DE CARNE Y HUESO

Antonio Serrano Santos

José Luis Martín Descalzo, que aparecía los domingos en la primera cadena de televisión, entre los años setenta y ochenta, con sus comentarios de los domingos en la mañana, en “Pueblo de Dios”, periodista, escritor y poeta, estuvo durante diez años atado a una máquina de diálisis, tres veces en semana.

 

 

 

 

Así: te necesito de carne y hueso:

Te atisba el alma en el ciclón de estrellas;

y, a zaga del arcano de la vida,

perfora el caos y sojuzga el tiempo,

y da contigo, Padre de las causas,

Motor primero.

Mas el frío conturba en los abismos,

y en los días de Dios amaga el vértigo.

¡Y un fuego vivo necesita el alma

y un asidero!

Hombre quisiste hacerme, no desnuda

inmaterialidad de pensamiento.

Soy una encarnación diminutiva;

el arte, resplandor que toma cuerpo;

la palabra es la carne de la idea:

¡Encarnación es todo el universo!

¡Y el que puso esta ley en nuestra nada

hizo carne su verbo!

Así: tangible, humano,

fraterno.

Ungir tus pies, que buscan mi camino,

sentir tus manos en mis ojos ciegos,

hundirme, como Juan, en tu regazo,

y – Judas sin traición – darte mi beso.

Carne soy, y de carne te quiero.

¡Caridad que viniste a mi indigencia,

qué bien sabes hablar en mi dialecto!

Así, sufriente, corporal, amigo,

¡cómo te entiendo!

¡Dulce locura de misericordia:

los dos de carne y hueso!

(Alfonso Junco)

 

Cada vez que le traían un riñón para su trasplante, renunciaba para ofrecérselo a otro, hasta que no pudo más. Murió diciendo:” ¡Dios mío, quiero ayudarte!” Al final de uno de sus poemas, “El testamento del pájaro solitario”, dejó escrito:

 

Morir sólo es morir.

Morir se acaba.

Morir es una hoguera fugitiva.

Es cruzar una puerta a la deriva

y encontrar lo que tanto se buscaba.

“Ese curita rechoncho y de bondadosa cara” tenía una enfermedad” mucho más grave e incurable”. Esa enfermedad era contagiosa y “se llamaba: JESÚS.” “Publicó una gran serie de fascículos que presentaba y estudiaba a Jesús de casi todos los puntos de vista: artísticos, literarios, arqueológicos, musicales, políticos y teológicos. En colaboración con personajes importantes en esas materias y de todas las clases sociales. Precedían unos comentarios suyos sobre la vida de Jesús según los evangelios comparados entre sí, en sinopsis, y según los tiempos litúrgicos, tocando, a su vez, todos los problemas sociales. El título: “Jesucristo”. Y “Jesucristo ayer y hoy”.

Estos párrafos anteriores son una pequeña introducción al tema de este artículo que considero, hoy, el más importante de nuestro tiempo, no por el artículo, claro, sino por el tema. Siguiendo las indicaciones y el ejemplo del providencial Papa Francisco, la Persona de Jesús se está convirtiendo en el centro de atención y atracción, hoy más que nunca, en sus dos vertientes, divina y humana, por encima y antes que la misma Iglesia; y, de un modo significativo, en su calidad humana como referente primero de la divina.

Jesús mismo no se presentó a sí mismo como Dios, Hijo de Dios, al comienzo de su vida pública, e insistía en llamarse “el Hijo del Hombre”, dando a ver, primero, la importancia de su ser hombre con el hombre, de su identificación con él, como paso previo al reconocimiento de su divinidad, aún con sus milagros, garantía de su misión mesiánica. Y prohibía severamente a sus discípulos decir a nadie sus manifestaciones sobrenaturales como la Transfiguración. Y mandaba callar a los demonios de los posesos que gritaban: ¡Sabemos quién eres: ¡el Hijo de Dios!

Dice este Papa en la Jornada Mundial de la Juventud, ante más de dos millones, sobre todo de jóvenes: “No buscamos un número máximo de participantes, sino un encuentro con Jesucristo”. No es al Papa a quien buscáis, sino a Jesucristo”. No es la Iglesia la que hay que mostrar al mundo, sino a Jesús. La Iglesia no es un fin en sí misma. La Iglesia debe dejar de mirarse a sí misma y buscar a Jesús en los pobres, en el mundo, en los problemas humanos, en el sufrimiento y dolor de la humanidad. De ahí las indicaciones de los últimos Papas: la encíclica “Redentor hominis” (El Redentor del hombre) de Juan Pablo II. “Jesús de Nazaret”, de Benedicto XVI.

 

Jesús se hizo hombre, “de carne y hueso”, “sufriente, corporal, amigo”, no sólo es espíritu inmaterial, divino, “sino “tangible, humano, fraterno”. Así te necesitamos ¡Cómo te entendemos! Carne somos y de carne te queremos. La carne del pobre, del enfermo, del que llora, como Tú en el Huerto, en la cruz y el abandono, en la injusticia. ¡Un fuego vivo necesita nuestra alma y un asidero! “Hombre quisiste hacerme, no desnuda inmaterialidad de pensamiento. Tu humanidad y mi humanidad son mi asidero, y tu fuego vivo, divino, tu Espíritu, para mi alma. Tu humanidad, carne y hueso, no sólo tu inmaterialidad divina. ¡Cómo, así, te entiendo! “¡Caridad que viniste a mi indigencia, qué bien sabes hablar en mi dialecto! Dulce locura de misericordia: ¡los dos de carne y hueso!”

 

Pero…

¿Vuelve el polvo al polvo?

¿Vuela el alma al cielo?

