UN NOBLE RETO

Hay una frase bastante extendida en algunos medios y que tiene una gran fuerza de convicción: “No hace falta ser cristiano para ser bueno” Esto necesita su explicación. Lo que sí es cierto, por el contrario, es que sí hace falta ser bueno para ser cristiano. Y esto también necesita su explicación.
Podemos tener en cuenta, antes de esta explicación, cuatro grupos de personas a los que yo respeto profundamente:
1º. El ateo que, como dice el Papa Francisco: “El ateo que hace el bien, es bueno”.
2º. El creyente en Dios, pero no es cristiano o bien por no estar bautizado o renunció a vivir como tal, esos de “yo soy católico, pero no practicante”. Como el que dice “yo soy futbolista, pero no juego al fútbol”. Entonces no es nada. O “Cristo sí, Iglesia, no”. Como si hubiera conocido y creído en Cristo fuera de la Iglesia. Como dice este Papa: “El cristiano no se crea en laboratorios, sino en la Iglesia”. Que, también, si “hace el bien”, es bueno, según este Papa., y que yo afirmo también.
3º. El cristiano que no vive como tal, esos que llaman “malos cristianos”, de mal ejemplo, “hipócritas de golpes de pecho”.
Y 4º. El cristiano auténtico, que vive su vida cristiana de verdad, “católico y practicante”, con amor a Dios y al prójimo.
Normalmente, el ateo culto o, al menos, al corriente de lo que se dice y ocurre en nuestra historia, tanto en el colegio como en la calle, no puede ignorar que se dice, se sabe, por tantos medios, que Dios, se crea o no en El, entró en la Historia de la Humanidad haciéndose hombre, sin dejar de ser Dios, que, sin obligar, ofrece a los que quieran, creer en El, en su vida y enseñanza y, sobre todo en su amor. Que su misión es ofrecer la salvación y la vida y felicidad eterna dando en sacrificio su vida, muriendo crucificado y resucitando para darnos prueba de lo que dice y asumiendo, así, todos los pecados y dolores del hombre, ofreciendo el perdón a todos los que se arrepientan de sus pecados.
Creando la gran familia de los hijos de Dios, con sus medios sagrados, los sacramentos, que llamó su Iglesia, con sus pecadores y santos. Esto es, en esencia, lo que una persona normalmente instruida, sabe.
Entonces, el “buen” ateo, no hablamos ahora de los “malos”, es decir, de los que no les importa la verdad ni el bien, sólo odian sin escuchar ni querer oír razones, y éstos creo que son los menos y a los que yo también respeto y no les tengo odio; digo que el buen ateo, tiene un reto delante: o es sincero consigo mismo, reconociendo que él no lo sabe todo, y que todo eso del cristianismo puede ser verdad, que Dios le ofrece su amor y su salvación, aceptándolo en Jesús, y está abierto a esa posibilidad, o no admite ni siquiera la posibilidad de que sea cierto lo de Dios, Jesús y todo lo demás, como si él lo supiera todo y así se cierra, fanáticamente a toda posibilidad. Tan fanático como el creyente que no admite la razón y la ciencia que puede ayudar a su fe. Entonces, la bondad, su bondad, puede no ser tal bondad, porque al rechazar la posibilidad, al menos, de esa verdad, no puede ser sincero y la falta de sinceridad y de honradez consigo mismo no es algo bueno. Se crea en él una obligación moral, ética: averiguar la verdad, investigar y salir de la ignorancia, del desinterés y de las dudas, si los tiene.
Del segundo grupo se puede decir, prácticamente, lo mismo que del primero. Del tercero es perder el tiempo con ellos, porque no quieren enfrentarse con su conciencia, ni quieren salir de su falsa vida. Y queda el cuarto.
