(Jacinto Mártinez) Después de la dictadura, antes no se podía, comencé a manifestar mis preferencias políticas adhiriéndome al pensamiento y sentimiento representado por el PSP (partido socialista popular) que defendía los valores que me han acompañado durante toda mi vida adulta. Esta formación política fue arrasada y absorbida, a mi modo de ver de una forma poco transparente, por el PSOE (partido socialista obrero español) de entonces.

El PSOE de entonces, que en nada se parece al de ahora, continuaba defendiendo casi todos, no todos, los valores que representaba el PSP; por esta razón la mayoría de los anteriores seguidores de este último partido, nos convertimos en seguidores del PSOE. Creímos en él, y afortunadamente, con él, continuó el cambio iniciado por la UCD, para modernizar España y volverla a situar en el mundo.

Era una época de valores, de orgullo nacional, de remar juntos; si también catalanes, vascos y gallegos que no obstante ya habían introducido en la flamante constitución, sus privilegios, y por tanto la semilla de la discordia que fructificaría muchos años después. Esta semilla fue sistemáticamente abonada de forma interesada y sectaria, primero por grupos interesados, y después por la totalidad de los partidos políticos del momento, pudriendo lentamente sus esencias con la única justificación de acceder al poder  o mantenerse en él.

Y de aquellos barros, estos lodos. El afán de poder ha sustituido por exterminio a los valores esenciales de todos los partidos, y muy esencialmente, al menos para mí, del socialismo que ahora, en este nuevo PSOE es proterrorismo, sectario, separatista e iconoclasta, como demuestran sus manifestaciones públicas, sus últimos gobiernos y sobre todo sus alianzas pasadas, presentes y, al parecer, futuras.

Me avergüenzo de este socialismo que se aleja del bien común, que arruina la democracia interna de su partido fortificando el culto al líder, haga lo que haga, diga todo lo que diga. Me avergüenzo de este socialismo que coacciona a la justicia, retuerce la dinámica parlamentaria, utiliza despótica y desvergonzadamente las instituciones, y controla y utiliza a medios de comunicación, desprestigiando gravemente a la actividad política en aras del poder. No todo vale. En una civilización moderna no se puede justificar la ley de la jungla.

Hubiera preferido un socialismo que hubiera mantenido valientemente sus valores y líneas de acción, aún a costa de no gobernar. No es válido, concebible, ni justificable para mí, que por acción u omisión se ponga en peligro la unidad de España, que se recurra a la división entre españoles para distraer la opinión pública, que justifique la corrupción institucional que ha venido ejerciendo, en lugar de arrasarla; en definitiva, hubiera preferido un socialismo moderno pero no corrupto, porque la corrupción no solo tiene un componente económico directo, también lo es en aquellas situaciones, en que se ceden unos principios a los que no se puede renunciar, porque suponen perder la identidad y la fuerza de la razón.