«YO NUNCA HE SIDO DE DERECHAS» (PAPA FRANCISCO)
“Mi Reino no es de este mundo»
Me ha parecido oportuno, con perdón de mis lectores y sin ánimo de imponer nada, sólo exponer y analizar esta figura histórica, Pilato, con un punto de referencia a nuestro tiempo, por sus connotaciones políticas.
Toda la actuación de Pilato en el juicio de Jesús es consecuencia de su escepticismo y de una mentira real y política. Su personalidad queda definida por esa respuesta-pregunta: “¿Qué es la verdad? que no espera contestación, a la afirmación de su reo: “Mi reino no es de este mundo. Si mi reino fuera de este mundo los míos habrían venido para defenderme. Pero mi reino no es de este mundo”. ¿Luego tú eres rey? – Preguntó, en tono burlón, Pilato.”- Tú lo has dicho. Yo nací para esto: para dar testimonio de la verdad. Todo el que es de la verdad, oye mi voz”. – “¿Qué es la verdad?” Esa fue su cínica y de nuevo burlona contestación.
Por eso, no le importó la verdad de la inocencia de Jesús, ni la verdad de la causa de su acusación y entrega, que sabía era la envidia de los jefes de su pueblo, ni la verdad de su deber de hacer justicia. Se le acusa a Pilato de ser cobarde. Pero no fue así. Fue un astuto diplomático que, aprovechando el juicio de un judío, en un ambiente de rebelión y odio al dominio de los romanos, provocó lo que más deseaba: el reconocimiento por el pueblo judío del emperador, como rey de ellos.
“¿A vuestro rey voy a crucificar? “Y esto lo repitió hasta que la turba, alentada por sus jefes, gritó: “Nosotros no tenemos más rey que al César. Todo el que se hace rey es enemigo del César. Si tú lo sueltas no eres amigo del César”. Esta respuesta, tan astuta, para arrancarle a Pilato la condena definitiva, hizo alegrarse y, también temer, las consecuencias de su decisión. Cosa inaudita en el pueblo de Israel: apostatar de Yahvé, su Dios, a quien siempre habían reconocido como rey, siendo un pueblo teocrático, por odio al que rechazaban como Mesías.
Si Pilato sintió algún miedo o cobardía fue, sin duda, por cierto, temor supersticioso al oír que “se decía hijo de Dios”. Más la advertencia de su mujer de haber tenido pesadillas en sueños por ese judío, advirtiéndole que no se metiera con él, hizo que se decidiera a hacer todo lo posible para soltarlo. Pero el cariz político que estaba tomando la cosa si llegaba a oídos del César, cambió su voluntad, realizando el más contradictorio juicio y la más absurda sentencia de la historia jurídica: “Yo soy inocente de la sangre de este justo”, lavándose las manos en una ridícula ceremonia que le acusaba más que le excusaba.
No hay que trasladarse en el tiempo para comprobar que se repite este mismo hecho. Hoy mismo, en estos días, lo estamos viendo con asombro e indignación. ¡Cuántos se están “lavando las manos! Se echan la culpa, o la causa, unos a otros. ¡Y cuántos por intereses políticos o económicos se” lavan las manos “ante la muerte y explotación de tantísimos inocentes, mujeres, niños, ancianos! Antes de nacer o de morir, al borde de la pobreza, el hambre, el abandono y la injusticia, ya están sentenciados por los Pilatos de este siglo.
Muchos, como Pilato, se preguntan y preguntan, a los que sí conocen y viven la verdad: ¿Qué es la verdad? Pero es una pregunta hecha sin ánimo sincero de conocerla, ni les produce angustia ni preocupación, y lo demuestra el tono irónico y burlón que indica escepticismo, indiferencia y total seguridad de que ni existe, ni les interesa la verdad.
Hay bellísimos y conmovedores ejemplos de personas, incluso ateas, agnósticas, hasta agresivas con la Iglesia y con los creyentes, en general, que se “convirtieron” a la” verdad “sea a la verdad de la fe, del amor, o de la justicia” verdadera.”
Un caso relativamente cercano, entre los infinitos que se cuentan, es el de la filósofa, judía, atea, Edift Stein, víctima de los nazis en las cámaras de gas; hoy Santa Teresa Benedicta de la Cruz, copatrona de Europa. Leyendo la vida de Santa Teresa de Jesús, la española, exclamó: “Aquí está la verdad”. Después de muchos años de buscarla con angustia y sinceridad. Miguel de Unamuno es el ejemplo clásico de despertador de las conciencias que decía: “Yo no espero nada bueno de un hombre que, por ignorancia, pereza mental, cientifismo o lo que sea no se preocupa de estos temas del corazón, como son Dios, el alma, el más allá…” Y se reconocía “agnóstico” de mente y creyente de corazón. Y decía que su misión era hacer que estuvieran inquietos y anhelantes para poder buscar la verdad a todos sus lectores u oyentes.
“Todo el que es de la verdad, oye mi voz”. Dijo Jesús. Todo el que ama y busca la verdad, quiere decir, oye mi voz. Así lo dijo, rotundamente, y la Historia lo confirma.
