Antonio Serrano Santos

¡Aquí!

Hace un par de días leía yo en un “AQUÍ, LO MARAVILLOSO ES VERDADERO” periódico de máxima tirada, las manifestaciones de un conocido autor sobre su afición al mundo de la fantasía. Ya, desde niño, decía, esa obsesión marcó para siempre su vocación. Los cuentos de hadas, leyendas fantásticas y toda publicación que traspasaba los límites de lo real, todo ese mundo maravilloso se convirtió en objeto exclusivo de estudio, de trabajo, de dedicación completa.

Hace poco descubrió, según él, en el catolicismo, un mundo nuevo. Estas son sus palabras textuales: “Aquí, en el catolicismo, lo maravilloso es verdadero”. La fe, dice, me abrió la puerta de realidades que superan la fantasía. El, que antes no creía.

Un mundo sobrenatural que no está en contra de la razón ni de la naturaleza, sino “sobre ellas”. Son “sobrenaturales”. Que, en la historia de la religión católica, y sólo en ella, son un hecho las personas y acontecimientos “maravillosos”, desde las narraciones de los evangelios a los milagros de santos, de Lourdes, Fátima y una larguísima lista de maravillas, sorprendentes para creyentes y no creyentes.

En estos días en que la Semana Santa acaba con la Resurrección de Jesucristo, el máximo desafío a la ciencia moderna y a la más atrevida imaginación es la Sábana Santa de Turín, tema interminable de estudios, conferencias, polémicas, revistas y periódicos y televisión, sobre todo, a nivel mundial. Entre sus muchos misterios, el central es el de la posible huella de la resurrección de Jesús de Nazaret.

Llama la atención la impresionante serenidad y majestuosidad de ese rostro que, al mismo tiempo que es la evidente muestra de los malos tratos que sufrió, con clarísimos detalles de los golpes, señales sangrientas de las espinas de la corona, y esos ojos, cerrados, todo, en su conjunto, revelan el íntimo, indescriptible dolor y pena, sobrehumanos, de inmensa mansedumbre, vergüenza de la Humanidad y reflejo de todos los dolores y sufrimientos de tantos inocentes de la Historia. Muda acusación de los injustos de este mundo.

La resurrección, la vida eterna que conlleva, la misma Persona de Jesús-Dios, incorporado a la historia humana, son la mayor y la más amable y esperanzadora “maravilla” que supera y satisface plenamente los anhelos y la imaginación del hombre.

Ya lo dijo San Pablo: “Ni el hombre pudo imaginar, jamás, ni pasó por el corazón del hombre lo que Dios tiene preparado para los que le aman”.

Los hombres de su tiempo pidieron a Jesús una señal, una prueba, de su divinidad. Y Él les dijo: “Esta generación adúltera y perversa pide una señal. Y no se le dará otra que la de Jonás que estuvo tres días y tres noches en el vientre de la ballena. Así el Hijo del Hombre estará tres días en el seno de la tierra”. Y Tomás, su discípulo, también exigió, para creer, ver y meter su dedo en los agujeros de las manos y su mano en la ancha herida del costado.

La aparente negativa de Jesús se contradice con su condescendencia, compadecido de la debilidad de nuestra fe, y al hombre de entonces, Tomás, y a los de hoy, que dicen: “si no veo, no creo”, deja, no sólo una real “fotografía” suya, sino las señales de su Pasión y Resurrección, garantía de su divinidad y de la promesa de nuestra resurrección.

Sólo queda, para los que pedían pruebas, aunque sencillos de corazón, como Tomás, exclamar: “¡Señor mío y Dios mío!”

La Sábana Santa es un «reto a la inteligencia» por la extraordinaria crónica visual que ofrece de la pasión de Cristo. «Dado que no se trata de una materia de fe, la Iglesia no tiene competencia específica para pronunciarse sobre esas cuestiones. Encomienda a los científicos la tarea de continuar investigando para encontrar respuestas adecuadas a los interrogantes relacionados con este lienzo que, según la tradición, envolvió el cuerpo de nuestro Redentor cuando fue depuesto de la cruz» -Juan Pablo II ante la Sábana Santa 1998.

