
“UNA TEOLOGÍA DE LA MUJER”
Este Papa Francisco, en una de las respuestas a los periodistas en el avión de regreso de la JMJ, ha advertido de la “necesidad de desarrollar una “Teología de la Mujer”. Insistió en que el papel de la mujer en la Iglesia es fundamental. Como “la Virgen es más importante que los sacerdotes y obispos”, ellas, también, lo son. Pero recordó que no es posible la ordenación de mujeres, como definió el próximo Santo Juan Pablo II.
Jesús eligió a doce hombres, los Apóstoles. Está claro en los Evangelios. Le acompañaban mujeres y, entre ellas, su Madre, aunque no se sabe si Ella lo hacía siempre. Sí se le ve en los momentos duros, como en la desaparición del Niño Jesús a los doce años, en las Bodas de Caná; cuando lo trataron de loco, y, sobre todo, en la Pasión y Crucifixión. Estas mujeres, dicen los evangelios, “le servían con sus bienes”. El no “tenía donde reclinar su cabeza”. Sin sentirse obligadas ni marginadas. Algunas eran socialmente importantes, como” Ana, la mujer de Cusa, mayordomo de Herodes”, María Magdalena; humildes como María la de Cleofás y otras.
Juan Pablo II, en su visita a EEUU, contestó a una religiosa que le preguntó si las mujeres no tenían derecho a ser sacerdotes: “Ser sacerdotes no es un derecho, es un don”. Los mismos Apóstoles fueron elegidos no por tener derecho, ni por sus méritos, que más bien, eran lo contrario por su discusión sobre quién sería el más importante, y su, en principio, concepto materialista del Reino de los Cielos.
Con esto, hay que reconocer, con humilde realismo y fe, que fue Jesús quien eligió a hombres, no a mujeres, y no por desprecio o marginación, porque fue una mujer, precisamente, la más importante, la elegida sobre todos los varones, de la que, de su libre aceptación, dependía, nada menos, que la entrada del Hijo de Dios, Dios mismo, en nuestra historia, y la Redención de la Humanidad. Dios le pidió, no la obligó, era libre de aceptar o no la petición de Dios. Si no fuera así, Él lo habría hecho directamente sin contar con Ella. Así respeta Dios la libertad del hombre, haga el bien o el mal.
Por eso, Ella es más importante que los sacerdotes y obispos. Y en Ella están verdaderamente representadas todas las mujeres. Y si Jesús decidió elegir sólo a hombres ¿quién tiene derecho a cambiar su decisión? Ni la Iglesia ni el Papa. No sólo derecho, sino ni siquiera poder o autoridad. Por encima de ellos está la voluntad y decisión de Jesús. Es un sacramento, como los otros seis, que tampoco nadie puede cambiar, y Jesús, también eligió: el agua, el vino, el pan, etc.
No se trata, pues, de una marginación ni de una decisión caprichosa. Es la sabia e inescrutable voluntad divina que, ante ella, sólo cabe aceptación humilde y libre de fe. No se trata, pues, de derechos, ni de ser más o menos importantes, ni siquiera ser importante. Lo que realmente hace importante y da derecho al hombre y a la mujer, es a poder aceptar los designios de Dios, de Jesús, en este caso, y contar con los medios necesarios para vivir santamente el camino que cada uno ha elegido o Dios le ha señalado.
De todos modos, como hizo San Francisco de Asís, que no se atrevió a ordenarse de sacerdote y se quedó de Diácono ¿no se debería, más bien, huir de esa dignidad en vez de desearla, y menos reclamarla, como un derecho ante Dios, cuando sólo tenemos el deber de cumplir sus mandamientos, que son de amor? Las falsas vocaciones de sacerdotes y obispos, sobre todo medievales, han hecho mucho daño a la Iglesia.
Sólo cuando la vocación, el llamamiento de Dios, es claro y aceptado por los sucesores de los Apóstoles, en las mismas condiciones que puso Jesús, entonces puede, sin sentirse obligado, recibirse la ordenación porque es un sacramento voluntario, como el matrimonio. Para ello, Jesús dio poder espiritual y autoridad a su Apóstoles y sucesores: “Todo lo que atéis en la tierra quedará atado en los cielos y todo lo que desatéis en la tierra quedará desatado en los cielos”. El nuevo Doctor de la Iglesia, San Juan de Ávila, Maestro de Santos, decía, en una de sus cartas, a uno que le preguntó si se ordenaría de sacerdote: “Si no hay grandes conjeturas del Espíritu Santo, quedaos donde estáis, que más quiere Dios sirváis a la Iglesia como a señora que como a esposa. Y conoced la condición de los que os rodean y haceos cuenta de que estáis en escuela de aprender humildad y caridad y paciencia”.
Por último, la condición femenina de la mujer, no el feminismo, como la del hombre, no el machismo, son formas de existencia que, al menos, desde la fe, para los cristianos, tienen una misma dignidad, (y creo que también, para los no creyentes, debe tenerla). Desde ese punto de vista, los dos tienen los mismos derechos y deberes fundamentales, pero no los circunstanciales, como por ejemplo, el de pausas en el trabajo, permisos, etc. para dar a luz, amamantar…Del mismo modo, en la vida cristiana, los dos tienen la misma dignidad y los mismos derechos y deberes fundamentales, pero no circunstanciales, como, por ejemplo, ser sacerdote u obispo, celebrar la misa o Eucaristía, la confesión sacramental, la ordenación sacerdotal…Circunstancias que no puso el hombre ni la Iglesia, ni el Papa, sino el mismo Jesús.
Sin que pueda existir la Iglesia sin el sacerdocio, porque ella “vive de la Eucaristía”, sin embargo, la mujer, además de la Virgen María, ha desempeñado y realiza una misión fundamental en la Iglesia. Mujeres ha habido, para vergüenza de muchos hombres, que han mantenido en pie a la Iglesia, incluso enfrentándose y haciendo cambiar a obispos y Papas dudosos y débiles en el gobierno de la Iglesia. Santa Catalina de Siena, Santa Teresa de Jesús, Santa Teresa del Niño Jesús, Doctoras de la Iglesia, Santa Juana de Arco, Beata Madre Teresa de Calcuta, Santa Teresa Benedicta de la Cruz, filósofa judía atea, convertida y mártir en Auschwitz, y otras muchas heroínas anónimas de todo tiempo que, sin reclamar derechos, dieron un ejemplo maravilloso a mujeres de antes y de ahora, a veces en lucha, desde una fe humilde y valiente, con una sociedad más machista que la nuestra, dentro de la Iglesia, y, más aún, fuera de ella.
Son, desde los primeros tiempos del Cristianismo, como los Santos Padres de la Iglesia, las Madres de la Iglesia.