“No hace falta ser cristiano para ser bueno” es una frase, repito, bastante extendida y que tiene mucha fuerza de convicción. Parece que es un subterfugio que se vale de lo emocional y de cierta comodidad en no reflexionar. Porque se basa en comparar los malos cristianos con los buenos no creyentes o buenos ateos. Es como si yo comparo a los buenos españoles con los malos franceses, por ejemplo. Resulta que así parece que todos los franceses son malos. Así también parece que comparando a los buenos no creyentes con los malos cristianos, que todos los cristianos son malos. ¿Y el número infinito de buenos cristianos, como los misioneros, los seglares que se dedican, voluntarios, que son miles, en el Tercer Mundo, los religiosos y demás que atienden a los orfanatos, las leproserías, las escuelas, los desahuciados, los enfermos terminales, en África, Asia, América, además de Europa, que dan su vida, hasta los matan, en defensa de los pobres indígenas, etc., etc.? ¿Los que atienden en Caritas, nacional e internacional, que es la Iglesia, a millones de parados y marginados ¿Es que no son buenos?
Pero, además, es que no se trata sólo de “hacer el bien”. Sino de ser. La fe, el contenido de la enseñanza cristiana, del Evangelio, nos dice que el cristiano adquiere una forma de ser “especial” por la fe y la gracia bautismal. Está “divinizado”. Lleva una vida “sobrenatural”. Su amor a Dios y al prójimo supera al amor humano, filantrópico y natural que, no entra en los planes de Dios de ser a imagen de Jesús, garantía segura de salvación. Por lo que “hace falta ser cristiano para ser bueno en el sentido pleno de la palabra, es decir, para llegar a esa bondad plena que necesita el hombre según su destino y anhelo, y que, de no ser así, le será imposible alcanzar esa plenitud. Porque el plan de Dios no es de ser simplemente bueno, sino santo”. Es decir, siguiendo el modelo de hombre que el mismo Dios nos propone: el hombre-Dios: Jesús. La “revolución” del Papa Francisco no es más que eso: volver a los orígenes, a Jesús, para ser como El, para conocerlo, amarlo, amar a todos como El, e imitarlo. Hace falta ser como Él, (cristiano viene de Cristo), para ser plenamente hombre, plenamente bueno.
Porque, si no fuera así ¿para qué Dios envía a la tierra a su Hijo? Si Jesús no ha traído realmente la paz al mundo, el bienestar para todos, un mundo mejor ¿qué ha traído? “Ha traído a Dios. Ahora conocemos su rostro, ahora podemos invocarlo. Ahora conocemos el camino que debemos seguir como hombres en este mundo. Jesús ha traído a Dios y, con Él, la verdad sobre nuestro origen y nuestro destino; la fe, la esperanza y el amor”. (Benedicto XVI). Se dirá que esto es por la fe, para el que tiene fe. Bien. Pero ¿hay otro plan mejor para el hombre? Todos los planes de las sociedades, los “ismos”, de ideologías: socialismo, comunismo, capitalismo, modernismo, fascismo, imperialismo, filosofismo, nihilismo, materialismo, idealismo… prometen felicidad, soluciones a la Humanidad, y todos van cayendo en una inmensa contradicción. Prometen vida y producen muerte, felicidad, y traen desgracia.
Y Jesús promete y va realizando en sí mismo, y en todos los que quieran, sus planes de salvación, de perdón, de paz: “La paz os dejo, mi paz os doy. No como la da el mundo os la doy Yo”. Plan de santidad, de amor total, comienzo de la verdadera felicidad ya en este mundo. Los innumerables santos de la Iglesia y de tantos buenos cristianos con su amor y entrega por la paz del mundo, por el bienestar de los pobres y necesitados, por un mundo mejor, son esas realidades. Y se va manteniendo, con sus pecadores y sus santos, por encima de todo y a pesar de todo, mientras los demás van desapareciendo. Y esto será un misterio de fe y de amor. Pero, entre la contradicción y el misterio, viendo los resultados, prefiero el misterio.