Víctor CORCOBA HERRERO/ Escritor“Será una caritativa huella vertida, alcanzar a vislumbrar la implacable grandeza del místico ser, loar su inspiración inherente y el anhelo de vivir para los demás”.

(Por Víctor CORCOBA HERRERO/ Escritor) Ante el aluvión de adversidades e injusticias, sólo cabe el sosiego y activar el deseo auténtico de amar, a pesar de los pesares que nos lo impidan. Si una historia ociosa, por si misma, ya es una defunción adelantada; también una existencia que no se salvaguarda es un error que nos tritura. Estamos para dar aire, no para quitarlo. En consecuencia, las personas no deberían ser asesinadas nunca, tampoco por usar, traficar o vender drogas. Convertir el planeta en un incesante campo de batalla, es una de las crueldades mayores. La presencia de minas terrestres y municiones sin detonar, continúan poniendo en riesgo a comunidades enteras. Los niños son especialmente vulnerables, protegerles ha de ser norma persistente, sobre todo para restablecer el acceso a una educación segura.

Quien nos roba los sueños, además nos sustrae la supervivencia, dejándonos un vacío que únicamente se llena con amor. Sea como fuere, no podemos seguir cometiendo deslices, la virtud viviente está en donarse a cambio de nada. Reivindico, pues, el desarme. El miedo evita la vida y corrompe la belleza de su disfrute. Por tanto, estamos obligados a dejarnos acompañar y a custodiar lo que nos rodea, tanto a la mística naturaleza como al semejante que nos nutre de su compañía. Son, precisamente, estos actos de cada uno, los que nos dan vuelo de resistencia. Por desgracia, hemos perdido el respeto, hasta el extremo de no acatar el derecho humanitario, en particular la obligación de proteger a los civiles, del uso indiscriminado de la fuerza y del desplazamiento forzoso de la ciudadanía.

Nuestros niños son el futuro; por ello ninguno debería perder acceso por ir a la escuela. Sin embargo, la triste realidad está ahí, habla por sí sola: La violencia contra la infancia en los conflictos armados alcanza niveles como jamás, la educación se halla una vez más atrapada en la red del fuego cruzado. “El bolígrafo, el libro y el aula son más poderosas que la espada”; acaba de requerirlo con un mensaje, el propio Secretario General de Naciones Unidas, António Guterres. No desperdiciemos nuestro andar por aquí abajo, que debe reconstruir, no destruir; con tal suerte, que enérgicos permanezcamos hasta en la expiración. Será una caritativa huella vertida, alcanzar a vislumbrar la implacable grandeza del místico ser, loar su inspiración inherente y el anhelo de vivir para los demás.

La manera de proceder tiene más valor que cualquier algoritmo y las relaciones sociales requieren espacios humanos muy superiores a los esquemas virtuales que, cualquier máquina sin corazón, puede preconfigurar. Es cierto que la digitalización nos está transformando para bien o para mal, dependiendo de cómo nos relacionamos con ella. A mi juicio, es fundamental para fomentar el pensamiento crítico, identificar información confiable y veraz, en una búsqueda viva y fecunda de sentido común, con todas las implicaciones éticas y existenciales que esto conlleva. Ojalá aprendamos a reconocernos y a corregir nuestro propio comportamiento, antes que a curiosear y averiguar sobre las vidas ajenas. En el fondo, nuestra oportuna presencia debe ser más que una pena, un verdadero poema que ilumine.

Alumbrar significa resplandecer; y, eso, es lo que hay que respetar y proteger de manera absoluta desde el momento de la concepción vivificante, entre los cuales está el derecho inviolable de todo ser angelical al quehacer de los días, como si cada amanecer fuese el último, aprovechando el instante desde la pequeñez. Tenemos que ir más allá de la oscuridad, lejos de la atracción de las luces mundanas y distantes de las modernidades impuestas, como puede ser el cultivo de la indiferencia e impulsar la división, cuando la comunión conjunta de latidos, con estilo de hogar es lo más sublime y cooperante. ¡Qué duros son los abandonos entre análogos!; nos destierran el armónico palpitar, con riadas de lágrimas. Démonos cercanía, ¡al menos ganaremos sonrisas! Algo es todo.

Víctor CORCOBA HERRERO/ Escritor