
De Joseph Ratzinger a Benedicto, de Benedicto XVI a Joseph Ratzinger
Una persona muy querida para mí, contemplando una fotografía de este papá, dijo, sin levantar la voz: “Tiene cara de inquisidor”. Palabras que me partieron el alma, no por la malicia, que nunca la tiene, sino por el desconocimiento que suponía de la persona y la vida de este nuevo papá. ¿Quién o qué le ha hecho pensar así? No se puede juzgar por las apariencias, pues sabemos muy bien cuántas veces nos equivocamos al juzgar a una persona por su apariencia. Hay personas y medios de comunicación que han sembrado tal cizaña que ha llegado a mentes, muchas de buena voluntad y mal informadas, envenenándolas con falsedades sobre, no solo de este papa, sino de todos los anteriores.
Estoy seguro de que todos ellos no han conocido la vida del papa, ni se han molestado en leer sus escritos. Si acaso, superficialmente y siguiendo esos rumores sin fundamento. “Calumnia, que algo queda” Yo la he leído a fondo y escuchado su voz y sus escritos. He seguido su vida de antes y después de ser papá. En contraste con Juan Pablo II, “el atleta de Dios”, de voz fuerte y gestos casi teatrales, aunque sinceros, este sencillo hombre, nada deportista, prefiere los libros y la música, desde que era estudiante, de voz suave, ojos de niño y delicado de salud, es diabético; amante de los animales, curiosamente, de los gatos. En sus paseos por el jardín, llama a los mininos, les habla con dulzura, ¿cómo lo hará que le siguen? Y, al llegar a la puerta de su residencia, el guardia suizo le dice: “Santidad, los gatos no pueden entrar”. – ¡Ah, perdón, no lo sabía! – Contesta, sonriendo. Toca el piano muy bien y tiene sus mejores caricias para los niños y los enfermos. Su visita especial en su estancia en España fue a un centro de discapacitados. Su primera carta encíclica, a la Iglesia y a todos los hombres de buena voluntad, tiene por título y tema central: “Deus caritas est”: Dios es amor”. Seguro que no la han leído los que lo critican tan duramente.
Trata del amor en todas sus acepciones. Y el centro de sus escritos y palabras siempre es: Jesús, el amor de Dios hecho hombre por amor a los hombres. Pensador y teólogo profundo con cientos de obras publicadas. ¿Puede un hombre así ser un inquisidor? Para él, como para Juan Pablo II, los animales tienen un soplo divino de vida. La música eleva el espíritu. Tímido, pero seguro en mantener la fe en Jesús, la verdad del Evangelio y la enseñanza tradicional de la Iglesia, se enfrenta, sin condenar ni excomulgar a nadie, al relativismo moral de nuestro tiempo, al dolor de los pecados de los pederastas, pidiendo mil veces perdón y reclamando se aplique la justicia sin demora; a la descristianización de Occidente; y a la necesidad de una nueva evangelización. De Ratzinger a Benedicto XVI no hay más que un cambio de misión, pero no de persona y actitud. Fue una gran sorpresa la de los que lo entrevistaron, ya Papa, que llevaban una imagen del Ratzinger “inquisidor” y se encontraron con la sencillez y dulzura de un niño grande, acogedor, amistoso y de pura bondad. Su cargo anterior, como protector de la fe, le hizo intervenir en algunos casos delicados como el de la Teología de la Liberación. Dejando claro que la liberación tenía que ser del pecado y de la injusticia, cierto, pero no con la lucha de clases, la violencia y las muertes, según el marxismo-leninismo; sino según la enseñanza de Jesús de Nazaret y la de su Iglesia: hasta el amor a los enemigos, rezar por ellos y aplicando la doctrina social de la Iglesia de la justa distribución de los bienes de la tierra. Hasta ejemplos semejantes los teníamos en Gandhi, Martín Lutero King, Óscar Romero, etc. Dando testimonio, es preciso hacerlo con la propia vida antes que quitársela a los demás. Porque tenemos la promesa del Señor: “Confiad, yo he vencido al mundo”.
A los teólogos que se separaron de estas enseñanzas, con doctrinas ajenas y contrarias, los apartó de la enseñanza católica, hablando con ellos, o intentándolo, antes, sin que le escucharan, casi ninguno. No se puede ser católico, a lo que a nadie se le obliga y estar en contra, sobre todo en temas esenciales, doctrinales, que no disciplinares. ¿Y esto es ser inquisidor? Recorrió medio mundo, comunicándose directamente con todos con su dominio del inglés, francés, español, polaco, alemán, claro, italiano, además del latín, griego y hebreo, abrazando a los anglicanos, judíos y musulmanes. Preocupado por entender otras formas de pensar como agnósticos y ateos, los tiene en cuenta para consultar las obras de éstos. Muchos han abrazado el catolicismo. Incluso en el prólogo de su obra: “Jesús de Nazaret”, dice que no es un acto magisterial y que pueden contradecirle, con lo que promueve y busca el diálogo. Estas actitudes y conversiones están en contraste con el viejo Continente, que, corrupto, inmoral y materialista, olvida, por comodidad y cobardía, sus raíces cristianas, las que le dieron unidad, arte, humanismo y sentido de los destinos del hombre. Preocupado por entender otras formas de pensar. Con dieciséis años le obligaron a servir en las Juventudes Socialistas, hasta que se escapó, desertó y se escondió con peligro de su vida, de ser fusilado, en el seminario clandestino, como Juan Pablo II. Y esos medios de comunicación, esto no lo dicen. Solo que estuvo con los nazis. Y así tantas mentiras. Es el odio irracional a lo bueno. Es la mentira. El pecado diabólico Ya lo dijo Jesús: “Vosotros sois hijos de vuestro padre, el diablo. Él no se mantuvo en la verdad. Cuando habla, habla de su naturaleza, porque es mentiroso y padre de la mentira”.
