(Francisco Javier Zambrana Durán – Alhaurín de la Torre)
Total, a quién le importa. Ya que se hacen las cosas, que se hagan bien, no a medias. Si algo nos caracteriza a las personas de hoy es que seguimos este canon. A rajatabla. Da igual lo que suceda, nos mantenemos firmes ante el despotismo y la dejadez. Total, si me beneficia. No miramos a nuestro alrededor, ni siquiera nos esforzamos por comprender, por ser parte de algo. Individualismo sin colectivismo. Masivismo. ¿Cómo íbamos a cumplir las normas después de todo esto?
Parecerá paradójico, pero no lo es. De hecho, nunca lo ha sido. Las normas están para romperse, y así se ha dicho en muchas ocasiones, pero no para que nos recompensen por hacerlo. Sonará extraño, y seguro que a muchos lectores les hará sentirse alejados de esta maldita pirada que plantea el que escribe. Pero no, nada más lejos de la realidad.
Paseaba por el barrio de La Rosaleda, junto al estadio de fútbol, en las calles paralelas al Materno Infantil de Málaga. Volvía hacia el coche, que había dejado aparcado en una de las zonas donde suele haber algún que otro hueco. Iba hablando sobre idas y venidas, algunas reflexiones varias, hasta que me encontré con la que seguro que encabezaría la fuerza de la columna semanal. El anuncio era claro: ‘‘Expertos en gestión de multas’’.
Había escuchado en varias ocasiones aquella frase en la radio: ‘‘Tú, conduce’’. Qué frase. Es como: ‘‘tú, roba’’. Un imperativo, una indicación de que tienes que conducir, quizá siguiendo algún que otro estándar de lo que nos enseñaron aquellas profesoras de autoescuela. Una norma que bien podría seguirse si uno quiere, o si no lo desea. Al fin y al cabo, solo conduces, sin importar la velocidad, la forma o las consecuencias.
El modelo de negocio desesperado de este tipo de empresas nos lleva a reflexionar sobre si verdaderamente nos estamos ‘colando’ en nuestra sociedad. Todo parece indicar que sí, que se nos ‘va la olla’ planteando maneras de romper con el mercado para conseguir algún que otro euro. Dar la posibilidad de que, por menos de 10 euros al mes, como plantea esta empresa (cuyo nombre no se dará para preservar la identidad), podamos eximirnos de pagar por incumplir las leyes es cuanto menos una aberración del modus operandi que caracteriza a una población con algo de sentido común.
Sin embargo, no es extraño. El problema viene del afán por conseguir dinero, por tener algo más que el vecino y por sumergirnos cada vez más en esa sociedad líquida. No se valora ser leal, cómo se iba a valorar ser legal. Nuestra vida se rige por el dinero y por la forma de conseguirlo, y solo nos interesa ahorrarnos. Ahorrarnos dinero, y, en muchas ocasiones, tiempo. Conduciendo a gran velocidad es lo que se logra.
Que nos recompensen por hacerlo mal es como si nos enseñaran que robar, matar, violar o pegar está bien, y que no hay problema alguno en hacerlo. La cordura se pierde en una sucesión de hechos como estos, en problemas pequeños, leves para algunos y graves para otros que encuentran su cénit en la reflexión más pura de todas: ‘‘y a mí, ¿qué?’’.
Y razón no falta. Qué nos importa que pasen estas cosas si no nos afectan.
Ya, pero habrá gente que las contrate y crea que hace el bien. Corra, ebria, le pare un policía y le multe. Se librará y lo volverá a hacer. Sin sentido de responsabilidad, como si por robar en una tienda nos dieran una palmada en la espalda y nos dijeran: ‘‘Tú, roba, que yo te timo’’.
Realizado por: Francisco Javier Zambrana Durán (@neyfranzambrana/Francisco Zambrana).
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