Hoy ya se ha descartado el resultado del análisis del carbono 14, con nuevos análisis fidedignos, aparte de datos anteriores como el que en la Edad Media no existía el algodón con el que se tejían los lienzos de limo; las partículas de polen de plantas exclusivas de la región de Palestina, el Jordán, etc; así como la imposibilidad de crear un negativo sin rastros de pintura, las señales de monedas en las cuencas de los ojos, etc. Cualquiera puede comprobarlo en las muchas publicaciones científicas aparecidas últimamente. Otro dato esencial para su autentificación es el Sudario de la catedral de Oviedo. Se ha superpuesto sobre el rostro de la Sábana Santa y coincide al milímetro con todos los rasgos físicos y manchas de sangre.

La Sábana Santa y el Sudario son el “Quinto Evangelio” porque “narran”, describen, exactamente, minuciosamente, gráficamente, todo el proceso de la Pasión, y Resurrección, de Cristo. No hay otra explicación y son el único documento- textual, hasta hoy, en todo el mundo.

Para los débiles en la fe es una ocasión histórica que nos ha tocado en suerte vivir que nos ayuda en nuestro deseo de acercarnos más a la Persona física de Jesús, a un mayor y más íntimo contacto y amistad con El, envidiosos del discípulo amado de Jesús que se atrevió a apoyarse en el hombro o el pecho de Jesús y mereció, por ese amor y confianza, lo que no se atrevieron a preguntar los demás discípulos, ni siquiera el impulsivo Pedro, la respuesta en secreto : “Al que Yo de un pan en salsa ése es”. Y vio que era Judas. Para los no creyentes es un motivo más de reflexión, un desafío manso, una dulce provocación a sus dudas, una oportunidad, quizás única, en su vida, en este siglo de las certezas físicas, de aproximación, por fin, de la ciencia y la fe, como decía este pequeño gran Papa, admirado y elogiado por el Nobel Vargas Llosas, de la razón y la fe. David Jou, físico y profesor estudioso del cerebro y del Universo, que defiende la armonía entre ciencia y religión, dice:” Hawking y otros científicos frivolizan la religión y divinizan las leyes físicas”.

Pero, en realidad, no hace falta el análisis del carbono 14, ni ningún otro análisis. Basta observar detenidamente, sin prejuicios, con la sencillez de un niño, con limpieza de corazón (“bienaventurados los limpios de corazón porque ellos “verán” a Dios”), esa imagen completa y ese rostro de la Sábana Santa para darse cuenta de que todo lo que narran los evangelios de la Pasión de Cristo, nos lo dice ella, con detalles escalofriantes, como un “Quinto Evangelio”. Es el verdadero rostro de Jesús. Ya dijo El a sus discípulos: “¡Dichosos vosotros porque podéis ver y oír lo que muchos profetas quisieron! ¡Dichosos nosotros, los de este siglo que podemos verlo! Y adivinarlo, porque está tan desfigurado como quiso que lo viéramos en tantos otros cristos sufrientes de nuestra historia. No se pre4senta en todo su esplendor, ni como los rostros de los famosos dioses de la belleza social, del cine o de las revistas. Ya, como dice este Papa Francisco, tan parecido al Jesús pobre y amigo de los pobres. ¡Veremos el hermoso rostro de Jesucristo!

“Pero no ruego sólo por éstos, sino por todos los que crean a través de su palabra…” “Para que el mundo crea que Tú me has enviado”, dice Jesús. Ese mundo de ayer y de hoy dominado por “la concupiscencia de los ojos, la concupiscencia de la carne y la soberbia de la vida”. No se harta el ojo de ver vanidades, ni de adorar los cuerpos, ni de endiosarse por encima de todo. Y no tiene ojos, ni es capaz de ver y contemplar en ese sudario, con humildad y agradecido, tanto dolor y tanto amor de Dios, en Jesús, por nosotros, sus criaturas.

Como dice el clásico: “Si las cosas de Dios fueran fácilmente comprensibles para los hombres, no se dirían extraordinarias ni maravillosas”.