MARÍA Y LOS TESTIGOS (MÁRTIRES) DE LA FE

Antonio Serrano Santos

Próximo a terminar el mes de mayo, mes de María, en este tiempo de mayor persecución para los cristianos, ojalá su testimonio aporte luz y ánimo a los cristianos perseguidos, hoy, más que nunca, en todo el mundo. Este artículo, y perdón por su extensión, porque lo he creído necesario, es un intento de aproximación a la fe de María, la Auxiliadora del Pueblo cristiano, como la llamó Don Bosco. Hoy, necesitamos su auxilio, más que nunca. Y cuánto me gustaría que llegara, por si les sirve de ánimo y consuelo, a los cristianos perseguidos.

Zacarías no creía al ángel cuando le anunció que sus oraciones habían sido escuchadas y que su mujer dará a luz un hijo. Pero le pedí una prueba: «¿Como saber esto porque yo soy anciano y mi mujer estéril?” No le basta la aparición sobrenatural ni la palabra del ángel. Aunque era justo y fiel, creí imposible lo que Gabriel le dijo. La realidad de su ancianidad y la esterilidad de su mujer Isabel se impuso en su mente a la presencia y palabras del mensajero celestial. Como diciendo que l no era nadie fiable.

El ángel, ofendido, le recriminó, diciendo: “Yo soy Gabriel y estoy asistiendo ante Dios. He aquí que te vas a quedar mudo hasta que nazca el niño, por no haber creído en mis palabras”. Demostrando con esto su autoridad y veracidad.

Contrariamente, es un paralelismo discordante la escena de la anunciación de María con la de Zacarías. Se puede analizar punto por punto, frase por frase, preguntas y respuestas de Mara y Zacarías. Y las palabras del arcángel a ambos. Zacarías siempre haba deseado, junto con Isabel, tener un hijo; y lo habían pedido, en oración. Y ella, como todas las israelitas, consideraba como un oprobio, una vergüenza, no poder tenerlo. La esperanza de poder ser madre del Mesas era común entre ellas. Hasta el extremo de que los hombres juraban por el Mesas colocando la mano sobre el muslo (en sustitución del sexo) dando a entender as que lo que juraban era tan cierto como la fe y la esperanza en la venida del Mesas. De ahí que Isabel, cuando dio a luz, exclamó:  Quiso Dios librarme de este oprobio.

Contraria, y paradójicamente, María no imaginaba que ella podrá ser madre del Mesías y se ve por el hecho de no querer “conocer varón, propósito que incluye su deseo de consagrar su virginidad a Dios, porque no se explica que pregunte como ser eso (concebir sin conocer varón), sin importarle exponerse a la vergüenza social que eso supone. Contrasta su humildad con la actitud de sus paisanas”.

Cuando Gabriel le dice que ser madre del que se llamar Hijo de Dios, no duda ni niega la posibilidad, como Zacarías. Acepta la autoridad y veracidad del mensajero celestial. Solo pregunta como ser eso “(no, como saber eso) pues no conoce varón. Al explicarle el ángel como ser, ella, no solo acepta diciendo” he aquí la esclava del Señor, sino que le dice hágase en mi según tu palabra. ¡Extraordinario, será ejemplo histórico de tal humildad en toda la Historia! Respeta al arcángel y a su palabra. No dice hágase en mi según la voluntad o palabra de Dios, sino según tu palabra, la del ángel. La pone por encima de su persona y como garantía de su credibilidad. Ella que, antes, y ahora por ser Madre de Dios es más que el arcángel y todos los ángeles y criaturas del universo. Se humilla ante Él.

Ah, en esa escena comienza a verse la sublime humildad de esa joven israelita que, habiendo renunciado a ser madre, y menos aún del Mesas, es ella la escogida por Dios entre todas las de su raza. Ah, y desde ese momento, podemos intuir su personalidad, su modo de pensar, de creer y de amar de la Virgen Mara. Que se va revelando, paso a paso, a través de las distintas escenas de los evangelios.

Embarazada ya de tres meses, al regreso de su visita y asistencia al parto de su parienta, esta joven iba, no tendrá más de dieciocho años, como todas las casaderas de su entorno, se enfrenta a las murmuraciones de sus vecinos y a las crueles dudas de su esposo José. Humildemente y en silencio, deja todo en manos de Dios. Porque si hasta un ángel tiene que sacar de dudas a José es porque ella no se defendí. ¿Quién la iba a creer?

Avanzando en profundidad en el espíritu y actitud de María, llegamos al conocimiento y convencimiento de su increíble fe y disposición real para los planes de Dios. No dijo en vano: “He aquí  la esclava del Señor”. Abrió su seno y su corazón ante Dios y no abrió su boca ante los hombres. ¿Cómo es posible tanta madurez, tanta fe, tanta decisión y amor en un corazón tan joven? Su amor tuvo que ser tan inmenso como su fe, y su fe tan grande como su amor.

