Tengo amigos homosexuales a los que aprecio mucho y ellos a mí. Vaya esto por delante para que no se dude si soy homófobo o no.

Que nadie se ofenda por el contenido de mi artículo. Sólo intento aclarar y orientar, amistosamente, este problema, para los cristianos. Para los demás, mi mayor respeto a su dignidad de personas a las que comprendo y amo por encima de sus circunstancias, como a estos amigos míos, muy queridos, de orientación homosexual. Si alguien se siente ofendido, o molesto, le pido perdón, de antemano; porque no es ésa mi intención.

Yo me esfuerzo, sinceramente, por comprender lo que parece un misterio de la naturaleza. ¡Hay tantos! Aunque defiendan su situación y hasta presuman de ello, como el Orgullo Gay, son dignos de comprensión, porque en su fuero interno sufren el dolor de querer ser lo que no pueden ser por más tratamientos, operaciones y demás que reciban.

Es un error de la naturaleza, si no es vicio adquirido ajeno a ella, que no me atrevo a llamar enfermedad, ni mucho menos, subjetivamente, pecado o inmoralidad, porque eso sólo corresponde a la conciencia de cada uno, y a Dios, juzgarlo y no a nosotros; y ya sabemos que Dios es Amor y misericordia. Pues el mismo Jesús comía y bebía con los pecadores y decía a los fariseos, hipócritas religiosos, que “hasta las prostitutas entrarán en el cielo antes que vosotros”. Perdonaba a todos y a todos decía: “Vete en paz y no peques más”

Él fue el que creó esa gran familia de los hijos de Dios que es la Iglesia, que somos todos los cristianos y no sólo el Papa, los obispos y los curas. Y ella admite a todos, aunque muchos digan lo contrario, por ignorancia o malicia. Bien claro lo dejó el Beato Juan Pablo II: “Quien quiera que seas. Cualquiera que sea tu condición existencial, Dios te ama. Te ama totalmente”. Rotundas sus palabras. Por lo tanto, la condición existencial de homosexual, de él o de ella, no es impedimento para que Dios los ame, ni para pertenecer, como un hijo más, a esa gran familia de los hijos de Dios que es la Iglesia, donde, para no presumir de buenos, hay pecadores, y, también, menos mal, santos.

Están totalmente equivocados, si no es por malicia, los que piensen lo contrario. Que lean el “Catecismo de la Iglesia Católica” y se sorprenderán de lo que allí se dice de la homosexualidad y los homosexuales.

La Iglesia ama y acepta, con especial cariño y comprensión, a estos hijos, por sus dolorosas circunstancias. Sabe del calvario que han sufrido, y aún sufren, de la exclusión familiar y social, de la agresividad y burlas padecidas. Ella no condena la homosexualidad, sólo juzga, objetivamente, sus actos “externos” como los de los heterosexuales, si son conformes o no a la enseñanza y moral cristianas. Y esto, sólo para los cristianos. No los culpa por ese error o desviación de la naturaleza, como no puede culpar a una persona por padecer el cáncer o el sida, que también podemos llamar error de la naturaleza. Sólo quiere que esas personas no pierdan la fe y la esperanza y, como cristianos, vivan su sexualidad de cara a Dios y al mundo, sin complejos, superando las debilidades siempre, consolándose con las palabras de la Biblia que dice: “Diez veces cae el justo al día, y otras tantas se levanta”. O el dicho conocido: “El buen cristiano no es el que nunca cae, sino el que siempre se levanta”. Y esto vale exactamente igual para el heterosexual en toda circunstancia, y, especialmente, en casos tan graves como el enfermo de cáncer o sida, por poner un ejemplo.

Cierto que es heroico lo que la Iglesia pide, pero es que la vida cristiana misma es también heroica. Porque las comodidades de la vida actual es la causa principal de nuestra falta de amor a Dios y al prójimo. Y nos resulta incómodo ir a misa, comulgar, confesar, rezar si hay que perder un partido de fútbol, una fiesta, una visita amiga, un juego, y no digamos si se trata de olvidar una ofensa, perdonar, y no avergonzarse en público de ser cristiano ante costumbres y espectáculos opuestos, cuando no agresivos, con la fe y moral cristianas.  Y si llamamos a estas actitudes, heroicas ¿cómo llamar dar la vida por amor o sufrir el martirio por defender o practicar la fe?” El que quiera ser mi discípulo que tome su cruz cada día y me siga.” Son palabras de Jesús.

Todos los cristianos estamos llamados a la santidad, y el homosexual también, con más mérito, por la prueba que supone su homosexualidad. No debemos, si tenemos fe, ni nos conviene, si queremos tener paz y no desesperarnos, darles un valor definitivo y absoluto ni a la homosexualidad ni al matrimonio, como a todas las cosas de la vida, porque tanto el matrimonio como la homosexualidad son caducos, se acaban con la muerte. La fe y la esperanza cristianas nos enseñan que nuestro fin y estado definitivo no es esta vida, sino la eterna. Después de la muerte “ni los hombres tomarán mujeres ni las mujeres, maridos, sino que serán como los ángeles, ya hijos de Dios. Ya no pueden morir.” Estas son las palabras esperanzadoras de Jesucristo.

Eso es lo que nos enseña la fe y la esperanza, que nos mantiene en la vida de cada uno, con formidable realismo, frente a la falsa idea de que la orientación homosexual no puede encausarse en otro sentido que no sea la satisfacción carnal. Conozco casos de orientación espiritual, cristiana, de prácticas religiosas de homosexuales que les producen una paz que las satisfacciones carnales no les pueden dar. No todo amor es genitalidad.