APUNTES SOBRE LA SEMANA CERVANTINA EN ALCALÁ DE HENARES

Antonio Serrano Santos

Ya llevo varios años que visito Alcalá de Henares por motivos familiares. Y en dos de ellos he vivido la “Semana Cervantina”. Vuelvo este año, otra vez, a visitar y participar en ella. Este año, como novedad, se va a llevar en procesión la partida de bautismo de Cervantes. Para que no digan como de Colón que era catalán, que ya se ha dicho. Sólo les falta decir que Jesucristo también fue catalán. Y esto lo digo no por los catalanes, en general, sino por los ignorantes y tergiversadores de la Historia, los nacionalistas. Con grandísima ilusión, esperé, y espero, esa ocasión desde Málaga, mi tierra natal. Los pasillos laterales de la Calle Mayor, con su techo bajo y las columnas anchas y sólidas, conservan todo el sabor medieval. La ambientación, con las tiendas y el vestuario de época, nos retrotrae al tiempo de Cervantes. Me imaginaba a Miguelito Cervantes, niño, en su afanoso deseo de aprender, coger del suelo cualquier trozo de papel escrito. Observando, también, a su padre cómo atendía a los enfermos en la Casa de Misericordia, cerca de su vivienda.

El pan a la leña, las distintas clases de queso, el incienso, los jabones, hoy llamados ecológicos, la miel de distintas clases de flores, los panales en cajitas, la jalea real “fresca”, la confección del pan delante de los compradores, en hornos antiguos, los muñecos de madera, las marionetas, los escudos, espadas, ballestas y trajes multicolores. Todo medieval. La catedral, con el milagro del Santísimo Sacramento, la plaza de Cervantes con su estatua, la universalmente famosa Universidad, testigo de uno de sus alumnos más famosos y menos duradero que se licenció en la “Universitas Studiorum” de la vida, de una vida de las más agitadas, aventureras y fecundas en experiencias que han existido.

Cuna y refugio, también, de celebridades de la historia y de la cultura como Santo Tomás de Villanueva, el Cardenal Cisneros, su creador, la hija de los Reyes Católicos, Catalina de Aragón, y más que no necesito alargar. Pero, sobre todo, le cabe la gloria de ser la que dio a luz al hombre que superó, con su ingenio y sabiduría, todo lo habido y por haber en el mundo de las letras, las ideas, la concepción de lo humano y cristiano, en el individuo y en la sociedad.

Por eso, y por muchas más razones, firmé, con esperanza y alegría, la solicitud que nos presentaron en la Calle Mayor, de que Alcalá de Henares sea reconocida como Ciudad Cultural Europea.

Y estuve, como otra vez, en la casa natal de Cervantes. Me hice, con mi familia, la foto en la puerta, abrazando las estatuas de bronce de Don Quijote y Sancho Panza, entre los que me senté y me sentí, muy orgulloso, pareciéndome que el abrazo del frío metal calentaba mi corazón, enorgullecido de ser español. Con pena de ver cómo algunos pueblos, como Francia, se sienten orgullosos de ser franceses, mientras que aquí, en nuestra querida y denostada España, muchos se avergüenzan de ser españoles.

Entré en la casa de Don Miguel de Cervantes Saavedra. Como el que entra en lugar sagrado. Si el hombre es hombre, y es digno de llamarse así, es por su mente y ésta, por su alma inmortal, porque inmortal es su pensamiento, y por eso Cervantes y su inmensa obra son inmortales. No hace falta demostrar la inmortalidad del alma ni la verdad de la religión, ni la unidad de España. Basta leer el Quijote. Jamás ha llegado el hombre, aparte de la Biblia, hasta las máximas profundidades del alma humana y de sus entresijos. Jamás ha llegado nadie a conocer y expresar, con tanta veracidad y experiencia, la psicología humana, la ironía, la pasión, el amor, el dolor, la fe y la caballerosidad. Jamás.

