(Enviado por José A. Sierra) Desde hace ya demasiado tiempo,  los  hombres vienen soportando con  resignación el continuo fluir de recriminaciones que  un minúsculo, pero estridente grupo de feministas exaltadas, cuando no “hembristas” de vocación,  les dirigen de forma permanente por diversos  motivos; en esta ocasión, por lo que  han acordado en denominar “lenguaje machista”.

Las protagonistas de esta  guerra  declarada de forma  unilateral contra los hombres, insisten desaforadamente en la necesidad de cambiar el lenguaje por  considerarlo discriminatorio para la mujer y una prueba más del maltrato y la marginación que han sufrido las féminas por parte de los hombres a lo largo de los siglos. Parece como si los hombres hubieran celebrado asambleas periódicas para ver cómo maltratar a las mujeres, incluidas a sus propias madres, esposas, hijas y  amigas.

A pesar de su vocerío, gran parte de la sociedad  contempla con indiferencia los sucesivos golpes que estos grupos radicales le propinan al lenguaje, así como esos otros dados por  políticos oportunistas,  en la creencia por parte de estos  de que diciendo “todos y todas”, “trabajadores y trabajadoras” y un largo etcétera de redundancias,   van a conseguir  un mayor número de votos en futuras elecciones.

Creerán estos políticos que el  mal uso del lenguaje que hacen  de forma deliberada, será  compensado con creces  ante el mensaje de  gran sensibilidad que creen transmitir al colectivo femenino, repitiendo innecesaria y malsonantemente las terminaciones de palabras en los dos géneros. ¿Habrán pensado  también en la mala impresión que dan a la inmensa mayoría de las personas normales,  por la pérdida del tiempo  ocasionado  con sus redundancias?

Esta guerra idiomática declarada por las feministas y seguida por la veleidad de algunos políticos,  pasaría inadvertida  si no fuera por la virulencia que ambos colectivos le están  imprimiendo  a su cruzada belicista en los últimos meses.

La indiferencia de la gran mayoría de la sociedad ante los enredos idiomáticos de unas y otros, parece haberles enfurecido aún más y,  según todos los indicios, se aprestan a nuevos y más virulentos ataques al sentido común en el lenguaje, construido  como está  a lo largo de los siglos como la forma  más eficaz  para la  comunicación, eficacia que feministas radicales y determinados políticos  se disponen  a asaltar.

En esa dirección se dirige el II Plan de Igualdad de Género de la Junta de Andalucía, que, de forma preceptiva, bajo amenaza de procedimientos administrativos, impone al profesorado la forma en que debe hablar. A tal fin se ha elaborado una guía de uso del  lenguaje, que obliga a  los profesores a decir  “niños y niñas”, “alumnos y alumnas”, entre otras expresiones, extendiéndose el control  a los libros de texto y demás materiales educativos. Y esto en una Comunidad que da los peores resultados en el Informe Pisa, por debajo de la media nacional, de la Unión Europea y de los países de la OCDE.

Pero,  hay quien va más allá todavía y propone establecer el genérico femenino, “Pues de lo contrario se invisualiza a la mujer”,  olvidando en su propuesta que las lenguas son productos históricos, resultado de una  evolución milenaria,  en función de criterios de eficacia comunicativa, que no se improvisan o establecen por voluntad política. Una vez más queda en evidencia el distanciamiento entre el lenguaje oficial que tratan de imponer feministas radicales, impregnadas de la llamada Ideología de Género”,  y el lenguaje real usado en la calle.

Pero  ¿por qué este  empecinamiento en violentar el magnífico lenguaje que  hemos heredado? ¿Quién se siente discriminado, marginado, o incluso maltratado e ignorado, cuando usamos el genérico masculino? ¿Alguien se ofende cuando decimos “los españoles”, sin añadir a continuación  “y las españolas”?  Y si se siente ofendido o ignorado ¿Por qué?

Sin duda, porque la persona que lo vivencia de esa forma tiene una idea sobrevalorada de perjuicio. Existen distintos tipos de ideas sobrevaloradas.  En Psiquiatría  se define este tipo de ideas como aquellas en que el componente emocional prevalece de modo absoluto sobre el componente  racional, cognitivo. De la idea sobrevalorada se pasaría  a un estadio superior, cual es la idea delirante, en que se ha perdido ya  el sentido de la realidad.

