(Francisco Javier Zambrana Durán – Alhaurín de la Torre)

Detrás de aquel telón que recubre la belleza de una redacción existe la ínfima posibilidad, remota en algunos casos, quizá reglada en otros, de que quien sea la cabeza no entienda lo que es el oficio del narrar historias. Probablemente, pocos se hayan parado a analizar el qué, el cómo, el cuándo, el por qué, el quién o el dónde. Teorías básicas para un periodista, pero de tesis doctoral para quienes no están familiarizados con lo mundano. Teorías, que, al fin y al cabo, demuestran que no todos pueden contar todo a su forma.

Quizá, esto es lo que pone de manifiesto en mayor medida David Jiménez, corresponsal de la vieja escuela, despedido como director de El Mundo por querer mejorar su calidad como diario. Una teoría desglosada en cientos de ocasiones, tenida en cuenta por gran variedad de generaciones, y no respetada por apenas nadie. Una basada en la ética de una profesión que no busca beneficiar a poderes, financiar corruptelas o rendirse ante las ofertas de varios ceros, sino mostrar a la sociedad a quienes lo secundan.

El Director es la novela que destapa el telón de la bondad, de la sonrisa pícara de quien conoce que al día siguiente comerá en el mismo plato, en la misma mesa de aquel restaurante en el centro de la ciudad. Es el símbolo de la profesión, de los periodistas que, todavía, siguen con fuerza. Es decir, de los que no ha matado el clientelismo.

De esos quedan muy pocos. Probablemente, una escasa cantidad que a día de hoy no sea capaz de ser contabilizada, sobre todo por el fango que recubre los teclados de quienes sí fomentan la praxis adecuada. Pocos capaces de fundar un diario, por pequeño que sea, ponerlo en bancarrota en cuestión de meses y saber que se ha hecho un periodismo de calidad, un planteamiento de democracia, y no una venta declarada al poder.

Sin embargo, de los que no conocen los hay a montones. Son cientos. Dirigen incursiones en la opinión pública, fomentan la demagogia entre quienes no perciben la efímera línea de un océano de grosor que separa el pseudoperiodismo del periodismo. Y, ante todo, se cuelgan la medalla del saber, del ser rentables. Todo ello sin conocer las reglas.

El presente se plantea como un juego de mesa capitalista. En él no hay reglas, al menos establecidas desde primera hora. Otros las dictaminan, sin rechistar. Se colocan las fichas exactamente como ellos lo desean. Se juega. Se gana. Se compra. Se vende. Se despide. Y todo ello sin que ninguno de los que dirige sepa de qué trata.

Es por ello por lo que solo resisten hoy los que plasman otra forma de entender el oficio. Solo resisten como verdaderos los que algún día se negaron a las reglas falseadas y se acogieron a las suyas, esas que David se grabó a fuego durante los cuatro años en el pupitre rígido. Las reglas a las que los periodistas vivos jamás le fallarán. Que difundirán. Aunque les cueste el sueldo.


Realizado por: Francisco Javier Zambrana Durán (@neyfranzambrana/Francisco Zambrana).

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