EL SILENCIO DE LAS CAMPANAS

Antonio Serrano Santos

Desde la colina de Betfagé, donde se divisa la ciudad santa, Jerusalén, Jesús, tan humano como divino, llora sobre ella y exclama: “¡Jerusalén, Jerusalén, que matas a los profetas y apedreas a los que a ti son enviados! ¡Cuántas veces he querido acogerte a tus hijos como la gallina a sus polluelos bajo sus alas y tú no has querido! ¡Si al menos en este día conocieras lo que conviene a tu paz!”.

Jesús, rey pacífico, montado no sobre un caballo de batalla, sino sobre un pollino, como anunció el profeta, avanza en medio de gritos de alabanza, de gloria en los cielos. “¡Bendito el que viene, el rey, en nombre del Señor! ¡Paz en el cielo!”. Algunos fariseos de entre la muchedumbre le dijeron: “Maestro, reprende a tus discípulos” para que callen. Él les contestó: “Os digo que, si ellos callasen, gritarían las piedras”.

Hay momentos en los que no hay que callarse. Que guardar silencio es cobardía. Con humildad y discreción, con valentía y fe, firme en los principios, y suave en las formas, hay que hablar y actuar. El mal no sería tanto si no fuera por el silencio y cobardía de los “buenos”.

Hoy, en muchos pueblos y ciudades, se han hecho callar las campanas de las iglesias. Por denuncias en los juzgados y ayuntamientos. Sentencia de un juez: “Por contaminación ambiental”. Quejas de vecinos por el sonido de las campanas que les molesta. Ya no se oyen las campanas llamando a los fieles a la oración, como en el Ángelus; a la misa parroquial, sólo dos o tres veces al día; o tocando a gloria en el Corpus; o dulce, lenta y tristemente, los pequeños toques llorando como lágrimas la muerte de un cristiano.

¿Es el sonido de las campanas lo que molesta? ¿O es Dios el que molesta? Ningún cristiano se ha quejado. Suenan las campanas de los relojes de los ayuntamientos ¡cada hora!, día y noche en todo el país. Suenan los megáfonos a todo volumen por las calles, de día y de noche, en mítines, campañas y manifestaciones. La algarabía de las noches de botellón hasta altas horas de la madrugada; músicas ensordecedoras por calles, pisos y bares. Eso no es contaminación ambiental.

Pero las humildes y espaciadas notas del bronce de las campanas de las iglesias con ecos de trascendencia, religiosos, espirituales, ajenos a la política y al ruido de la vorágine social que les rodea, molesta, indigna, se denuncia. ¿Es inaguantable por el ruido, o insoportable porque nos recuerda y trae a la conciencia, al alma, una llamada del más allá, como diciendo:

 

“Recuerde el alma adormida; avive el seso y despierte/ contemplando cómo se pasa la vida/ cuán presto se llega la muerte/ tan callando”.

            Jorge Manrique

 

Nos hace pensar en Dios, todo amor; en su presencia entre nosotros, en esos sagrarios y misas. Pensar en Dios. En el Padre Nuestro.

 

“Pláceme en la alameda solitaria/ cerca del templo de quietud en pos/ escuchar de los monjes la plegaria/ y, al son de la campana funeraria, / pensar en Dios.”

            Argensola

 

¡Ah, mundo, mundo, que matas a los santos y persigues a los que son enviados a ti! ¡Cuántas veces ha querido acogerte como la gallina a sus polluelos bajo sus alas y tú no has querido! ¡Qué enternecedoras palabras! ¡Cuántas veces han sonado las campanas de la Iglesia para acoger bajo su techo maternal a sus hijos y muchos no han querido! ¿Pero quién no corre a acogerse bajo esas alas, ese Corazón tan humano como divino? Hay otras palabras de Dios que ya no pueden ser más consoladoras: “Como una madre pone a su hijo pequeño sobre sus rodillas y lo acaricia, así os acariciaré Yo”. Las campanas nos dicen a todos, sobre todo, a los hijos pródigos y a los católicos no practicantes: venid, volved, que “Dios no está acusando siempre, ni guarda rencor para siempre”. Dice Jesús a sus discípulos: “Vosotros sois la sal de la tierra, pero si la sal se vuelve insípida, no sirve para nada. Vosotros sois la luz del mundo, pero la luz no se oculta, se pone en alto para que alumbre a toda la casa. Brillen, vuestras buenas obras ante el mundo y glorifiquen así a vuestro Padre del Cielo”. Hoy diría: Si las campanas las callan, vosotros sois las campanas de las iglesias.