(Antonio Serrano Santos) “La primavera ha venido. Nadie sabe cómo ha sido”. Este dicho popular refleja  la siempre sorprendente, aunque esperada, aparición, casi mágica, de la primavera. Los campos reverdecidos, las amapolas, inundando, como una alfombra roja, los trigales; las margaritas blancas y amarillas; las rosas en su infinita variedad, los geranios; y las abejas, libando para su “ dulce miel y blanda cera”, que diría Machado. Las libélulas, en su ballet aéreo  y las mariposas multicolores ,de flor en flor. Los menudos gorriones con su algarabía matutina al despertar la aurora  y refugiados, al atardecer, como niños  remolones al irse a dormir;  en sus graciosos saltitos y picoteos; el vuelo rasante de las  golondrinas colgando sus nidos en los aleros de los tejados. El sol radiante; la sombra, que ya se busca, de los árboles; la alondra y el ruiseñor, saludando a la primavera con sus dulces trinos. La lagartija escurridiza, las hacendosas hormigas, incansables en su larguísima procesión ; el aire ya más suave, y la brisa mañanera. Las frescas tardes de arreboles. La tórtola con sus arrumacos llamando al macho; las palomas zurean y planean en cortos vuelos. Los ciervos empitonándose en rivalidad por el harem de las ciervas. La música callada del cristal del arroyuelo, acariciando las flores y matas de sus orillas. Los álamos plateados mecidos por el viento, y la brisa que acaricia el rostro y da paz al cuerpo y serena el alma. El corazón late con más fuerza y se aspira profundamente el aire mentolado de tomillo,  romero y yerbabuena.

Y los suspiros de las jovencitas, y la nostalgia de los mayores. Y la sangre del joven,  y del adolescente   tímido, frente a las “ niñas”.  El rubor encendido de la joven enamorada. “ La primavera la sangre altera”. El resucitar de los sueños, al recuerdo de sus amores, en los ancianos. El alegre jolgorio de los niños, sus juegos y escondites entre los maizales, revolcándose en el blando césped  y chapoteando y salpicándose  en el riachuelo. Los grandes girasoles, que enamoraron a Van Gogh.

Todo es un canto a la vida. Todo parecía muerto en el invierno. Y, de pronto, todo resucita.  Una muda explosión de mil colores. Se acaban las toses, los resfriados, los abrigos, los potingues…La naturaleza se impone como esos brotes que atraviesan troncos de árboles por sitios inverosímiles, por grietas de rocas, de las aceras, entre las rendijas, rompiendo las raices de los árboles las losetas del suelo. La vida se impone a la muerte. La semilla que muere en tierra, resucita con más vigor y se multiplica. Por una sola, brotan cientos. Ni las tormentas, ni los huracanes, ni los terremotos, ni los tsunamis, ni la lava de los volcanes matan la vida ni sofocan la fuerza vital de la naturaleza. Así, las vidas humanas. Muere el hombre, muere la mujer, pero sus vidas no mueren; se transforman, como todo, en la naturaleza. No hacen falta pruebas. Es la naturaleza; es la vida que continúa imparable. “ La naturaleza entera gime, como con dolores de parto, esperando ansiosa la libertad de los hijos de Dios”; la libertad y  la resurrección del dolor y de la muerte. La semilla cae en tierra y, enterrada, ciega, muda,  entre el estiércol del abono, se muere y pudre para poder, luego, dar fruto. Y , si no muere, se queda sola y estéril. La semilla, como el ser humano, no se cree que, desde la oscura frialdad de la profundidad de la tierra, crecerá y saldrá a un cielo tibio, de luz, de sol y de colores; que en sus ramas brotarán flores y fruto, y los pájaros cantarán en  ellas, alegrando y celebrando la vida. No. No lo cree. Leí en la lápida de un cementerio: “ ¡ Qué bonito es el vivir/ si se tiene la esperanza/ de que, al morir, como la primavera,/ todo volverá a resurgir.”

“ La primavera ha venido, nadie sabe cómo ha sido”. Un niño ha nacido. Nadie sabe cómo ha sido. Ya sonríen algunos, diciendo :” Claro que sabemos cómo ha sido”. No. No lo sabemos. Cada vez que nace un ser humano, un niño, una niña, es una sorpresa; una enorme, grandiosa, alegre sorpresa. Es una primavera en chiquito. Se esperaba y no se esperaba. No es la engendración entre el hombre y la mujer. Viene sola la primavera humana chiquita. Lleva en si, con todo su candor,  los colores, la música, los cantos de las aves. Ha salido de la madre tierra, del seno materno; la semilla ha fructificado. Pero los padres no la han engendrado. Han sido los transmisores, procreadores; pero ellos no han podido dar el impulso a los latidos del reloj de su corazón, ni organizar en su cerebro sus tres mil millones de neuronas;  no han podido unir los gametos para formar el zigoto, no han podido dibujar la sonrisa en el pequeño ser humano que se chupa el dedo mientras se baña y mueve en el jacussi tibio del líquido anniótico del seno materno. No han preparado la placenta, para alimentar y respirar, a la pequeña “ primavera” humana. No han pintado el color azul, verde, negro o gris, de sus ojos. No. No han sido ellos. Es una obra demasiado inteligente, demasiado complicada, demasiado empeño, impulsor, protector y bondadoso, que ha estado pendiente, con mimo, en todos los detalles de ese microcosmos, más grande e importante, en su pequeñez, que el macrocosmos del universo. Una maravilla de ingeniería sobrehumana humana. Una ternura reflejada en esa obra de arte que jamás podrán crear, ni el hombre ni la mujer, ni los más sofisticados robots. Porque es una auténtica, verdadera y única creación.   Porque la gran sorpresa, la primera, única y grandiosa “ Primavera”, la eterna primavera , creadora de tanta maravilla, es  DIOS. Resucitó Jesús, en primavera. Y, con El, “ habrá cielos y tierra nuevos”.  Tan amante creador de la naturaleza, como de su criatura:  el hombre y la mujer.