(Susana López Chicón) Según la Real Academia Española de la Lengua: “Desahuciar” es quitar a alguien toda esperanza de conseguir lo que desea, según la traducción inglesa el término indica desposeer y si nos referimos al mundo de la medicina,  sería admitir que un enfermo no tienen posibilidad de curación.

No creo que ninguna de las tres afirmaciones sea del todo correcta e indique en la extensión total de la palabra la verdadera realidad del término. Sin embargo, si es cierto que la desesperanza y la desposesión de lo único que uno tiene hacen que el desahuciado se encuentre ante la misma situación que le provocaría una enfermedad incurable, es decir sentir el fin de sus días sin posibilidad alguna de hacerle frente.

¿Hasta que punto puede un padre de familia perder la esperanza para prenderse fuego vivo en plena calle, sin importarle el dolor porque el dolor que lleva dentro es aún mayor?, ¿hasta que punto una madre puede lanzarse por la terraza dejando a sus hijos no solo sin su casa, sino sin el amparo que ella misma ya no es capaz de darles?, ¿hasta que punto puede alguien arrojarse a las vías del tren, abrirse las venas o incluso llevarse por delante a los suyos?, ¿que clase de desesperación tan terrible tiene que tener una persona que no solo ha perdido su techo sino incluso el medio de facilitarles además del cobijo, el alimento a sus niños?.

Leemos a diario miles de noticias relativas a lo mismo, programas enteros dedicados a gente que sufre, a personas que se han quedado sin nada y no por su mala gestión, sino la mayoría de las veces por la mala gestión de sus gobernantes que apagan su propio fuego entre tertulias de copas y sexo. A unos la conciencia se les oscurece por el alcohol y al resto se nos olvida con nuestro propio destino.

Y se habla, se debate, se lee, se proclama, se escriben pancartas, libros y artículos como este, que nos despiertan a la realidad un instante, unas horas, a lo sumo unos días pero que se nos olvidan al cabo de un tiempo, unos porque queriendo hacer más no podemos o no sabemos como no permitirlo y otros porque sabiendo como,  no les interesa que se permita.

El dinero lo mueve todo, hasta los sentimientos y unos por necesidad y otros por avaricia son capaces de quemar su vida por tenerlo o no tenerlo.

No hay derecho a que la gente se encuentre al borde del abismo y mucho menos si es la sociedad la que los empuja, no hay derecho a que miles de personas se concentren en la plaza de Santo Domingo para poder tomar un plato caliente o frío, para poder sobrellevar su día a día mientras el resto derrocha y tira. Hay ángeles que velan por ellos y no solo en la noche también por el día, ofrecen su tiempo, sus ganas, su piedad y su conciencia.  Las mismas que utilizan otros en llenar sus propias arcas.

Y es tan fácil dar ánimos al que ya nada le queda, ni siquiera su integridad como ser  humano porque primero ha sido despojado de su medio de vida, después le arrebatan su hogar y por último lo único que les queda que es su propia alma.