(Antonio Serrano Santos) Por supuesto que ni todos los casados son infelices, ni todos los solteros son felices. La ironía y el humor, sobre todo, el andaluz, mezcla de gracia y tristeza,al menos, en una buena parte del pueblo, ha creado esta frase picaresca.

Decir esto supone dos cosas: que el que la dice está casado y no le ha ido bien en su matrimonio. O está soltero y su experiencia de ver matrimonios fracasados le hace pensar así de todos los matrimonios.Y, en consecuencia, no quiere casarse y se ríe de los casados, olvidando, o queriendo olvidar, en su decepción, los casados felices, o los solteros infelices. La felicidad o infelicidad, aquí, se refiere al hecho de estar casado o soltero, no a otras circunstancias que las produzca. O que son tan pocos, piensa, que no vale la pena aventurarse. Otros, más estoicos, aceptan como predestinación ,el dicho popular: “ La boda y la mortaja, del cielo bajan”. Y se aventuran, sin más.

En cierto modo, llevan razón estos últimos. Pero, en ambos casos, tanto casarse como elegir la soltería, son una aventura con consecuencias impredecibles. Hay infinidad de frases o refranes sobre los dos estados. “ El que no se embarca, no se marea”. “ El buey suelto bien se lame”. “ Te casaste, te cag…” Todo enfocado a la pérdida, o no, de una supuesta libertad.

La experiencia del Apóstol San Pablo le hacía decir, a sus discípulos, que era preferible no casarse, y advertía: “ Yo no os tiendo un lazo; el que quiera casarse, que se case. Más vale casarse que abrasarse”. Es decir, como remedio natural de la concupiscencia. Porque casado o soltero, la concupiscencia es un incendio que, o lo controla el que puede, o hay que darle curso natural para satisfacerla. Tanto en un caso como en el otro, si no se hace así, la amargura y la tristeza invade el ánimo y la vida toda, llegándose a dar esos casos definidos como patológicos, de aberraciones sexuales frecuentes, por desgracia, en todos los ámbitos sociales.

De ahí que, casarse o no, tiene sus consecuencias buenas o malas. El estado de casado es, en general, el más adecuado a la naturaleza. Y  me refiero, en este sentido,  al matrimonio por la Iglesia o por lo civil; pero en ambos hay que distinguir las diferencias. Como en las uniones o parejas de hecho, sin ningún vínculo religioso o legal, tan respetables estos como los otros, por la libertad social, que de hecho tienen de elegir, y según su conciencia.

Las diferencias, dichas y analizadas con todo respeto a las personas y decisiones tomadas en esos casos, son muy importantes. Y el conocimiento de ellas nos hace ver y apreciar, de modo no del todo igual, el amor, las relaciones sociales, la familia, los hijos…

En el matrimonio civil no hay un compromiso sustentado por una autoridad religiosa, no se reconoce el amor venido de Dios, al menos externamente, no hay un testigo que les pida si se aman ante Dios ni ante El se prometen amor, en todas las circunstancias de la vida. No hay una promesa sagrada, sin condiciones absolutas, sólo social. Por lo que depende solo de ellos seguir unidos o separarse. Suele durar unos minutos el acto social, aunque después la celebración sea duradera. Nadie les quita ese derecho y son tan respetables como el matrimonio católico o religioso.

El casamiento por la Iglesia, católica, al menos, reconoce el origen divino del amor , del amor conyugal, en este caso. Hay un testigo de la Iglesia, y se limita a reconocer la validez del matrimonio; él no los casa, como suele decirse. Se casan ellos. Son un sacramento y como en todos los sacramentos, pero con una diferencia sublime y sorprendente , requiere, para ser válido,: materia, forma y ministro. En los demás sacramentos, esas condiciones son agua, pan, aceite, las palabras del ministro, imposición de las manos. En este, esas condiciones son: materia: las personas de los contrayentes; forma: las palabras del consentimiento, el sí; ministros: ellos mismos. O sea, ellos se casan, no  los casa el cura. Así ha querido Dios, Jesucristo, demostrar la importancia del amor humano. Hasta exigir que “ lo que unió Dios no lo separe el hombre”. Cierto que se dan, a veces ,circunstancias que demuestran que no hubo tal matrimonio: inmadurez, engaño, coacción…Por lo que no se anula el matrimonio, sino se declara que no hubo tal.