Valga este artículo como humilde homenaje a este sencillo hombre de Dios, a este pequeño gran papa a quien, como a Jesús, han calumniado, traicionado, y han querido crucificarlo en la cruz de la mentira porque se opone con su verdad y vida, ni más ni menos que su Maestro, a la maldad y envidia de los falsos acusadores. Caín no ha muerto. Por envidia de su hermano, porque es bueno, quiere matarlo. Y hoy hay muchas formas de matar. Esa es la mentira cainita que invade hoy el mundo. Dije más arriba que de Ratzinger a Benedicto XVI no hay más que un cambio de misión, pero no de persona y actitud. Ahora, en vísperas de su dimisión, de su meditada renuncia, tengo que decir lo mismo, pero al revés: de Benedicto XVI a Joseph Ratzinger habrá otro cambio de misión, pero no de persona y actitud. Ha escogido la misión del retiro para orar por la Iglesia, en soledad y penitencia. No es tanto la salud, que podría hacer como su antecesor, que tenía sus razones, como el sentido de responsabilidad ante el temor justificado de no poder en su misión papal.
También tiene sus razones, tan válidas como las de su antecesor. Tuvo un ictus, que se puede repetir, además de la diabetes, visión, apenas en un ojo, artrosis de cadera, un marcapasos…, y eso puede afectar a su lucidez mental; que sería el impedimento absoluto para seguir. Ya Juan Pablo II dejó una carta en la que disponía que, en caso de imposibilidad real de seguir, como sería esta circunstancia, aceptaran su renuncia. Por eso llegó a decir que “la Iglesia no se gobierna con los pies, sino con la cabeza”. Dos actitudes valientes en dos sentidos aparentemente contrarios. La santidad de sus vidas y la acertada dirección en la Iglesia son garantías de no estar equivocados en su trascendental decisión. Dice su hermano George que él “no va a jubilarse a tiempo completo”, lo que quiere decir que no va a estar ocioso refugiándose en sus achaques. Su vocación intelectual sí que es vitalicia, como su vida de oración. Seguirá estudiando y escribiendo, sin interferir, como dice, en los asuntos de la Iglesia. Y, retirado en una casa austera, sin comodidades. Nos deja una herencia, de lo que ha sido y es el centro de sus estudios, de sus escritos personales, como teólogo, y de sus escritos, documentos, encíclicas y demás alocuciones papales: el amor de Dios: “Deus caritas est” (Dios es amor); “Veritas in caritate” (La verdad en la caridad); “Spe salvi” (En esperanza, estamos salvados); “Fides et ratio” (Fe y razón). Encíclicas ciertamente doctrinarias, pero no son un fruto de puras especulaciones filosófico-teológicas, que puedan dejarnos fríos. Es el latido de un corazón ardiente que obliga a la razón a profundizar en el conocimiento y amor de Dios, de Jesús, guiada por la fe. Es ese largo recorrido interior que dijo en el prólogo de su obra, “Jesús de Nazaret”, para aproximarse al máximo conocimiento y cercanía de Dios en Jesús. Y, especialmente, para comunicarlo y contagiarlo a sus lectores. Profundizar en el conocimiento y amor de Dios a través de Jesús, especialmente, con la razón y la fe. Ese es también el camino necesario y obligado de todo cristiano. Sólo por la ignorancia, y cierta malicia, no alcanzan algunos a conocer y comprender no sólo a este Papa, sino también a los anteriores y a la misma Iglesia formada por los verdaderos cristianos, empezando, en ese desconocimiento, por el mismo Jesucristo.
¿Cuántos han leído la obra de Joseph Ratzinger: “Jesús de Nazaret? Y, sin embargo, cuántos se han atrevido a hablar tanto de él como de su obra. ¿Y cuántos han leído los evangelios y profundizado en su lectura? “Felipe le dijo: Señor, muéstranos al Padre y nos basta. Jesús le dijo: Felipe, tanto tiempo hace que estoy con vosotros y no me habéis conocido?” Este pequeño gran Papa ha ofrecido, con humildad y sencillez, su avance en el conocimiento del Jesús histórico, el de los evangelios, demostrando que es el mismo que el Cristo de la fe. Y lo ha ofrecido a todos, con sencillez, sin imposiciones.