús,  un misterio que, no por serlo, deja de ser real e histórico, según los evangelios y la Tradición. Quizás esto es así para demostrar que, aunque transformados, seguiremos siendo los mismos como afirma Jesús de sí mismo: “Ved mis manos y mis pies, que soy Yo mismo”. Esto es lo que,repito, enseña la Iglesia tomado de los llamados evangelios “canónicos”, que por su realismo y seriedad difieren mucho de los evangelios apócrifos, rechazados por la abundancia de “detalles” que contrastan con los canónicos, por su infantilismo, fantasía y , hasta, a veces, situaciones y personajes ridículos.
Hay frases y otras escenas de los evangelios de los que se “deduce” que, al margen de lo que pudiera tomarse como “maravillosismo”, milagrería e invención fantástica, como las curaciones y resurrecciones milagrosas, son tan minuciosamente realistas, tan dentro del modo de ser y actuar humanos, dichas con tanta dignidad y sencillez,  que es prácticamente imposible no ver un hecho “real”, no un engaño o ficción literaria. Hasta los mismos milagros se narran sin exaltaciones ni grandiosidad, con la misma sencillez que esos detalles. Nos recuerdan “Las florecillas de San Francisco de Asís”, pero sin su aroma de leyenda.Por ejemplo: Después de volver a la vida a la hija de Jairo, les dice a los padres: “Dadle de comer”. Con tantas horas muerta, el cuerpo desfallece si no se alimenta. Con la alegría de la hija viva, se olvidaron de eso. Yo he sido testigo de una chica “muerta”, por catalepsia, amortajada, y despertarse diciendo: “Tengo hambre”. Y otros casos que conozco. En la multiplicación de los panes y peces, al final, les dice a los suyos: “Recoged los pedazos de pan sobrantes para que no se pierdan”. “Venid aquí, aparte, y descansad un poco, porque no le dejaban tiempo ni para comer”. La pregunta misma tan del modo humano de demostrar: “¿Tenéis ahí algo de comer? Y le dieron un trozo de pez asado. Y comió delante de ellos”. Zaqueo, como era bajito, subió a un árbol para poder ver pasar a Jesús. ¿Eran necesarios estos detalles, insignificantes, al parecer, en la narración evangélica e, incluso, en el entorno de los milagros? Hay muchos “detalles” como éstos que, prescindiendo de la fe, como dije antes, nos dan tantas pistas realistas y humanas que hacen la narración evangélica tan de sentido común, tan sensata y humana, que a cualquier persona desprovista de prejuicios, aún sin conocimientos teológicos, culturales, ni históricos, basta con buena voluntad , le pueden convencer de su verdad, de su historicidad. Y, por cierto, como sustrato real que puede hacer creíble una exégesis teológica.