Suele durar una hora, sobre todo, si se celebra en la misa. El ambiente es alegre,comunicativo durante el acto religioso; hay algo espiritual, una intuición de lo sagrado que infunde respeto y emoción que, si la pareja son fieles y constante,superando las dificultades de la convivencia, se llega así a demostrar el amor, alejando la tentación del divorcio que la Iglesia no admite. Por eso es una aventura mayor que en los otros casos. La fe,la oración en familia, la educación cristiana de los hijos, todo eso colabora a la unión, perdonándose o pidiendo perdón, cosa que entra dentro de la fe de los que se casan. Convirtiendo la familia en una pequeña iglesia doméstica, célula de la sociedad cristiana; como el matrimonio civil es la célula de la sociedad civil.

 

Los fracasos matrimoniales, civiles o religiosos, suelen ocurrir, generalmente, por falta de preparación. Al margen de otras causas ajenas a ella. En el casamiento cristiano, católico, ya existen unos cursillos prematrimoniales, antes apenas había, muy eficaces, con un seguimiento posterior a la boda. Es triste la experiencia que se dio en una parroquia donde el párroco y algunos de sus colaboradores dijeron:  “Hemos conseguido que el 70 % de los que venía a pedir casarse por la Iglesia, lo hicieran por lo civil”. Porque, decía, no eran católicos prácticos y lo hacían como acto social. Es una pena esa decisión. Porque uno de los fieles le dijo: “ Ya que vienen, prepararlos evangelizándoles”. Respuesta: “ Eso es un disparate teológico como una casa, porque ya están evangelizados”. El que propuso esta solución se refería, lógicamente, a reevangelización, cosa hoy defendida por las Papas. Muchos cristianos necesitan ser reevangelzados, como en estos casos de pedir matrimonio por la iglesia, siendo cristianos no practicantes. El disparate fue no teológico, sino pastoral.

Este párroco perdió de vista la misión de la Iglesia que es misionera. La Iglesia no se predica a sí misma, ni, en realidad, sus formas de celebrar los sacramentos. Predica a Jesucristo. El cristiano que pide un sacramento, como el matrimonio, necesita ser misionado, reevangelizado. Hay que recordarle, enseñarle, a Jesús, el evangelio, y luego, prepararlos para el matrimonio. Pero jamás, rechazar a personas, y menos, si son cristianas no practicantes, alejándolas de la Iglesia, de Jesús, de la verdad. ¿ Qué misionero haría eso, no ya con un cristiano, sino con los no cristianos? Tanto el párroco en su parroquia, como el misionero en su misión, tienen el deber y por vocación, atenderlos, hablarles, prepararlos. Es una aberración y una contradicción con resultados de tremenda responsabilidad del párroco y daño, tal vez, irreparables en personas que podían formar una familia cristiana y se van más alejados aún de la Iglesia. Y esto lo decía este párroco como un triunfo logrado, cuando es el mayor fracaso de un cura que olvidó que tanto él como la Iglesia, son misioneros.

Hay matrimonios civiles que duran toda su vida, con un ejemplo de amor y fidelidad que, muchas veces, son un ejemplo para matrimonios católicos que, por desgracia, ni duran ni son felices. Han aumentado las separaciones en ambos casos  y la causa ya se dijo más arriba, además de esas, es el modo de vida que se extiende hoy: el matrialismo, el lujo,  las comodidades, el no soportarse con paciencia y amor, el egoísmo, hasta el maltrato y la violencia cada vez peor…

No hay mayor felicidad y satisfacción en este mundo que la de una pareja que al llegar a la vejez, haber superado todos los problemas de convivencia y haberse mantenido en el amor entre sí y con sus hijos.