“VIDETUR UT DEUS NON SIT” (PARECE QUE DIOS NO EXISTE (Santo Tomás de Aquino)

Antonio Serrano Santos

¿Quid es Deus?: Qué es Dios? Preguntaba el niño Tomás a su preceptor. Ya adulto, estudiante siempre silencioso sumergido en sus profundas meditaciones, se ganó el apelativo de “buey mudo”, por eso y por su gran corpulencia. – “Este buey mudo” – decía su profesor- “dará un mugido que se oirá en todo el mundo”. Y así, nació el Tomismo, la Summa Teológica y la Escolástica de Santo Tomás de Aquino, el máximo pensador y teólogo de la Alta Edad Media. Sus cinco “Vías”, o pruebas de la existencia de Dios es un ejemplo atrevido de asimilación de los clásicos, “bautizando” a Aristóteles, al recoger y adaptar a su teología, reflexiones del filósofo griego: “ex nihilo nihil fit” (de la nada, nada procede, nada se deduce); pero “de facto ad posse valet illatio” (del ser en acto, actual, al poder ser, sí hay ilación, deducción lógica); si existe algo(acto)es que pudo ser, existir. Son la causa y efecto, la potencia y acto aristotélicos.

Hay otras “vías” más modernas, como la “teoría de las explicaciones: todo tiene explicación y sin ella, nada tiene sentido”. “El antes y después del Bing-ben”; o el evolucionismo del antropólogo jesuita Theilard de Charden con su Alfa y Omega.

La tercera aparición de Jesús a sus discípulos a orillas del Lago de Tiberíades, Mar de Galilea o Lago de Genezaret, en sus tres nombres, la narra, con detalles minuciosos y delicados, “el discípulo amado”: – “Venid y comed – les dijo Jesús. Ninguno de los discípulos se atrevía a preguntarle: ¿Tú quién eres? Sabiendo que era el Señor”.

Edif Stein, filósofa judía, atea, víctima de los nazis en las cámaras de gas de Auschwitz, hoy Santa Teresa Benedicta de la Cruz, carmelita, copatrona de Europa, decía, ya convertida: “¿Quién eres Tú, dulce Presencia, que me inundas e iluminas los más oscuros rincones de mi alma?”

Tres percepciones de Dios desde la experiencia humana. Tres interrogantes. Tres intuiciones:

1ª. ¿Qué es Dios?

2ª. ¿Tú quién eres?

3ª. ¿Quién eres Tú?

Hasta el ateísmo y el agnosticismo, en sus diversas manifestaciones y connotaciones “sienten” la ausencia de Dios. No son indiferentes. De lo contrario, no se preocuparían. ¿Quién se ocupa, o preocupa, de alguien que no existe? Tres manifestaciones de Dios:

1ª. Una obra de arte es el reflejo del artista que la creó, fruto de su arte y él, distinto y fuera de ella. El maravilloso y misterioso universo que nos rodea y del que formamos parte, es, sin duda, una obra de una inteligencia artística. Si existe de hecho (facto), es que pudo existir, es decir, que no existía antes: “De facto ad posse, valet illatio”, según la filosofía aristotélica-tomista. Su bondad esencial en beneficio del hombre es el reflejo de un artista que, ontológicamente, es distinto y fuera de ella: “Dios, en los distintos nombres que se le quiera dar. Él es el autor y el sostén de todo ser en su existencia”. “Dios es Amor” y ama su obra. Nos lo dice esa bondad esencial del universo en beneficio del hombre, porque si no lo amara, no lo habría creado.

2ª. “Ninguno de los discípulos se atrevía a preguntarle: ¿Tú quién eres? Sabiendo que era el Señor. Señor para los discípulos, judíos, equivalía a Dios, Yahvé. Ya lo dijo el discípulo incrédulo, Tomás, tocando las llagas de Jesús-hombre-Dios, resucitado:” “¡Señor mío y Dios mío!”. Dios creador se manifiesta en Jesús, Salvador. La experiencia vivida por los discípulos de Jesús, muerto y resucitado, sobrepasa toda comprensión. La duda racional era superada por la evidencia de la presencia de Jesús, pero les causaba enorme sorpresa comprobar el misterio de un inexplicable Jesús de antes y después de su muerte y resurrección. Era Él y no era Él. De ahí la pregunta en mente, sin atreverse a decirla: “¿Tú quién eres?” Sabiendo, sin salir de su sorpresa, que era el Señor.

Pero una serena, increíble alegría, les daba una seguridad y paz sobre toda duda. Ya lo dijo El: “No se turbe vuestro corazón ni se acobarde. La paz os dejo; mi paz os doy. Me veréis de nuevo y nadie será capaz de quitaros vuestra alegría”. Que les duró hasta el martirio.

3ª. “¿Quién eres Tú, dulce presencia, que me inundas e iluminas los más oscuros rincones de mi alma?”. Decía Edif Stein. Es el “gran desconocido”, el Espíritu Santo, la tercera y última manifestación de Dios, el Amor de Dios, Persona Divina, no ya, y sólo, acto de amor. “Dulce Presencia”, no sólo efecto, acción, dulzura, consuelo espiritual, que también, sino Presencia, Persona actuando, amando, consolando…

Los santos y místicos cuentan sus experiencias de esta “dulce Presencia”. Santa Teresa de Jesús y San Juan de la Cruz son los mejores místicos que la describen. San Agustín dice en sus “Confesiones”: “A veces, me haces sentir una dulzura interior que, si fuera completa en mí, sería un no sé qué que no sería esta vida”. El Espíritu Santo es la fortaleza y el consuelo (“Paráclito” es la palabra en hebreo que usa Jesús) de los mártires y cristianos en su vida normal, aunque heroica en este mundo en que viven; por eso lo necesitan. De ahí que Jesús lo llama, también, “Abogado y Defensor”.

Por fin, aunque no comprendamos este misterio central de Dios y del cristianismo: ser Uno en esencia y Tres en Personas distintas, podemos intuir algo, como de una obra podemos “ver”, intuir, a su creador: la misma familia humana: padre, madre e hijo, trinidad de personas distintas pero idénticas en su naturaleza, en la que el amor es creador y fruto, a la vez, que los une, es el mejor ejemplo de poder intuir, incluso creer, en el misterio de ese Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo, Amor. Dios, como la familia, no es un ser solitario, es un Dios familiar.

Pero una cosa es creer o no creer en Dios, y otra, encontrar, o encontrarse con ese Dios. Valga un ejemplo sencillo, creo que es de Paulo Coelho: Un discípulo, budista, continuamente preguntaba a su maestro: “Maestro ¿dónde está Dios?” – Y él callaba. Un día de calor sofocante, el maestro le llevó a la orilla de un estanque y le dijo que bebiera agua. Cuando se agachó para beber, su maestro le sumergió la cabeza con toda su fuerza y el pobre chico no podía sacarla, hasta que, en un supremo y desesperado esfuerzo, lo logró, buscando el aire ansiosamente. Su maestro le dijo, entonces: “Cuando busques a Dios como el aire que has necesitado, lo encontrarás”. Porque, en verdad, de lo que se trata o se necesita para encontrar, creer en Dios, es un verdadero interés, que se considera vital, que nos preocupa más que ninguna otra cosa. Muchos no lo encuentran porque no lo buscan. No les interesa. Más bien les estorba. Como decía el gran Unamuno, agnóstico de mente, creyente de corazón: “No espero nada bueno de un hombre que, por ignorancia, pereza mental, cientifismo, o lo que sea, no se preocupa de estos grandes temas del corazón, como son: Dios, el alma, el más allá…”.