(Francisco Javier Zambrana Durán)

Manidos. Discursos. Pedregosos. Irrespetuosos con la muerte, por momentos. El resto.

España. Lo primero, lo único. Bueno, eso y aquel. Porque hasta que llegó, todo esto era campo. Pero él pudo volver a recuperarlo.

Recuperar conceptos con palabras X, temas Y, y finales de E. El duelo constante entre el micrófono y la cordura se desequilibra y termina cayendo del lado de las palabras que calan. De vez en cuando una. Tres.

Y claro, eso es gustoso. Diríamos bueno. Diríamos que justifica, que es laxo, procesal. Elemental. De lo que se denomina país.

Y se representa con tres colores.

Es así. Se menciona el voto. El útil. El respeto. Se recuerdan a los que sembraron el desorden. Se dan ´vivas´. Se aplaude la labor de los que defienden al territorio. De vez en cuando, se explica que la verdad la portan. La única. La de los que están. Aunque no lo estén.

Porque son jóvenes, viejos, niños. En masculino. Al menos, así lo recuerda la representante, que, revive, con fuerza, que se sigue en España. Que se sigue con ilusión, o con algo que se parezca. Como si Abascal volviera a entrar entre bochornos y empujones de gloria. Como si volviera a salir sin que nadie supiera por dónde. Como si le hablasen. Como si todos le acompañasen.

Él lo recuerda. Lo explica, lo cuenta como si fuera un libro. Una historia de grandes, de mastodontes imperiosos. Porque a él, le ha tocado ser el protagonista. Defender lo que otros ¨no defendían¨. Otros que subieron a redes ¨imágenes con subfusil¨. Otros que no hicieron nada. Y esas cosas.

Ataques. Al rey, y a la cruz. Golpes. De Estado. Terrorismo. Nacional.

Paradójicamente, se sigue pidiendo lo que de en teoría se alardea. Se habla de poder, de no poder. De censura. De derechos. Esos que Santiago elimina de los ¨periodistas falsos¨ que trabajan en las cabeceras nacionales.

Se pita. Chirría. Cambia. Bueno, eso no. No cambia porque es férreo, fiel a sus principios. O a sus finales.

Esos que tanto gustan. Esos en los que se corea. Igual que al principio, como si lo que hubiera acontecido fuese simple. Base. Llano. Nimio, se diría.

Solo que ahora, tras tanto bochorno, hace más calor. Ahora algunos tienen lágrimas en sus ojos. Se sienten justificados. Defienden sus ideas.

Después de hacer política. O contarla. Repasarla.

Con quien quiera compartirlo. Compartir la dictadura de las palabras. La educación del no conocer. La economía del deseo muerto. La democracia del silencio. Absoluto.

Ese que no existe cuando el himno legionario suena. Pero que calla ante los que no son problemas. Que hace olvidar. Para luego gritar. Como nunca. Por encima de cualquier voz.

Y cohibe.