(Francisco Javier Zambrana Durán – Alhaurín de la Torre)

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  • ¿Qué se supone que está pasando, Lucas?
  • Alberto, ¿tienes la llave? Dime que tienes la maldita llave, dime que has abierto esa puerta tú.
  • Se la di a la chica, no caí en ese detalle cuando me la pidió.
  • Dios, Frías. Vamos a morir aquí. ¿No sabes qué es este sitio?
  • Qué va a saber un profesor de Historia del Arte de un antro debajo del sótano. Hay que encontrar una salida, sea como sea, déjate de historias de ingleses, David.
  • No son historias, Alberto. Tenemos un serio problema. Son catacumbas, y unen mansiones. Estamos en una de las más importantes de la ciudad de Málaga. Ese símbolo de las cruces, joder. Vamos a ser asesinados.
  • ¿Cómo? ¿Un pasadizo como los de las películas? ¿Qué crees que esto es el Vaticano? Estamos en Alhaurín, es imposible que algún loco haya construido algo así bajo tierra.
  • Créeme, jamás he estado tan seguro de algo.

David miró en todas las direcciones posibles, intentando encontrar el menor atisbo de esperanza, que en este caso podría ser un simple rayo de luz. No había absolutamente nada.

  • Sentémonos, Frías. Cuando más avancemos será peor. Probablemente tenga agujeros este lugar y nunca conseguiremos averiguar si estaremos o no pisando en el sitio adecuado.
  • Ni hablar. Pueden volver en cualquier momento y colocarnos una bala en la cabeza. Yo de aquí tengo que salir. Vayamos cuerpo a tierra, así podremos averiguar lo que tenemos delante nuestra.
  • Quizá la luz del móvil nos servirá, aunque es tenue, puede que nos ayude a guiarnos por este camino.

Ambos sacaron a relucir sus teléfonos, unos Nokia de último modelo que servían para poco más que para llamar, y cuya pantalla alumbraba de manera tenue.

  • Así bastará, sigamos hacia delante. No nos demoremos más. Tiene que haber una comunicación con otra casa. Estos sitios tenían uniones con otros cortijos durante los siglos XIX y XX, como ocurre con el Cortijo Jurado, que se unía con otros de aristócratas.
  • Y para qué demonios querrían este sitio. ¿Se comían a la gente aquí dentro o hacían rituales satánicos? – dijo Alberto mientras trataba de arrastrarse –. No dejo de encontrarme en el suelo relieves. Está repleto de símbolos.
  • Aquellos a los que la familia no deseaba tener a su lado los colocaban aquí. Básicamente, era una manera de matar a enemigos sin que nadie se percatase de ello. Aquí eran enterrados.
  • No, Lucas, no puede ser cierto que estamos reptando sobre cadáveres.
  • Probablemente, sí.
  • ¡Dios santo! ¿Pero nos hemos vuelto locos? Estas catacumbas tenían que tener salida a alguna alcantarilla, seguro que aprovechaban lo que ya estaba construido para no tener que cavar demasiado.
  • ¿Crees que a familias como los Larios les importaba algo el tiempo que invirtieran los obreros o cuánto les costase? Alberto, aquí se guardaban personas con las que estas familias intentaban curar a sus hijos. Se les extraía la sangre, los órganos, lo que fuera necesario. Luego los dejaban aquí morir. Muchos de los sirvientes de las mansiones no regresaron jamás a sus hogares porque fueron sometidos a este tipo de calvarios. ¿Crees que las leyendas de espíritus aparecieron de la nada? Los mismos aristócratas tenían miedo de que reaparecieran aquellos hombres y mujeres que habían sacrificado por los suyos.
  • No puede ser cierto. No, por Dios. Lucas, jamás había oído esas historias. – con la respiración acelerada, Alberto formuló la pregunta que no quería haber hecho –. ¿Eso quiere decir que no vamos a encontrar ninguna salida más que otra puerta cerrada con llave al final de este túnel?

Hillary Jones y Nick Jones subieron escalera arriba. Fuera de la casa les esperaba Rick Jones en un Rolls Royce blanco de último modelo arrancado. Salieron de la casa a toda prisa, sin importarles que permaneciera abierta. Algo que les había pertenecido ya había dejado de ser suyo, pero al menos podían dormir tranquilos. Nadie más descubriría jamás los secretos de las catacumbas.


 

  • ¡Maldita sea! Jamás vamos a llegar. Llevamos más de 15 minutos avanzando y no hay una maldita luz. Hemos girado dos esquinas ya, y nada. Lucas, me has metido en un lío de auténtica envergadura.

Como historiador, David siempre pensaba que todo lo que le ocurría en su vida tenía lugar por algún sentido. Repasó toda la conversación con la chica cuyo nombre nunca supo, y recordó algo en especial que había dejado de lado. Lo tenía.

  • ¡La Piedra Angular! Joder, ¿cómo no habíamos pensado en eso antes?
  • ¿Qué piedra? ¿Vamos a encontrar aquí un documento de construcción de la casa? Para eso podríamos haber ido antes al Ayuntamiento, que era más fácil y por lo menos tiene luces de Led.
  • Espera, Alberto. La Piedra Angular de la casa es donde se guarda toda la información del primer propietario o constructor. Si Ernest Flavell murió en la investigación de estos, y Marcel Livetsky al parecer también, los únicos que quedamos con esa curiosidad, o relacionados con ella, somos nosotros. Ha sido esa chica la que nos ha querido meter en todo esto.

No quería ser consciente de ello, pero se vio obligado a razonar como persona. Las escapatorias que tenía eran absurdas. No podría salir por mucho que lo desease. Había que pensar con mente fría.

  • Estamos atrapados. Y lo mejor de todo es que probablemente muramos aquí.

El silencio recorrió la estancia. Las esperanzas se desvanecieron. Lucas deseó como nunca lo había hecho volver a aquel primer día en el que vio la carta y tirarla para no saber absolutamente nada de ella. Ojalá fuera posible deshacerse de todo este lío, dejarlo de lado para que nada le hubiera influido en su vida personal y profesional.

            Así, agachó su cabeza, la introdujo entre sus manos y comenzó a lamentarse. Estaba perdido como nunca lo había estado.

  • ¡DAVID! ¿¡QUÉ ES ESTO!? ¡LUCES! ¡SON PERSONAS, DAVID! ¡ESTÁN EN EL SUELO, COMO NOSOTROS! ¡DAVID! ¡CADÁVERES!

Una obra de Francisco Javier Zambrana Durán. Pueden seguirme en mis redes sociales (@neyfranzambrana/Francisco Zambrana) o en mi blog de relatos.