¿Es todo vil materia

podredumbre y cieno?

(Bécquer)

 

Porque Jesús, si sólo muestra su identificación con el hombre por su humanidad, por su ser hombre, y su mensaje (evangelio), y nada más, el hombre se queda como estaba; acompañado, sí, consolado, pero sujeto, aún, al dolor y a la muerte.

 

Pero…

 

“Mientras ellos hablaban- narra el evangelio de San Lucas- se presentó en medio de ellos y les dijo: – La paz sea con vosotros- Aterrados y llenos de miedo, creían ver un espíritu. – ¿Por qué os turbáis…? – les dijo- Ved mis manos y mis pies, que yo soy. Palpadme y ved que el espíritu no tiene carne ni hueso como veis que yo tengo- Diciendo esto, les mostró las manos y los pies. No creyendo aún ellos, en fuerza del gozo y la admiración, les dijo: – ¿Tenéis aquí algo que comer? – Le dieron un trozo de pez asado y, tomándolo, comió delante de ellos.

“La tarde del primer día de la semana – cuenta, también, Juan, el discípulo amado – estando cerradas las puertas del lugar donde se hallaban los discípulos por temor a los judíos, vino Jesús y, puesto en medio de ellos, les dijo: – La paz sea con vosotros-. Y, diciendo esto, les mostró las manos y el costado.” Los discípulos lo dijeron a Tomás que dijo no creerlo hasta que no viera y metiera sus dedos y mano en las heridas. Pasados ocho días, vino Jesús, cerradas las puertas y, puesto en medio de ellos…, llamó a Tomás…”

En esta narración, en dos ocasiones insiste el discípulo amado, Juan, en el hecho de estar cerradas las puertas cuando viene Jesús y se pone “en medio” de ellos. Y este “en medio” (“meso” en griego) también, repetido, es otro dato de querer llamar la atención sobre este hecho de colocarse, o más bien, de aparecer, en medio de ellos. Con estos detalles, junto con los de la escena de los discípulos de Emaús en los que, después de bendecir el pan, “desaparece”, se hace invisible, según el original griego “afantos”, nos hace imaginar, como en una película de efectos especiales, la aparición de Jesús atravesando, como un fantasma, un espíritu, las puertas y ponerse “en medio” de ellos. No que se abren las puertas y camina hacia ellos, sino que las atraviesa y aparece en medio. Y por dos veces. No cabe otra deducción. La segunda, en una misteriosa y aparente contradicción, como en Lucas en su aparición a los discípulos, pide a Tomás que meta su dedo en la señal de los clavos y su mano en el costado. Y en Lucas, creyendo los discípulos que era un espíritu, les enseña las señales de los clavos y les dice: “Ved mis manos y mis pies que soy yo mismo; palpadme y ved que un espíritu no tiene carne y huesos, como veis que yo tengo”. Y hasta les pidió algo de comer, una de las pruebas más contundentes, y comió delante de ellos un trozo de pez asado.

Atraviesa las puertas cerradas y aparece en medio de ellos. Como un espíritu. Es lo que en teología se denomina sutileza: la cualidad de traspasar cuerpos sólidos, propio del cuerpo resucitado, glorioso. Y, sin embargo, les dice: “Palpadme y ved que un espíritu no tiene carne ni hueso, como veis que yo tengo”. El cuerpo glorioso no está sometido a las leyes de tiempo y espacio. Pero, de algún modo, está relacionado con ellos, porque entra en contacto con lo y con los que están en el tiempo y el espacio. Hablar, comer, tocar y ser tocado, manifestarse visiblemente o desaparecer, no parece ser impedimento para hacer o dejarlo de hacer, como disfrutando de una libertad omnímoda que en vida mortal no se tenía. El resucitado no tiene necesidad de comer ni de nada material; sin embargo, Jesús come y bebe con ellos, según afirma San Pedro y describen los discípulos. Es, tanto esta circunstancia, como todo el hecho de la resurrección de Jesús, un misterio que, no por serlo, deja de ser real e histórico, según los evangelios y la Tradición; fantasía, quizás, para él no creyente, pero esperanza y gran consuelo para el que lo es, y que corresponde a la psicología humana en sus necesidades más profundas. Hay teorías, como la del antropólogo jesuita Pierre Teilhard de Chardin, y otros científicos con parecidas hipótesis, que hablan de un evolucionismo del hombre y de la materia hacia la espiritualización o glorificación, hacia el punto Omega que es Jesucristo, y el hombre con él. Quizás esto es así para demostrar que, aunque transformados, seguiremos siendo los mismos como afirma Jesús de sí mismo: “Ved mis manos y mis pies, que soy yo mismo”. Esto es lo que, repito, enseña la Iglesia tomado de los llamados evangelios “canónicos” que, por su realismo y seriedad difieren muchísimo de los evangelios “apócrifos”, rechazados por la abundancia de detalles que contrastan con los canónicos, y hasta los contradicen, por su infantilismo, fantasía y, hasta, a veces, situaciones y personajes ridículos.

Sin límites en el tiempo y el espacio; inmortal y glorioso, vencidos el dolor y la muerte; resucitado de sus cenizas a una vida eterna por el amor y la acción todopoderosa de Jesús-Dios-hombre, resucitado y garantía de la nuestra, alcanza el hombre, así, sin dejar de ser él mismo, la meta de su destino feliz, comienzo y estado sin duración de tiempo, sino transformado por una cualidad del ser que le hace participar de la naturaleza divina. Algo parecido a como participa un hijo de la naturaleza de su padre.

Exactamente igual que Jesús, de carne y hueso gloriosos.

¿Hay otra explicación y otro destino, mejor para el hombre?