SEGUNDA PARTE

(Antonio Serrano Santos) Dije antes que el problema principal parece que es la soledad. O porque pienso que el celibato me va a impedir ser un buen cura, o por mi complexión nerviosa, o porque echo de menos la compañía y amor de una mujer. Bien. Muchas personas, hombres y mujeres, han elegido,libremente, vivir sin casarse, dedicados a la ciencia, a las artes o actividades sociales, caritativas, misiones,etc, sin ser religiosos e, incluso, sin fe. La soledad no suele ser un grave problema para esas personas. Más bien se sienten más libres para dedicarse a su labor. No renuncian, por eso, a las amistades, a una vida social, familiar, dulcificando, en parte, esa elegida soledad.

“Ser o no ser”, habría que decir aquí, sobre ser sacerdote. Ser sacerdote casado, que en casos concretos la misma Iglesia acepta, es una excepción. Que la Iglesia consideró oportunos y necesarios. Pero son excepción. Ya no estamos en la Edad Media que dio lugar, en parte, a los escándalos. Pero este Papa, en respuesta a los periodistas sobre el celibato eclesiástico, les dijo: “ La puerta está abierta”; o sea, que se podía ver la posibilidad de eliminar el celibato. Pero añadió: “ Ahora no pensamos en eso”. Es decir, no es algo de necesidad urgente.

El cura, en el tráfago del mundo, no en un monasterio o convento, como los cartujos o cistercienses, está expuesto a muchas tentaciones, y peligros  contra su labor pastoral y social, y, especialmente, contra su persona, sus deseos, ilusiones, sus luchas, su fe y su paciencia. Es una lucha que, a pesar de su vocación sincera, valentía, buena voluntad y la fuerza espiritual que el sacramento le confiere, puede superar, como dice el obispo en la ordenación de diácono, imponiendo su mano sobre su cabeza, perfectamente aplicable al sacerdote que ya lo recibió en su ordenación anterior de diácono : “ Accipe Spiritum Sanctum, ad robur et ad resistendum ciábolo et tentionibus eius. In nomine Domini”. : “ Recibe el Espíritu Santo para fortaleza y para resistir al diablo y sus tentaciones. En nombre del Señor”. Refiriéndose Santa Teresa de Jesús a los grandes bienes que Dios concede, como es el sacerdocio, y al temor que algunos tienen de no tener fuerza y pensar que es vanagloria o humildad  pensar que Dios les concede grandes bienes. Dice ella: “ No cure de unas humildades que hay, ( …) que les parece humildad no entender que Dios les va dando dones. Entendamos bien, bien, como ello es, que nos los da Dios sin merecimiento nuestro y agradezcámoselo a su Magestad. Porque si no conocemos somos ricos, no despertamos a amar. Y es cierto que mientas más nos vemos ricos, sobre conocer somos pobres, mayor aprovechamiento nos viene y aún más verdadera humildad. Lo demás es acobardar el ánimo a pensar que no es capaz de grandes bienes si en comenzando el Señor a dárselos, comienza a atemorizarse con temor de vanagloria.( O de no poder) Creamos que Dios nos dará gracia para que, en tentando el demonio en este caso, lo entienda; y fortaleza para resistir. Digo si andamos con llaneza delante de Dios pretendiendo contentar solo a Él y no a los hombres.”

Hasta ahora, en la historia de vidas de santos, ningún santo sacerdote canonizado se ha quejado del celibato ni de la soledad. Al contrario, la han buscado. “ En silencio y esperanza será nuestra fortaleza” ( S. Juan de la Cruz). Al sacerdote secular le es más difícil en medio del mundo encontrar esa soledad y, sin embargo, le es más necesario que a un monje en su convento. Y puede dulcificarse, mitigarse y con más mérito, buscar y tener grandes ratos, no minutos, de oración junto al Sagrario, convivir con compañeros, amigos, familia, colaboradores, que le ayuden a no sentirse solo. La soledad de los missioneros se compensa y mucho, con el pueblo que atiende y lo quieren.

Por último, entre el matrimonio y el sacerdocio hay una clara diferencia con miras al Reino de los Cielos”, a la vida eterna. El matrimonio tiene una finalidad específica, como matrimonio, no en cuanto cristiano, con contrayentes que pueden ser santos y sentirse con vocación a él: El amor mutuo y, o, la procreación de los hijos. Incluso, pueden ser de vida más santa que la del sacerdote que no por ser sacerdote es santo, sino por su vida santa. Misión y finalidad del matrimonio que se acaba con la muerte. Porque el matrimonio, como estado físico, no orienta a la vida eterna, sino a la vida terrenal; como vida matrimonial vivida en cristiano, con fe, si los orienta a la vida eterna.

El estado y finalidad del sacerdocio, por su naturaleza y finalidad espiritual, cristiana, tiende a la vida eterna, a la conversión y salvación de los hombres. A dar a conocer y amar a Jesús. A formar miembros de la Iglesia. Solo por el hecho de administrar sacramentos necesarios para la vida eterna y únicamente ellos, en su misión, como la consagración eucarística y el sacramento de la reconciliación, la confesión, ya el estado sacerdotal es , no solo superior y más importante que el matrimonio, sino necesario. Los dos son sacramentos,y ambos no se menosprecian mutuamente, pero sí se valora más aquél que éste por su naturaleza y finalidad, no por las personas que lo componen.

El sacerdote, como “ eunuco” según la tercera manera de serlo, es decir, por amor a al Reino de los Cielos, renuncia, libre y voluntariamente, al matrimonio y acepta, por eso,  el celibato como una liberación y no como una carga o cadena . Con un amor incondicional, total, a Dios, a Jesús, a quien pretende seguir e imitar lo mejor posible por la salvación de las almas.