(Por La Novia Roja de la Prensa)
Esta noche, cuando el reloj marque las 3:00, ¡BUM!, volverán a ser las 2:00.
Sí, el tiempo retrocede una hora. No es un fallo en la Matrix, es el cambio de hora, esa tradición anual que nadie entiende pero todos aceptamos porque, oye, “una hora más de sueño no se desprecia”.
Eso sí, no te encariñes con esa hora extra: en marzo nos la quitan y nadie protesta. Ni huelgas, ni manifestaciones, ni nada. Nos roban una hora y seguimos como si nada.
Pero esto del horario viene de lejos. Hasta 1900, cada ciudad iba a su bola: en Madrid eran las doce, en Valencia las doce y pico, y en Galicia, bueno… igual ni habían comido todavía. Entonces llegó un señor llamado Francisco Silvela, que dijo: “basta ya de este caos, todos con el horario de Greenwich”. Canarias dijo “vale, pero una horita menos, por favor”, y así nació el famoso “una hora menos en Canarias”, la frase más repetida de la televisión.
Luego vino la Guerra Civil y, claro, cada bando decidió también tener su propia hora. Porque si vas a pelearte por todo, ¿por qué no también por el reloj? Uno adelantaba, el otro atrasaba… Aquello era como un capítulo de Doctor Who pero con más cojones.
Más tarde, Europa dijo: “a ver, chavales, todos a cambiar la hora el mismo día”. Y desde 1996, cada último domingo de octubre, los españoles se dividen en dos bandos:
• Los que cambian el reloj del horno y microondas.
• Y los que directamente lo dejan así hasta primavera.
¿Y lo del huso horario? Pues oficialmente estamos en el horario de Alemania, aunque geográficamente nos tocaría el de Reino Unido. O sea, vivimos en Greenwich pero fingimos que estamos en Berlín. Por eso amanece tardísimo. Es decir: amanecemos como los británicos, pero comemos como los italianos y trabajamos como los alemanes.
Y para rematar, toda España tiene la misma hora, aunque el sol salga en Menorca cuando en A Coruña aún están a oscuras.
Pero bueno, aquí el horario no se toca: ¡ni el del bar, ni el de la siesta!












