(Antonio Serrano Santos) Me van a permitir, en este artículo, descender, a veces, al nivel personal. Explicaré más adelante, el por qué.

Le pregunté  a mi nieta Anabel a la que le queda un año para terminar la carrera de enfermería, ahora en Prácticas, por qué quería ser enfermera. “ Porque me gusta ayudar a la gente”. Fue su respuesta.  Respuesta espontánea sin un segundo de duda o reflexión.. “ Me gusta”. No dijo por caridad, amor al prójimo, ni por Dios. Pero ese “ me gusta” encierra una intención profunda, sincera, humana y llena de puro amor. Alguien del entorno familiar, con sentido práctico y buena voluntad, le dijo: “ Pero de enfermera se gana poco dinero y con el peligro que hay ahora…” Ella siguió con la misma ilusión que tuvo desde pequeña. Puede que también influyera el ejemplo de su prima Lorena, médico. Pero su vocación era de enfermera. Puede, también, que pensara que los médicos, casi todos, recetan, pero los enfermeros/as, curan y están más cerca del dolor, de la compasión. Además, está rodeada de sus tías Dori y Mariángeles; la una, Auxiliar de Clínica y Monitora Residencial de enfermos mentales; y la otra, Trabajadora Social, amén de Clara, su prima Licenciada  en Química y  Doctora en proyecto.Toda una red de los “ me gusta ayudar a la gente”.  En la película “ Demasiada felicidad”, con  Robert Williams de médico, el tribunal médico de la Universidad donde él estudiaba, le acusaba de su manera extravagante, según decían, de atender a los enfermos. Fuera de los métodos ordinarios del centro. Porque se vestía de payaso para divertir y hacer reír a los pequeños pacientes. Y a los enfermos adultos les conseguía realizar sus caprichos, como a la viejecita que se revolcó en una gran bañera repleta de espaguetis porque esa era su ilusión de niña. en una gran bañera, que nunca se lo permitieron. O  el enfermo terminal de muy mal genio que no admitía a nadie al que visitó sin previo aviso, vestido de ángel con unas enormes alas repitiéndole una larga lista de sinónimos de la muerte: estirar la pata, fenecer, entregar la cuchara, palmarla, el patio de los callaos…Le cantó una absurda cancioncilla. Al asombro del enfermo siguió una sonrisa y, muriendo, le pidió: “ Cántame esa estúpida canción”.

A las acusaciones con amenazas de expulsión del director, que no podía conseguir  le hiciera caso, y  su deseo de expulsarlo chocaba con las insuperables notas del alumno, contestó éste: “ Nosotros lo que hacemos es retrasar la muerte. Todos tenemos que morir. ¿ Y eso qué tiene de malo? Lo importante es la calidad de vida.” Para más inri, no se explicaba de dónde sacaba tiempo para estudiar y sacar esas magníficas notas. “ Lo importante es la calidad de vida”. Quedó en el aire del salón esta afirmación.

Pues sí. En la calidad de vida entra la atención del profesional , en este caso el médico, al estado de ánimo del enfermo, no solo a su enfermedad. A veces, la reacción violenta y el menosprecio al médico procede  de esa desatención.

Profesión y vocación, generalmente, van necesariamente unidas. Pero no son lo mismo. La vocación, como indica su nombre, es una llamada, un impulso instintivo a hacer algo estable, intuyendo su destino personal, porque se posee las cualidades personales para realizarlo. No es un deseo pasajero ni simple gusto,vocación que llena de ilusión y de cierta felicidad. La profesión suele ser fruto de la vocación. Pero no siempre. Hay tristes casos de personas amargadas en su profesión que amargan a los que atienden. Al margen de los casos de patologías y anomalías psíquicas, la falsa o equivocada elección de profesión, sin su vocación, es la causa de ese problema entre el profesional y el atendido, valga, en este caso, entre paciente y enfermo. Todos conocemos algunos casos o lo hemos experimentado personalmente. Hay también casos en los que la profesión no responde a los méritos, currículo o cualidades del profesional y no, por eso, se sienten amargados, porque no se pudo tener otra elección, por falta de medios. Lo llevan como buenamente pueden. Y peor aún cuando esas cualidades no le libran del paro. No se amargan pero en su interior les rumia la insatisfacción y la injusticia social.

Hace unos días estuve, por enésima vez, en el Hospital Clínico de Málaga. Casi olvidé mis enfermedades al ver la riada de enfermos y camillas que al llegar apenas tenían sitio en la sala de espera. Cuadros innumerables de dolor que encogían el ánimo al más duro. Justo a mi lado, desde mi silloncito, una pobre viejecilla repetía a gritos: “ ¡No puedo más! ¡No puedo más!”. Yo solo veía sus manos temblorosas a través de los barrotes de su camilla. Impotente por no poder hacer nada y , a la vez,  con una gran inquietud de ánimo. Esperaba, ansioso, la llegada de un médico o enfermera. Al fin, llegaron y se la llevaron. Sentí un vergonzoso alivio.