Recorrí las distintas salas: cocina, botica, cuarto de las dueñas, de los infantes, etc. Y, por fin, me detuve con delectación, en la sala de las numerosas ediciones del Quijote. En alemán, inglés, griego, rumano, chino, japonés, portugués, esperanto, francés, críptico, holandés, noruego y latino-americanos, vasco, catalán…Y me consta que sigue traduciéndose en muchos más, como el suagili y demás lenguas y dialectos. Tuve en mis manos, también, un ejemplar en latín, obra de ingente labor, como la biblia en verso. Para colmo, me compré la obrita, en latín macarrónico: “Historia Domini Quijoti Manchegui”, humorística y bien recibida. Poseo una edición de finales del siglo XVIII y, en “fac smil”, la primera edición de la primera parte del Quijote y, otras ediciones. Lo digo, a pesar de mi modesto saber, con complacencia. Así como he leído, entero, “de pe a pa”, como suele decirse, el Quijote. En ningún hogar, en ninguna biblioteca, pública o privada, debería faltar el Quijote. Un antiguo profesor mío, Alfonso Canales, q.e.p.d., con el que me unía cierta relación amistosa y literaria, conocido poeta malagueño, miembro de la Real Academia de la Lengua, que me dio lecciones, comentarios sobre el Quijote, que poseía doce habitaciones, ¡doce!, llenas de libros, con más de veinte mil volúmenes, no tuvo a mal recibir, como un bufón con agrado de la corte, el Quijote en latín macarrónico. Porque todo lo referente a él, que no ofenda ni ridiculice, vale la pena tenerlo.

He disfrutado enumerando las ediciones del Quijote, pero hay algo, muy curioso, que muchos ignoran y que yo supe, no recuerdo cómo. Se sabe que muchos artistas suelen incluir en su obra, sea de pintura u obra literaria, películas, etc., su nombre o su figura, como una forma de firmar su obra. Velázquez, en las Meninas, por ejemplo, Alfred Hitchcock en sus películas etc. Pues bien, todavía veo sorprenderse, por ignorarlo, que Cervantes incluyó, en clave, su nombre, su firma, en su Quijote, como sello de autenticidad.

Voy a explicarlo: Dice él que su historia de Don Quijote la supo por un historiador árabe al que cita en su obra y que se llama Cide Amete Benengeli. Bien, pues desglosando estas palabras, letra por letra, tenemos lo siguiente, teniendo en cuenta la grafía medieval: del nombre Cide Amete Benengeli tomamos la “m”, que nos sirve para empezar el nombre del escritor: M de Miguel; la “i” de Cide. Tenemos ya “Mi”. La “g” de Benengeli.Ahí está “Mig”. La “e” de Cide; ya está “Mige”.(la u se suprime por contracción, entonces normal). De Benegeli, tomamos la “l”.Observamos ya “Migel”. De Cide, tomamos la “d, y la e” de Benengeli.Concluimos “Migel de”. Volvemos a tomar de Cide la “c”, ¿qué vemos?: “Migel de Ce”. La “b” de Benengeli y sale Ceb, más la “a” de amete, Ceba; más la “n” de Benengeli, Ceban; más la “t” de Amete y tenemos ya Cebant que con la última “e”, Cebante. Total: “Migel de Cebante”. Según la grafía de la época en los nombres propios. Laborioso el proceso, pero real. No hay duda, Cervantes ocultó su nombre diciendo así que el historiador árabe no era más que él mismo. ¿No es propio del ingenioso Don Miguel de Cervantes, autor del ingenioso hidalgo Don Quijote de la Mancha? El quijote apócrifo de Avellaneda queda así desautorizado, además de ser una ridícula imitación.

Sirva este modesto y obligado artículo de homenaje y admiración por este glorioso paisano nuestro. Y en defensa de lo español, hoy que, para otros pueblos, vuelvo a repetir, como el francés, es un orgullo patrio, en España, para muchos, ser español es una vergüenza. Vergüenza la que sentiría Don Miguel de Cervantes y su Don Quijote si recorriera los caminos de la España de hoy. Menos mal que el espíritu de Don Quijote, el de Cervantes, es inmortal y no podrán con él “unos cuantos follones y malandrines”