La Historia ha juzgado a este juez inicuo. Como juzgará a los muchos Pilatos que tienen delante la verdad y no la ven o no la quieren ver. La mentira en la política, en los negocios, en las creencias, toda gran mentira es algo diabólico, como dijo Jesús: “Vosotros sois hijos de vuestro padre, el diablo; él es mentiroso y padre de la mentira que no se mantuvo en la verdad”. La mentira, el gran pecado del mundo. “Por envidia del diablo entró el pecado en el mundo, y, por el pecado, la muerte”.
¡Desgraciado Pilato! Preguntó por la verdad, y la tenía delante.
Viene a cuento este artículo con ocasión de las palabras del Papa Francisco: “Yo nunca he sido de derechas”. La palabra derecha, y su contenido semántico, tiene variadas connotaciones según el contexto histórico, geográfico, político y social; y más, que sería largo enumerar y explicar. En Argentina, como en España y otros países, en tiempos de dictadura, era sinónimo de identificación con el régimen. Lo mismo ocurre con la palabra izquierda. Pero estas dos discutidas palabras han sufrido modificaciones: derecha moderada, extrema derecha, centro derecha; extrema izquierda, moderada, centro izquierda…Por lo que, hoy, una persona culta, sabe que no todo político de izquierda es “rojo”, heredero forzoso del violento marxismo-leninismo, ni todo político de derecha es “facha”, heredero forzoso del franquismo. La ignorancia de este cambio histórico da lugar a mantener ese odio irracional y antidemocrático que nos llevó a la terrible guerra civil entre españoles.
Este Papa, al hablar de la derecha a la que nunca perteneció, viniendo de una dictadura argentina, tiene que referirse a esa derecha identificada con esa dictadura; puede que en su juventud, antes de ingresar en el seminario, fuera simpatizante pacífico, por su educación cristiana, de la izquierda, de esa que se oponía a la dictadura, y, luego, ya, como sacerdote y arzobispo-cardenal, siguió oponiéndose con su palabra y ejemplo; como Tarancón en la dictadura franquista al enfrentarse al régimen, pidiendo libertad.
El Papa sabe y lo demuestra en sus palabras y acciones, antes y después de esa afirmación, que él, como todos los obispos, sacerdotes y religiosos, que no pueden ni deben pertenecer a ningún partido político, ni dar su beneplácito a uno o a otro. Los laicos, seglares cristianos, sí pueden y hasta deben participar en la política, no para imponer sus criterios cristianos, sino, con ese espíritu, aceptar las leyes justas, colaborar al bien común, y respetar todos los criterios e ideologías.
Cuando Jesús dijo: “Mi reino no es de este mundo”, dejó bien claro a qué clase de reino (sociedad) se refería. El Reino de los Cielos, reino espiritual, “el reino de los cielos dentro de vosotros está”, otra frase suya. La misión, por tanto, del Papa y de todos los que dije antes, es anunciar el evangelio, a Jesucristo. Que la Iglesia, como tantas otras religiones, no como tal, en su mensaje, sino en algunos de sus miembros, se haya inmiscuido en política de derechas o de izquierdas, como los curas comunistas, o franquistas, es una desviación del Evangelio. El Papa, así, no es de derechas, ni de izquierdas. Es de Jesús, y como Jesús, es de todos y para todos. Esto debe quedar bien claro para que no se llamen a engaño ni la derecha ni la izquierda. Bien conocida es la imagen que recorrió el mundo de los medios, de Juan Pablo II, en el aeropuerto de Cuba con el dedo levantado, riñendo y señalando a Ernesto Cardenal, estando éste, de rodillas, en tierra, por su implicación política directa como cura y ministro de cultura del régimen castrista. Siendo, ambas cosas, incompatibles por su carácter sacerdotal.
Un antiguo alumno mío, a quien admiro y respeto, y aprecio muchísimo, que me ha dado una gran lección, aunque yo ya lo compartía, me decía: “Yo creo que todas las religiones tienen derecho a predicar sus creencias, siempre que lo hagan con métodos pacíficos y convincentes”. El es de izquierda, republicano, que califica de vergüenza para la izquierda la actitud de los que no son tolerantes y respetuosos con los que tienen otras ideologías. Es de esos que dijo Jesús a Pilato, el escéptico, burlón e irrespetuoso: “Todo el que ama la verdad escucha mi voz”. Que es la voz de la conciencia honrada, noble, respetuosa, aunque no comparta las ideas políticas o religiosas de otros. Señal de que busca la verdad. Y me recuerda aquellos versos de Machado:” “¿Tu verdad? No. La verdad. No. Guárdatela. La verdad, Y ven conmigo a buscarla”. Y, por eso, me dijo:” Ni usted, ni el Papa, ni nadie me hará cambiar de idea”, dicho esto con acento amable, amistoso, sabiendo que no era esa mi intención ni la suya para conmigo. Decía que tenía amigos de ideas contrarias y que alucinaban al ver su tolerancia. Y me decía: ¿Qué más se puede pedir para no volver a la violencia, a los insultos, las amenazas y a las muertes?
Quede este testimonio de un alumno que admiro, respeto, y envidio; y del que me siento orgulloso, ahora, y de haber sido su profesor.