Cuatro horas después, hechas mis pruebas y demás, salí del Clínico. Siempre que me atienden médicos, enfermeras o enfermeros y demás personal del ámbito sanitario, raros son los casos que no lo hacen con una amplia sonrisa, palabras de ánimo  amables, nombrándome siempre por mi nombre, como persona y no un número, con detalles de una gran delicadeza, conmovedoras. Y  vi que lo hacían  lo mismo con todos: niños, ancianos, mujeres. Pero observé,´con gran tristeza, que algunos pacientes no agradecían ni apreciaban ese trato. Impacientes, nerviosos, protestones, hasta con amenazas y denuncias. No se dan cuenta los impacientes pacientes, que los médicos y demás personal son también “ muy pacientes”. Valga este juego de palabras.

Siempre a los que me atienden, sean quienes sean, me gusta preguntarles sus nombres. Si son jóvenes, los tuteo con respeto y amabilidad. A las doctoras y enfermeras les digo algunos piropos sencillos, sin chabacanería, y hasta les cuento algún chiste relacionado con su trabajo. Se ríen y es un pequeño relax en su dura tarea, Se admiran cuando, pasado el tiempo, ven que recuerdo sus nombres  y me miran hasta con cariño. Merecen ser conocidos, y reconocida su inmensa labor médica y humanitaria.  Y sacarlos a la luz, y de su anonimato.

Rumiando esto, salí, como dije, del Clínico. Con “ el corazón partío” de vivir y ver tanto dolor y sufrimiento, pero más viva la esperanza  en la bondad del ser humano. Y con el cuerpo magullado de una dolorosa caída, que me hacía , de vez en cuando, exclamar  ayes de dolor, me dirigí a la clínica odontológica Bela donde me esperaba matarme un nervio, y un empaste. Nada, “ peccata minuta”, comparado con el Clínico. Y voy a decir, así de claro, los nombres de los tres “ Me gusta ayudar a la gente”: Pablo, Lorena y Ana, los que me atendieron; bueno, me acogieron como si fuera de la familia. Ahí queda para la historia del centro. Si todos los demás eran iguales, ¡bendita clínica!.  Ahí queda. Me recibieron con una amplia sonrisa, sincera, acogedora, amable. Me gustaría nombrar a todos los que me han atendido como ellos.Pero basta un botón de muestra. Durante la preparación, tratamiento,etc. les divertía con mis ocurrencias y algunos chistes. ¡Cómo se reían!. Así, hasta la puerta  a donde  me acompañaron.

El día anterior, con este cúmulo que soy de males físicos,, gracias a Dios no mentales, me llegué al Centro Auditivo Aural. A revisar mis aurículos. Otras dos “ me gusta ayudar a la gente”, me acogieron con afecto ya familiar de los años que voy. Casi me abrazaron, culpa de las mascarillas. Con ojos brillantes de alegría, y la sonrisa de siempre : Gema y Casandra. Así de claro, también. Sin más publicidad, tanto para Bela como para Aural ,que su gran bondad y afecto, sin ninguna ficción comercial. Contamos las novedades familiares. Casandra, ya viene de camino su segundo hijo. Gema tan feliz con sus dos, ya creciditos y buenos estudiantes. Nos hicimos fotos , las conservo y publico en este artículo.

Presento, ahora, otro botón de muestra de la mejor calidad: una doctora que, junto con los que he dicho, merecía aparecer en una gran portada de todas las revistas y publicaciones. En realidad, yo haría una enorme y gigantesca pantalla ,con letras de oro, de todos y todas que son de “ Me gusta ayudar a la gente” que recorriera el mundo entero y los conocieran y amaran y agradecieran como se merecen. Es la doctora Soledad. Sole, para los amigos. No le pega su nombre porque está rodeada de su familia feliz y de muchos amigos que la quieren. Que le “ gusta ayudar “ muchísimo” a la gente”. De íntima amistad familiar y cariñosa.. Orgulloso yo y toda mi familia de tenerle por amiga y “ paciente” doctora. Joven y guapa, simpática, alegre y “ siempre disponible”. Yo le quito la e de Sole y la piropeo diciéndole: Eres un Sol.Guardo en mi memoria, con gratitud, un sorprendente, para mí,  diagnóstico suyo “ online” que ningún médico en muchísimos años, me habían diagnosticado, sin darle importancia.También está su retrato en este artículo. Con mucha honra. En una ambulancia, contenta por su “ me gusta ayudar”.

Y termino. “ Nadie tiene mayor amor que el que da la vida por los que ama”( Son palabras sabias y reales de Jesús de Nazaret) El médico y todos los expuestos ahora, aman hasta dar su vida, porque toda su vida está entregada a los enfermos, hasta el punto, hoy, que mueren, realmente, contagiados por la pandemia. Médicos  y doctoras,enfermeros/as, y demás personal. Jóvenes y viejos han muerto, demostrando lo que dice Jesús, con sencillez y silencio, sin manifestaciones ni milagros. Sus vidas sí lo son.

“ Me gusta ayudar a la gente” Mi nieta me ha dado pie, me ha inspirado enormemente ,  en este artículo, para mí de un tema de lo más digno y apasionante.  y, como a los demás, la pongo, muy lleno de orgullo , en este artículo.

“ Al caer la tarde, seremos examinados de amor”.  Ni de fe, ni creencias, por buenas y sinceras que sean. Ni de ciencia, ni de política, ni de cultura…

Solo de amor. De compasión. “ Siento compasión de la muchedumbre”, dijo, también, Jesús. Y consolaba y curaba a los enfermos. Exactamente igual como lo hacen esos y esas a los que  les “ gusta ayudar a la gente”