
Actualmente, parece ser cada vez mayor la información que nos llega sobre las enfermedades y parece que la buena salud o el bienestar es algo temporario, que no puede permanecer en nosotros.
La palabra salud viene del latín salus, salutis, o sea, “salvación”, pero se la define también como un “estado de gracia espiritual”. Esta definición me lleva a pensar que es fundamental sentirse bien con uno mismo, espiritualmente, y podemos reconocer la salud desde dos perspectivas relacionadas entre sí: la salud física y la salud mental.
Según la Sociedad Española de Médicos de Atención Primaria (SEMERGEN), al menos uno de cada cinco usuarios que acuden a consulta lo hace por síntomas relacionados con trastornos mentales, un número que ha aumentado desde el comienzo de la crisis económica en 2008. (http://economia.terra.com/noticias/noticia.aspx?idNoticia=201303021207_RTI_MAE921015)
Las influencias mentales afectan la salud para bien o para mal y determinados factores en el pensamiento como el temor, la ansiedad, la depresión debilitan nuestro bienestar.
El temor está detrás de toda dificultad, incluso de toda enfermedad e incapacidad física.
En el libro Ciencia y Salud, la escritora Mary Baker Eddy expresa: La causa promotora y el fundamento de toda enfermedad es el temor. La enfermedad es una imagen exteriorizada del pensamiento.
Entonces, ¿podríamos enfocar a la salud como una condición, un estado de la Mente y no de la materia?¿Acaso podemos preservarla cuidando nuestra manera de pensar?
La búsqueda de mi espiritualidad me llevó a comprender que cuando atravesamos diferentes desafíos físicos y pensamos en ellos lo que hacemos es magnificarlos más.
La salud no es algo que debamos buscar, es algo natural en nosotros y todos tenemos derecho divino a ella. El asumir una posición firme en esto nos conduce al descubrimiento de nuestra verdadera identidad espiritual que es siempre íntegra, sana y completa. El gozo puro del Amor que penetra nuestros pensamientos nos aleja del temor, de la tristeza y depresión.
El optimismo también puede actuar como potenciador del bienestar y de la salud.
Estudios del equipo de Julia Boehm, investigadora de la Facultad de Salud Pública, en Boston, han demostrado que existe una relación entre el optimismo y un descenso del riesgo de infarto. En The American Journal of Cardiology, el equipo
publica que los participantes más optimistas tenían niveles más altos de colesterol HDL, que es el que protege contra las enfermedades cardiovasculares, y niveles más bajos de triglicéridos, las moléculas de grasa que endurecen las arterias (http://lta.reuters.com/article/worldNews/idLTASIE92604Z20130307).
Siempre captó mi atención como Jesús sanaba a los enfermos. El presentó a la humanidad una visión diferente de ver al hombre, como una entidad totalmente espiritual y no material, y esta correcta visión era lo que sanaba a los enfermos sobre la base del Amor.
¿Pero cómo podemos entonces perder de vista la identidad material y reconocer nuestros derechos divinos? El estar dispuestos a espiritualizar nuestro pensamiento disuelve los obstáculos mentales y la discordancia que parece interponerse en nuestra salud y bienestar. Esto es la clave esencial para efectuar un cambio sanador en nuestras vidas.
La decisión de elegir entre el bien y el mal, la salud o la enfermedad depende ahora mismo de nosotros. Pero para alcanzarla, ¡hay que despertar a nuestra identidad espiritual!
María Damiani escribe acerca de la salud y el bienestar desde una perspectiva espiritual y es Comité de Publicación de la Ciencia Cristiana en España. Email: spain@compub.org Twitter: @compubespana