¿Cómo imaginaremos ese amor y esa fe materializados en los besos y abrazos a su Dios – ¿Niño, a su Hijo? Al cambiarle los pañales, asearle, enseñarle a andar y hablar, porque ya se vio que todo no iban a ser milagros. Porque el primero fue en Caná de Galilea. Treinta años en el asombro de la rutina diaria, después del anuncio del ángel, de los ángeles de Belén, los Magos y pastores…Del anciano Simeón con el augurio sobre el Niño como bandera discutida y motivo que descubrirá las intenciones de muchos; y “aquella espada que “atravesará su alma”.

Y María conservaba todas estas cosas meditándolas en su “corazón”. Así, cerca ya de los cincuenta años, ella conocía a su Hijo. Por eso, en esas bodas, como en otras ocasiones, sabe cómo actuar, cómo pedir, cómo esperar; con fe, segura, sin la más mínima duda. No le coge de sorpresa las reacciones aparentemente despreciativas ni las negativas de su Hijo. Sabe que Él no se dirige solamente a Ella.

“No tienen vino”. Petición indirecta. “Mujer, ¿qué nos va a ti y a Mí? Todavía no ha llegado mi hora”. Ha expuesto la necesidad, no insiste, y espera. No está en su mano ni la solución ni el modo de solucionarla. Y, sin que sepamos si le había visto antes hacer un milagro (Juan dice que era el primero), dice a los sirvientes: “Haced lo que Él os diga”. Y no pide la curación de un ciego o enfermo. Esa clase de milagros le corresponde a Jesús como prueba de su mesianidad. No, Ella pide vino para unos jóvenes novios en la vergüenza y la tristeza de una boda sin la alegría del vino. Se necesita más que fe para eso: conocer a Jesús como Ella lo conocía.

Otra vez la fe de María. Ya no era la jovencita que pudiera pensarse actuó en un arrebato juvenil propio de la edad. Cuarenta y tantos años de roce con ese Hijo. Ella con su intuición, sí femenina, pero de madre también, había visto y sabido de Él lo que los discípulos, materialistas y torpes, en un principio, no acababan de ver y saber. “¡Dichosos vosotros porque veis lo que profetas y reyes quisieron ver y no pudieron, y oír lo que vosotros oís y no pudieron!”.

Su fe, su humildad y su amor ya no tenían límites. Hasta aceptar el aparente menosprecio cuando los parientes de Jesús la llevaron, seguro, en su busca, (decían que se había vuelto loco), sufriendo como cuando lo perdió a los doce años. “Ahí están tu madre y tus hermanos que te buscan” – le dijeron. – “¿Quiénes son mi madre y mis hermanos?”-Respondió El. Y mirando alrededor, siguió: “Estos son mi madre y mis hermanos, porque todo el que oye la palabra de Dios y la cumple ése es mi madre y mis hermanos”. Y cuando aquella mujer gritó: “¡Bendito el seno que te llevó y los pechos que te alimentaron!” Y Él le respondió, sonriendo: “¡Bendito mejor, el que escucha la palabra de Dios y la guarda!” No se siente humillada porque es humilde y sabe que se refiere a todos. En adelante, no se la verá interferir en la actividad y planes de su Hijo.

Y ya, silencio hasta el Gólgota; hasta la cima de su calvario, con su Hijo, fiel hasta el final de su “peregrinación en la fe”. Apurando el cáliz del desprendimiento en la aceptación de las consecuencias de su “sí” a los planes de Dios. “Ahí tienes a tu Hijo”. Y al discípulo: “Ahí tienes a tu madre”. ¿No es éste el mayor de los desprecios? ¿Pero, no es Jesús su Hijo? ¿No es ella su madre? Otra vez la fe y la “esclava”, madre marginada, al parecer, ahora, del Señor. “Y el discípulo la recibió en su casa”.

Y, por último, silencio y oración, con sus nuevos hijos, en la espera del Espíritu Santo. Cerca ya de los cincuenta años… En silencio, fe y amor.

“Me llamarán bienaventurada todas las generaciones”. Dijo. E Isabel: “Dichosa tú que has creído que se cumplirá lo que se te ha dicho de parte del Señor”.

Pero no sólo la llamarán bienaventurada todas las generaciones, sino que en todas ellas han recogido su testimonio de fe los perseguidos, martirizados y masacrados, hasta hoy mismo, sólo por su fe.

¡Bienaventurados, dichosos ellos, como Ella, por haber creído!