Antonio Serrano Santos: Este personaje, digno de un estudio especial, envuelto en el halo del misterio de la perversión, como fruto del mal uso de la libertad y de la ausencia de amor, nos va a   hacer experimentar el vértigo que produce el asomarnos al abismo de lo humano y diabólico de la maldad; de la pura maldad.
Traidor viene del latín “traditor”. Tradición, de “traditio” y del verbo latino, también, “tradere”, en infinitivo: entregar. Los evangelistas, después de nombrarlo añadían, siempre, el traidor. Y Jesús” sabía quién lo “iba a entregar”. En el artículo de “Pedro ¿el cobarde?” decía que Pedro no fue cobarde; débil, sí; pero no traidor. Porque su amor permaneció a pesar de haberlo negado, y lo demostró, y lloró “amargamente” y su arrepentimiento no perdió la esperanza ni su amor. Judas llegó a decir: “He pecado entregando sangre inocente”. Arrepentido, arrojó las treinta monedas de plata, fue y se ahorcó. Fue desesperación, sin esperanza ni deseo de perdón, porque no había amor.
Una cosa es negarlo por miedo, desconcierto ante la imposibilidad de defenderlo, pura debilidad humana, y otra, el cálculo frío, despechado ante un aparente Mesías contrario a sus planes materialistas, como lo prueba sus ocultos robos de las limosnas que administraba, la desapasionada relación con su Maestro, y su hipocresía al preguntarle:”¿Soy yo?, cuando El dijo que uno de ellos le entregaría. Jesús le dio un poco de pan en salsa para indicar quién era el traidor, sin querer, por ese hecho, delatarlo públicamente. Y dice, con escalofriante sencillez el discípulo amado, Juan: “Después del bocado, en el mismo instante, entró en él Satanás”….”El, tomando el bocado, se salió luego. Era de noche”. Antes le había dicho el Maestro: “Lo que has de hacer, hazlo pronto”.
Parece que dudaba y tardaba en buscar la ocasión de traicionarlo, quizás en lucha con su conciencia. Conciencia que, después, le llevaría a desesperarse y ahorcarse. Descubierta su traición ante Pedro y Juan,( los demás pensaron que salía a algún encargo, por lo visto no sabían quién sería el traidor), contemplaron éstos la salida de su compañero, paralizados por el estupor; ni Pedro, el impulsivo, hizo nada por detenerlo. Aprovechó, cobardemente, la mansedumbre de su Maestro que no quiso descubrirlo, abiertamente, ante todos, para correr, ya decidido, a entregarlo. Quedó en su mente el eco, como un latigazo a su conciencia, las palabras terribles de Jesús:”¡ Ay de aquel por quien el Hijo del Hombre será entregado! Mejor le fuera a ese hombre no haber nacido!.”
Si ha habido en la historia del cristianismo, y de la Humanidad, Dimas, Pedro y Pilato, Judas destaca, si no por su número, sí por su  especial connotación de traidor. Traidor es aquél en el que se ha depositado toda la confianza y hasta el amor, y un amor de predilección, y se hace indigno de ellos por aprovecharlos en su egoísta conveniencia aunque suponga la destrucción, el odio o la muerte de quien puso en él esa confianza y predilección. Pues Judas fue uno de los elegidos, un apóstol.
Horribles y numerosos son los casos de traición que ensombrecen la Historia de la Humanidad. Llegaría un tiempo, profetizó Jesús, en que se traicionarían mutuamente los padres, los hijos, hermanos, parientes y amigos, entre sí. Muchos, por causa de su nombre, el nombre de Jesús.. En religión y en política ¡cuántas traiciones! En la relativamente reciente guerra civil nuestra se dieron estas mismas traiciones, en los dos bandos. El odio que todavía subyace en las manifestaciones políticas y sociales, en los enfrentamientos y acusaciones de muchos, no de todos, gracias a Dios, se comprueba que no hay arrepentimiento y que la traición dejó su semilla, incapaz, como Judas, de pedir perdón, perdonar y amar.
No hay más que asomarse a Facebook, a Twitter, a los telediarios, a todos los medios sociales, y el odio aflora en los insultos, agresividades verbales, en los acosos personales hasta en plena calle. Todo desemboca en el odio y el desamor hasta traicionar los  propios principios de su ideología y los democráticos.
Entre los doce hubo un Judas y siempre los habrá en la Iglesia y en el mundo. Y ya no hay que escandalizarse, si no es por  ignorancia o malicia. Pero también, y son más, los herederos y seguidores de esos doce, en el mundo y en la Iglesia. Incapaces, por bondad, de descubrir o revelar a los Judas. Perdonan y olvidan, aunque los maten, dejando que se cumpla la justicia divina, ya que no se acogen a su misericordia, según las terribles palabras de Jesús: “¡Más le valiera a ese hombre no haber nacido!”