LOS TESOROS DE LA IGLESIA

Este es uno de los temas que más utilizan los enemigos de la Iglesia para atacarla. “¿Por qué no vende sus tesoros y ayuda así a los pobres?” Un “sin techo” fue elegido por un periódico italiano para hacer esa pregunta a este Papa. La contestación del Papa Francisco fue ésta: “La respuesta es fácil. Si yo pongo a subasta, por ejemplo, la Piedad de Miguel Ángel, no puedo hacerlo. Porque no es de la Iglesia. Es de la Humanidad. Está en la Iglesia, pero no es de la Iglesia. Y así todos los tesoros de la Iglesia”.
Dijo Jesús al joven que le preguntó qué tenía que hacer para ganar la vida eterna: “Vende cuanto tienes, dáselo a los pobres y, luego, ven y sígueme”. El joven rico se puso triste y se fue, porque tenía muchos bienes. Entonces dijo Jesús a sus apóstoles: “¡Qué difícil es que un rico entre en el Reino de los Cielos!”. No dijo imposible, sino difícil. Y en otra ocasión, dirigiéndose a sus discípulos: “Vended vuestros bienes y dadlos a los pobres y tendréis un tesoro en el cielo a donde no llegan los ladrones ni roe la polilla”.
Está claro que esos consejos van dirigidos a sus discípulos más cercanos, no a todos, en general. De ahí los votos de pobreza, castidad y obediencia que surgieron a lo largo de los siglos entre sus seguidores, que no todos, porque son consejos evangélicos, no mandatos. No es la riqueza, en sí, lo que condena Jesús, sino el apego a ellas. Por eso en las bienaventuranzas se dice, también: “Bienaventurados los pobres de espíritu porque de ellos es el Reino de los Cielos”. En la lista interminable de santos hay pobres, pero, también, ricos; reyes, papas, religiosos y seglares; que usaron sus riquezas en bien de los pobres, creando centros de atención, hospitales, leproserías, orfanatos… Cumpliendo hasta hoy, muchos, la Doctrina Social de la Iglesia de una justa distribución de las riquezas.
En cierta ocasión le preguntaros a un Papa, no recuerdo quién, cuáles eran los tesoros de la Iglesia. Y él, asomándose a la ventana, señalando una multitud de pobres a los que atendían los limosneros, dijo: “Esos son los tesoros de la Iglesia”. “…dádselos a los pobres y tendréis un tesoro en el cielo…” Esas fueron las palabras de Jesús que confirman las del Papa. El Papa Francisco, después de decir, también, que los tesoros de la Iglesia no son de la Iglesia, añadió: “Lo demás, lo vendemos para los pobres. Los regalos que llegan, los coches, y todo lo vendible, van a parar a manos de mi limosnero, para los pobres. Hace poco fui a la tesorería y mandé enviar, de este dinero, cincuenta mil euros para un centro educativo en África, porque la educación es lo más importante”.
Sabemos por la historia que eran exclusivamente los monjes del Medievo los que daban comida y acogida a los pobres que formaban largas colas a las puertas de los monasterios. Nacieron las órdenes “mendicantes” para eso mismo, como los franciscanos de San Francisco de Asís. Cierto que este santo llegó, cubierto de harapos ante la suntuosidad que rodeaba al papa, para pedir su autorización; y éste le dijo: “Francisco, me siento avergonzado”. Tal era el fastuoso ambiente medieval de los señores feudales de la época.
Los obispos medievales, muchos, no eran realmente por vocación; eran los hijos “segundones” a los que el señor feudal destinaba a la Iglesia, mientras el primogénito era el hijodalgo, hidalgo, heredero del título y tierras más los siervos de la gleba. De ahí los obispos con ejércitos, banquetes, cacerías, y otras costumbres degradantes propias de los señores feudales. Los clérigos y párrocos, humildes y pobres, muchos, santos, junto con los monjes, eran la verdadera iglesia, reserva espiritual, que superaría la tremenda decadencia del pontificado y de la Iglesia, en general.
“¡Cómo me gustaría una Iglesia pobre y para los pobres!”. Fueron las primeras palabras de este gran papa de espíritu franciscano, personalmente pobre, humano, sencillo, acogedor con los pobres, enfermos… Que huye, en lo posible del fasto vaticano, dice las misas más solemnes no en la basílica de San Pedro, como los anteriores papas, y es tradicional, con toda solemnidad, como la del Jueves Santo o Navidad, sino con sencillez y en los barrios más pobres, entre los presos, enfermos, niños…
Hoy, el tesoro más grande de la Iglesia es este Papa y todos los que, como él, viven esa pobreza de espíritu y real. De ahí sus condenas y destituciones a obispos y cardenales de vida suntuosa, de malos ejemplos para los cristianos y motivo de críticas de los que sólo ven los males y no los bienes, los verdaderos tesoros de la Iglesia Católica que se va purificando de los lastres de siglos antievangélicos con la fuerza de hombres de Dios como este Papa de nuestro siglo.
Y su valentía: “¡No pararé hasta llevar a cabo la reforma de la administración económica de la Iglesia!”.
Por último, para destacar lo que vale más, y es el fundamento de la actividad económica de la Iglesia, voy a comentar la escena de la mujer que ungió los pies de Jesús con un ungüento carísimo. “Los tesoros de la Iglesia” son un testimonio de la fe y el amor de los que los donaron, pintaron, esculpieron y construyeron, por ellos mismos o por encargo de sus mecenas, con la colaboración, muchas veces, del pueblo sencillo. Cuando aquella mujer derramó el ungüento rompiendo la vasija de alabastro, de gran valor, y ungía los pies de Jesús y los secaba con sus cabellos, Judas protestó diciendo: ¡Qué derroche, “se podría haber vendido en trescientos denarios y dado a los pobres”! Juan comenta: “No era por amor a los pobres sino porque era ladrón y robaba de la bolsa de las limosnas”. Pero Jesús dice: “No molestéis a esta mujer. Ha hecho una buena obra conmigo porque a los pobres siempre los tendréis y podéis ayudarle. Pero a Mí no siempre me tendréis. Además, se ha adelantado a ungirme para mi sepultura”. Fue una alusión y una indirecta. Alusión a que lo que se hace por amor, aunque cueste, está justificado el gasto. Indirecta, porque esa crítica suponía la falta de amor que llevaría a Judas a la muerte de Jesús por treinta monedas de plata y por la decepción de no ver en Jesús un reino temporal, un rey poderoso de este mundo del que él habría podido formar parte.
Las críticas que hacen a la Iglesia los que sólo ven en ella una institución puramente humana, sin fe en su origen y misión divina, sobrenatural, para la salvación de los hombres, no ven más que lo material y no son capaces de ver el amor y la fe que hay en esos “Tesoros de la Iglesia”. “A los pobres siempre los tendréis y les podréis ayudar; pero a Mí no siempre me tendréis”. Porque los cristianos, la Iglesia, no creemos ni amamos algo, las cosas, los tesoros, sino a Alguien: a Dios en Jesús a quien valoramos más que todos los tesoros del mundo. “Amarás al Señor tu Dios sobre todas las cosas y a tu prójimo como a ti mismo”. Los tesoros de la Iglesia nos transmiten, siglo tras siglo, a través del arte, la realidad de la fe en el amor de Dios a los hombres y de su voluntad de salvarlos.