¿Y qué emociones  mueven a las feministas radicales a tener ideas sobrevaloradas de perjuicio respecto al  lenguaje, así como sobre otros aspectos de la vida en general?  En primer lugar el RESENTIMIENTO, sentir una y otra vez, re-sentir, enojo por una situación; en el caso que nos ocupa el lenguaje,  situación que a la gran mayoría de las personas normales no les afecta ni les provoca la manifiesta hostilidad que exhiben estos colectivos con vocación de implantar lo contrario al machismo,  es decir, su hembrismo.

El resentimiento nace de emociones profundas, no racionales, siendo las vivencias pasadas claves  en su génesis;  hechos reales o imaginarios que ya sucedieron y que dejaron un dolor que no puede borrarse, una herida que no sana, esclaviza y empuja a quien lo siente a ser desagradable con los supuestos responsables de su desgracia. En el caso del  feminismo radical,  son  los hombres, los varones, los culpables de sus cuitas.  Convendría  analizar a estos colectivos para comprender mejor ese rechazo y agresividad hacia lo masculino.

Los componentes de hostilidad, sospecha y desconfianza que los ideólogos de género y grupos del  feminismo radical están  promoviendo en las relaciones entre sexos,  son un importante  factor más de infelicidad que se introduce en la sociedad,  sin aportar a cambio algo positivo,  unido todo ello a otros muchos factores de infelicidad  que la crisis económica ha traído.

Junto al resentimiento, otra emoción que subyace en la génesis de las ideas sobrevaloradas de perjuicio de estos grupos radicales, es la FRUSTRACIÓN  como resultado esta de un conflicto psicológico ante la imposibilidad de satisfacer  necesidades o deseos. La frustración refleja la inconformidad y el desagrado de quienes no han podido cumplir las expectativas que tenían tanto en el plano personal, como en el social, intelectual, profesional,  sexual, etcétera, expectativas a menudo tan poco realistas,  que pueden  colisionar con la propia condición biológica que les ha venido dada.

La frustración, que puede ser canalizada en tres direcciones, en el caso que nos ocupa es canalizada principalmente hacia la ira más o menos descontrolada,  inconsciente e involuntaria, y en la consiguiente acometividad contra aquello que han tomado como causa de su frustración: su llamado lenguaje sexista y los hombres como responsables últimos de este estado de cosas por su machismo. Y golpean contra ellos como el corredor de coches que, tras haber perdido la carrera, propina un puntapié a su vehículo.

Asimismo,  está presente en la génesis de sus ideas sobrevaloradas,  LA AMBICIÓN DE PODER, la pulsión de  luchar por el estatus, que creen poder elevar a través de la interpretación sesgada del lenguaje, solo apreciada por la exigua minoría que representan.  Por medio de esta interpretación,  creen poder  alcanzar una supremacía intelectual  sobre quienes no se sienten ofendidos por el  lenguaje heredado de nuestros antepasados,  decantado como está por múltiples razones de  tipo socioeconómico,  biológicas y culturales, tras haber pasado por  el  inexorable  filtro de la Historia.

NO HAY LENGUAJE SEXISTA, SINO UNA INTERPRETACIÓN SEXISTA DEL LENGUAJE, interpretación surgida de ideas sobrevaloradas de perjuicio por resentimiento, frustración y ambición de poder. El que vociferen más quienes sufren estas ideas, no les da mayor razón y, por otra parte,  querer imponer a la mayoría su sesgada visión del mundo, les resta la escasa credibilidad democrática que pudieran tener.

Los pueblos, los países y las civilizaciones caen y desaparecen, más que por los enemigos propios y foráneos que puedan surgir,  por la inanición de aquellos que pudiendo hacer algo por evitarlo, permanecieron indiferentes ante los asaltos a su Cultura, usos y costumbres. Sirva este escrito como un llamamiento a la acción para frenar entre  todos  el predominio de la irracionalidad y la estulticia.

JOAQUÍN   SAMA

PSIQUIATRA