(Francisco Javier Zambrana Durán – Pabellón Blas Infante de Alhaurín de la Torre)

Velocidad. Y, a la vez, como aquel elemento que complementa al otro, que siempre busca que nunca haya problemas entre ambos, pausa. Pausa para organizar. Pausa para reflexionar. Una pausa de milésimas de segundos para dar un giro en el que el equilibrio es el máximo protagonista, y en el que, para el resto, aquel que está sobre las ocho ruedas, acapara los focos.

Una mirada hacia el lateral y el mundo entero gira sobre ellos, sobre la pareja que hará historia, de eso están seguros. El sueño es inalcanzable para todos los que desconfían, pero posible para ellos, que ya se encargan de hacerlo una realidad. El sueño es un sueño, al menos a día de hoy, ya que lo descrito anteriormente es solo un entreno, uno que podría valer por un Campeonato del Mundo.

Darío y Lucía, Lucía y Darío son dos adolescentes que a diario acuden al Pabellón Blas Infante, sin importar la hora, la estación por la que estemos pululando o el clima que ella traiga consigo. No fallan. No cesan de entrenar, y, en consecuencia, de mejorar. Ella estudia Segundo de la ESO, mientras que él cursa Cuarto. Conocen el estrés del instituto, pero resumen toda su labor semanal en un simple: »hay que saber organizarse».

Lucía y Darío ejecutan un paso de su ejercicio en un entrenamiento. – F.J.Z.D. (D.A.)

Su experiencia con el patinaje comenzó a los 6 y 8 años, respectivamente, aunque a los 10 ambos competían ya. Apenas unos años más tarde, se puede decir, colgaron en su cuello nada menos que un bronce, y no uno de los simples, sino el del Campeonato de Europa en la categoría Cadete. Esto tuvo lugar hace escasas semanas, sin embargo, ni siquiera han tenido tiempo suficiente para celebrarlo. Las clases los han asaltado.

Sin perder atención, observan el objetivo de la cámara, que ya les ha acompañado en varias ocasiones. Los patines siguen en sus pies. Poco importa que en esos 15 minutos de conversación no vayan a demostrar su grandeza sobre la tarima. Su perfección es intacta, sus explicaciones, escuetas. Cada aclaración suma y aporta, exactamente, lo necesario.

»Mi objetivo es llegar al Mundial», comenta Darío. Parece simple para cualquier persona de a pie llevar su día a día con tal parsimonia, sobre todo cuando entrena cuatro horas de las 24 que vive. Con una sonrisa en el rostro de ambos, apenas parece importarles el trabajo, ya que su idea se mantiene fija en todo momento. »El mío también», recalca Lucía.

Su entrenadora, Ayelen, sonríe al verles. Sabe que tienen el potencial adecuado para escalar las montañas que maquinan coronar. »No les gusta demasiado hablar. Son chicos callados», puntualiza. »Con ellos, podemos decir que hemos aumentado notablemente la calidad de profesionales en la escuela», concluye.

Lucía y Darío danzan en el Pabellón Blas Infante. – F.J.Z.D. (D.A.)

Siempre que danzan, buscan la unión mutua, el compañerismo en la sala. Se unen con el resto de patinadores, de chicos que trabajan igual de duro para poder conseguir lo que ellos ya tienen. De chicos que un día fueron ellos. Porque precisamente son los ejemplos, las estampas perfectas de que el esfuerzo termina dando sus frutos. De que estos pueden terminar formando un árbol que los reparta entre todos.

Son adolescentes. Adolescentes que no saben qué les deparará el futuro, que no conocen si serán abogados, policías, médicos, ingenieros o profesores de inglés, pero que sí tienen un objetivo por el que lucharán, ya que, si algo han demostrado es que los sueños se cumplen. Se cumplen con trabajo duro, con entrega, con perseverancia y con paciencia. Todo ello, y no es necesario siquiera decirlo, sobre las ocho ruedas de dos zapatos extraños. Sobre esos que Hoans Brinker deformó en el siglo XVIII. Sobre las del nuevo arte: patinar.


Fotografías y entrevista realizadas por: Francisco Javier Zambrana Durán (@neyfranzambrana/Francisco Zambrana).