ALGO MÁS SOBRE LA EXISTENCIA DE DIOS. PRIMERA PARTE
“…y escribiendo estas cosas, despierto mi afecto hacia Ti y el de los que las lean”.
(San Agustín, “Confesiones”)

Decía en mi artículo anterior Art. 034 “¿Existe Dios?”, con palabras del Papa Francisco, que “Dios no quiere que creamos en su existencia, sino en su amor”. Que no necesita defensores de su existencia, sino testigos de su amor en el mundo. Y un humilde testimonio quiere ser estas reflexiones.
Que éstas van, por cierto, dirigidas a cristianos que tienen dudas; a los que están perdiendo la fe o ya la han perdido, pero conservan su buena voluntad y la posibilidad de volver a la fe. No me refiero, en absoluto, a los no creyentes, a los que respeto profundamente y, a veces, hasta los admiro por no avergonzarse de su falta de fe, siempre que respeten a los que la tienen; cosa que no siempre se puede decir de algunos cristianos.
Estas reflexiones a algunos les parecerán demasiado extensas. A otros, pocas e incompletas. Dependerá de si sirven o no “para despertar o estimular mi amor a Dios y el de los que las lean”.
Al hablar de la existencia de Dios, de sus pruebas, “se corre el peligro de movernos en el vacío”, en la pura teoría, en lo abstracto. Pero el hombre necesita agarrarse a algo palpable, evidente, que no deje dudas. Ni el universo, con toda su maravillosa realidad física, es una prueba evidente de su existencia; sí, una pista, una huella, pero para algunos, no para todos. Tendríamos que “ver” a Dios. Conocerlo directamente.
San Juan, el Evangelista, en el prólogo de su evangelio, dice: “A Dios nadie lo vio jamás. El Hijo Unigénito, que está en el seno del Padre, ése nos lo ha dado a conocer”. Más adelante, ya en la última cena, Jesús dice: “Si me habéis conocido, conoceréis también a mi Padre. Desde ahora le conocéis y le habéis visto”. Felipe, (no contento con esas palabras, como haríamos nosotros y exigen muchos), le dijo: “Señor, muéstranos al Padre y nos basta. Jesús le dijo: Felipe ¿tanto tiempo hace que estoy con vosotros y no me habéis conocido? El que me ha visto a Mi ha visto al Padre. ¿Cómo dices tú: ¿Muéstranos al Padre? ¿No crees que Yo estoy en el Padre y el Padre en Mi? Las palabras que Yo os digo no las digo de mí mismo; el Padre que mora en mi hace sus obras. Creedme que Yo estoy en el Padre y el Padre en mí. Al menos, creedlo por las obras”. Estas increíbles manifestaciones las hace en la intimidad solo a sus amigos, discípulos, merecedores de conocerlas porque lo aman y por eso no se indignarán, aun siendo judíos; que se quedarán asombrados, sin palabras, esperando conocer lo que dice, un día, como les aseguró su Maestro. Al sanedrín que le conminó: “¿Eres tú el Mesías, el Hijo de Dios (Dios, ¿también)?”, le contestó: “¡Yo soy!” Sin más explicaciones. Y provocó ira, indignación, golpes y burlas.
Y en su primera carta, el evangelista dice rotundamente: “Lo que era desde el principio, lo que hemos oído, lo que hemos visto con nuestros ojos, lo que contemplamos y palparon nuestras manos tocantes al Verbo de la vida…, lo que hemos visto y oído, os lo anunciamos a vosotros…”
Hablando con la samaritana que le propuso dónde había que adorar a Dios, le dijo: “Dios es espíritu y hay que adorarle en espíritu y verdad. Esos son los adoradores que quiere el Padre”. Es decir, adorar y amar a Dios espiritualmente, no dependiendo, de modo absoluto, de nada físico.
Y, sin embargo, su primer mandamiento dice: “Amarás al Señor tu Dios, con todo tu corazón, con todas tus fuerzas, con todo tu ser, con toda tu mente”. Amar con el corazón, es amar sensiblemente, físicamente, ya que el corazón es, simbólicamente, la base física de los sentimientos que se expresan, también, físicamente: abrazos, besos… Es una aparente contradicción. Porque Dios se manifiesta en Jesús y manda amarle y escucharle como a Él. Llegó a decir el mismo Jesús: “¡Dichosos vosotros que podéis ver lo que muchos profetas y reyes quisieron ver!”