Antonio Serrano Santos

Figuras de la pasión: Pedro ¿el cobarde?

Estudiemos, ahora, la figura y reacciones de Pedro, que va a ser, para nosotros, motivo de reflexión sobre nuestra propia conducta y reacciones. Jesús es el ejemplo a seguir, dentro de ese misterio, sin más explicaciones, para los cristianos. Pedro es el ejemplo de las reacciones humanas, ante el misterio de la fe, de esa voluntad permisiva de Dios.

A Pedro se le acusa de cobarde y traidor. Porque le negó y hasta por tercera vez. Él estaba totalmente convencido y decidido a dar la vida en defensa de su Maestro. Y, con mayor énfasis que los demás, así lo aseguró: “Aunque todos te abandonen, yo, no. Yo daré mi vida por ti”. Llegó a sacar la espada e hirió a uno de los asaltantes. No era cobarde ni mentía. Todos huyeron y él siguió, de lejos, pero le siguió. Se atrevió a entrar en el patio de Caifás. Su valentía y decisión sinceras se desconcertaron cuando Jesús le manda guardar la espada, se deja apresar, cura al herido, devuelve bien por mal. “El que usa espada-dirá-morirá a espada. Si yo quisiera, mi Padre enviaría una legión de ángeles, pero esta es la hora y el poder de las tinieblas”.

Es el misterio de la permisión divina del mal, hasta del mal para Jesús. Y para nosotros y en nosotros. El mal físico y el moral. El pecado, nuestros pecados. Las enfermedades, el mal de los inocentes… No hay teólogo, ni antes ni ahora, ni lo habrá nunca, capaz de dar una explicación que no sea la de la fe en los planes de Dios. En la práctica y humilde aceptación de su voluntad, fiándonos de Él. “Padre mío, si es posible, pase de mi este cáliz…, pero no se haga mi voluntad sino la tuya” El ejemplo de Jesús, de los santos, la doctrina de los Padres de la Iglesia, la fe del pueblo sencillo… y nuestra propia experiencia son prueba de ello. Cuando nos quejamos a Dios por un mal inexplicable, no decimos ¿por qué Dios quiere estas cosas? Sino ¡por qué permite Dios estas cosas”. Si Dios quisiera el mal, no sería Dios. Lo permite y eso es lo que la fe nos enseña y nos ponemos en manos de Dios sabiendo que, siendo bueno, Él sabe por qué.

Pedro no fue cobarde, ni traidor, ni se engañaba. “Tú darás la vida por mí? -le dijo Jesús- Esta misma noche, antes que el gallo cante, me negarás tres veces haberme conocido”. La fina y dolorosa ironía de Jesús, que no insistió más ante la terca seguridad de Pedro, avisa a Pedro, no ya para que le haga caso, porque sabe que no lo hará, sino, para que cuando se arrepienta lo recuerde y ayude a sus hermanos en la fe; porque ésa va a ser, en realidad, la prueba: la de la fe.

Pedro y los demás, como tantos de nosotros, antes de recibir la iluminación de la fe, del ejemplo y enseñanzas de Jesús, no comprenden, no comprendemos, no acaban ni acabamos de aceptar el sacrificio de Jesús, ni el que supone renunciar a la violencia, a la venganza, al odio, a amar al enemigo, a devolver bien por mal, al martirio, tanto de la vida, cruentamente, como día a día, en la práctica de la vida cristiana. A ejemplo del mismo Jesús. Eso es lo que no creían aún. Ni muchos de nosotros, hoy, tampoco.

Se esfuerzan los teólogos en dilucidar esta tremenda, terrible, misteriosa consecuencia de ser cristiano. Pedro no fue cobarde; fue débil; fue humano, no había recibido la fuerza de la fe. Estaba siendo preparado para ello. Y cuando llegó el momento, sí dio su vida como testigo de su Maestro, con la fuerza de la fe.

Y también aprendió humildad no creyéndose y diciéndose más que los demás: Porque si dijo que “aunque todos te abandonen, yo, no”; también, cuando Jesús le preguntó si le quería más que los demás, contestó, triste porque Jesús, por tercera vez (como recuerdo tácito y delicado de las tres veces que le negó), le preguntó si le quería: “Señor, Tú lo sabes todo, (como sabía que lo iba a negar) Tú sabes que te quiero”.

¿Nos reconocemos en Pedro, nosotros, los cristianos?

¿O seremos, mañana, Pilato o Judas?