Tony Lobl : “Sus maletas estarán en el carrusel B – con ‘B’ de botox”.
Esta ocurrencia del jefe de los auxiliares de nuestro vuelo de Virgin Atlantic esbozó una sonrisa de los pasajeros mientras aterrizábamos en la ciudad de Los Angeles –donde la apariencia de eterna juventud tiene gran demanda.
Pero para muchos de los más famosos de Hollywood, y para el resto de nosotros, detener las huellas del tiempo no es broma, como lo demuestran las estadísticas.
El año pasado sólo el uso cosmético del botox recaudó 7 mil millones de dólares en EE.UU. (cifra equivalente a la obtenida con su utilización como medicamento). Su popularidad continúa creciendo incluso en tiempos de crisis, señala el periódico Financial Times.
En su sección de farmacéutica se informa: “Las ventas de botox continúan siendo sólidas en EE. UU., a pesar de la aletargada economía, puesto que las personas que avanzan en edad cada vez recurren más a la medicina que borra las arrugas para preservar una apariencia juvenil”.
Esto refleja la presión que existe por intentar engañar la mortalidad y retroceder el reloj biológico.
Por supuesto, en la estratósfera del estrellato existen otras maneras de reclamar una pequeña rebanada de inmortalidad, por ejemplo, obteniendo un mármol con cinco puntas y una estrella de bronce en el Paseo de la Fama de Hollywood.
Aquí, inmortalizada sobre la acera del Boulevard de Hollywood, se localiza una de mis estrellas favoritas. Duke Ellington dijo en una ocasión una frase que sigue resonando en mi memoria desde la primera vez que la leí. Señaló que analizar su música era como cortar una rosa para aprender su funcionamiento. Entonces ya no se tendría más esa bella rosa.
De manera similar, ¿Podría haber una mentalidad del “efecto botox“, que nos hace perder de vista nuestro verdadero valor, haciéndonos exageradamente conscientes de nuestra apariencia física y la imagen que proyectamos?
Una amiga mía se encontró con una situación parecida durante una entrevista de trabajo para ser contratada como modelo. La directora de la agencia le dijo unas palabras cortantes como el filo de un bisturí.
“Mi cabello era del color equivocado para mi complexión física, mi nariz era muy grande, mis ojos eran demasiado pequeños, mi boca era desproporcionada, mi cuello era muy largo, y así sucesivamente”, recordó.
“¡Fue devastador! No lloré en ese momento, pero sí al momento de subir al coche. Una vez que llegué a casa fui directamente al espejo para confirmar todas sus críticas”, añadió.
La mayoría de nosotros no necesitamos la opinión de una agencia de modelos para alentar los temores en cuanto a nuestras deficiencias físicas. Un espejo de por sí ya es suficiente.
¿Pero inyectarnos una toxina o cualquier producto químico constituye la forma más atractiva o eficaz de potenciar en su conjunto nuestra belleza? Uno de los efectos secundarios peculiares atribuidos al botox es que también ocasiona arrugas.
Mi amiga encontró una manera distinta de sentirse bella, una manera que requería de esfuerzo pero que era indolora y no tenía ningún costo.
Lo que hizo fue cambiar la forma de evaluar su propia imagen. En lugar de preguntarle a su cuerpo o a ese crítico interior, se planteó algunas cuestiones más profundas.
Caminando por un museo de arte, se preguntó: ¿Por qué aquello que es considerado deseable difiere de una cultura a otra y según sea la mirada de los diversos espectadores de arte?
Y como lectora de la Biblia, también se planteó por qué las descripciones físicas de los personajes en las Escrituras son tan escasas. Observó que sobre todo son cualidades espirituales (la bondad, la sabiduría, etc.) las que se utilizan para identificar a esos personajes.
Mi amiga concluyó que la belleza física es “una serie de fases pasajeras que no representan lo más importante en la vida”, y empezó una disciplina diaria que consistía en orar para saber cómo seguir embelleciendo su carácter.
Ser más alegre, dinámica, amable, humilde y generosa –en lugar de mostrarse crítica, desagradecida, descortés, perezosa ó apática– se convirtió en el foco de atención de su propia imagen, “en lugar de los atributos físicos”.
Unos cuantos años después, la misma directora de la agencia vio a mi amiga, quien en la actualidad es presentadora, sin recordar su encuentro anterior. Esta vez su antigua atormentadora fue profusa en comentarios positivos sobre su imagen y apariencia.
¿Qué cambió?
Como relata mi amiga sobre ese encuentro: “Yo me estaba viendo en el espejo de mi carácter e incluso ella podía notar los efectos. Nunca tuvo que ver con que algo de mí fuera muy grande, muy pequeño, muy largo, muy nada”.
Alguien no ajena a la belleza, Sophia Loren –otra estrella del Paseo de la Fama de Hollywood– se hace eco de los hallazgos de mi amiga: “La belleza tiene que ver con cómo se siente uno interiormente y se refleja en los ojos. No se trata de algo físico”.
Antes de sucumbir a la mentalidad del “efecto botox” y de la disección propia, quizás desees hacer una pausa y observarte a través de un espejo diferente.
Adopta una medida espiritual de las cualidades únicas que te hacen invaluable ante tu Creador, tu familia, tus amigos y vecinos.
Es posible que así descubras tu verdadera belleza.
Tony Lobl es Comité de Publicación de la Ciencia Cristiana para el Reino Unido y escribe regularmente para los diarios internacionales The Huffington Post UK, The Independent y The Washington Post.
Este artículo fue publicado originalmente en The Huffington Post United Kingdom.