(Jmm Caminero) Se reunieron en franca conversación, para tomar café, para hablar Juan de Mairena y Juan de Portoplano para intentar descifrar algunos misterios y algunos enigmas de la condiciones humana, mirándose desde dentro, mirándose desde fuera.

Todo ser se desarrolla según su biología-genética, diríamos ahora, pero en un medio social-ambiental-familiar-educativo-circunstancial, y en medio, o uniendo ambas realidades, las concepciones sobre la esencia y la existencia humana, tanto de lo de abajo como de lo de Arriba:

– “En las palabras nos envolvemos y en las palabras nos perdemos”, expresó Juan de Mairena a Juan de Portoplano, y éste le contestó: “¿¡Pero es acaso lo mismo, cuándo se dice sentir o siento algo, cuando lo dices tú o el vecino o la vecina, sentimos lo mismo y de la misma manera!?

“¡¿Pero qué haríamos sin palabras!? – le contestó el de Mairena-, “¿Pero cuántas maledicencias, errores, malas interpretaciones tienen las palabras!? – Respondió el de Portoplano-.

“¿Pero cuántos aciertos”, expresó el de Mairena.

Siguieron tomando su café y durante un buen rato, el silencio habitó sus ojos.

– “Hoy los periódicos dicen que tal cargo público ha dicho tal o cual cosa” – expresó el de Portoplano-. “Sí, pero el otro periódico, dice lo mismo y los contrario, dónde está la verdad y la realidad de la verdad”, le respondió Juan de Mairena.

“Compadre, la verdad y la realidad tantas veces huyen una de otra” – contestó Juan de Portoplano-, “¿Pero entonces cómo sabemos dónde está la verdad de la realidad, y la realidad de la verdad, y la verdad-bondad de la realidad?” – dijo con cierta pena, el de Mairena-.

“¡Quizás, el no hablar, y esperar más datos”, expresó J. de Portoplano.

– “Unos hombres y mujeres creen que sin religión, tendrán más libertad, otros creerán que estarán más atados a sus malas pasiones, y tendrán menos libertad, y así el mundo sigue dando vueltas”, habló pensando en alto Juan de Mairena.

Mirando fijamente, el de Portoplano a Mairena, le dijo: “Compadre, exista o no exista Dios, los hombres y mujeres necesitan creer que existe”.

En seguida le contestó: “Pero cómo es eso…”.

“Posiblemente sin la idea de Dios, exista o no exista, gran parte de la civilización se caería, no tendría con que sustentarse, porque al final, todos los grandes principios y pilares de las civilizaciones y de todas las ideologías estén en concepciones y conceptos y definiciones metafísicas y religiosas, nos guste o disguste”.

“Nunca había pensado en eso”, expresó mirando la taza de café.

“Ah amigo, además los hombres, no son capaces, casi nunca, casi siempre, de controlar su poder, que exista un Ser Superior o que crean que existe, puede limitar su poder, saber que no pueden hacer lo que quieren y lo que quieran, no pueden causar más sufrimiento a victimas o personas vulnerables o indefensas”.

“Me dices que a nivel individual y colectivo, social y estatal, todavía necesitamos la idea de Dios y que la mayoría de seres humanos así lo crean”, expresó con una cierta alegría de haber comprendido y entendido un nuevo principio que no se le había ocurrido.

“Efectivamente, todavía el ser humano debe saber que puede recibir un Castigo o un Premio Eterno, para que la civilización siga existiendo…”.

“¿Pero no es lo mismo la concepción de Dios, por parte de unas religiones o ideologías religiosas o filosofías religiosas o metafísicas que otras…?”

“Efectivamente no es lo mismo, por eso es tan importante, que el Ser Supremo que cada uno crea, sea altamente racional, sea altamente moral y ético, sea altamente respetuoso con el principio de que el ser humano con su pequeña razón debe y tiene el derecho y el deber de reflexionar, de pensar, e incluso de discutir modestamente con Dios”.

Y ambos continuaron un rato, mirando en silencio, mirándose por dentro en silencio, observando la calle y lo que se veía por la ventana de la tertulia-café.

– “Por qué hacemos cosas”, preguntó el de Portoplano.

“Por qué pensamos cosas”, respondió el de Mairena.

– “¿Cuándo miro o cuándo observó, cómo percibo la realidad? – dijo Mairena, y siguió diciendo-, veo la realidad tal cual es, o a ese objeto le añado mis sentires y mis pesares y mis vivencias y mis concepciones y mis temores y mis deseos y mis pasiones y mis intereses…”

“Eres un pez que nada en el mar de la cultura y de la historia y de la época y de su tiempo, y percibes-sientes-piensas-deseas, en gran parte, es debido a tu genética, pero otra gran parte, es al agua que te rodea, es decir, la cultura, al final somos peces culturales”.

Ambos quedaron callados y en silencio mirando el pasar-hablar de los cercanos y de los lejanos.

Para terminar Juan de Mairena, expresó: “Al final, solo somos lo que somos”. Y Juan de Portoplano, le respondió: “Pero que es lo que somos de lo que somos”. Y ambos se levantaron, se saludaron y se despidieron hasta el día siguiente a la misma hora.

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Fin artículo 775º: “Juan de Mairena y Juan de Portoplano”.