APROXIMACIÓN A LA FE DE MARÍA (II)

¿Por qué no fue María a ver el sepulcro de Jesús, como las demás mujeres?
En el Año de la Fe, escribí la primera parte de “Aproximación a la fe de María”, hoy, en la fiesta de su Natividad, en su honor, y como otro testimonio más de su fe y Patrona de Málaga, continúo con una segunda parte, pero fijándome en una circunstancia concreta, como quizás continúe en adelante: “¿Por qué María no fue a ver el sepulcro de Jesús, como las demás mujeres?” María sabía quién era su Hijo y lo que podía hacer. Eso no quita que las manifestaciones de Jesús, su comportamiento, sus palabras, dejaran de causar admiración tanto a ella como a su esposo José. “Sus padres no comprendieron sus palabras. Y María conservaba todo esto meditándolo en su corazón”. Y “sus padres se admiraban de las cosas que se decían de Él”.
Si los discípulos fueron instruidos por Jesús sobre su persona como Mesías, Hijo de Dios, Dios como el Padre, sobre su reino y su misión redentora, de su crucifixión y resurrección ¿cómo no lo iba a saber María? Si a ellos les avisaba que estuvieran preparados para esos acontecimientos ¿no le iba a decir lo mismo, y más, a su Madre, aunque ella estuviera más preparada y con total aceptación de su papel junto a Él, y creería lo que los discípulos no acababan de creer y aceptar? ¿Tuvo que decirle, como a Pedro, apártate de mí, Satanás, porque no tienes los pensamientos de Dios, ¿sino los de los hombres? Por la conducta y palabras de María, desde un principio, no cabe esa actitud en ella.
Por eso, ella no fue a ver el sepulcro de su Hijo, como hubiera sido normal para cualquier madre, junto a María Magdalena y las demás mujeres. Porque María esperaba. Ellas no esperaban la resurrección de su maestro, ni los discípulos la esperaban, como los de Emaús “Nosotros esperábamos…” Dice el evangelio. No aparece para nada su presencia. El evangelio ni siquiera la nombra. Es de extrañar, cuando siempre aparece en muchos momentos importantes de la vida de Jesús. A los doce años, cuando dijeron que se había vuelto loco, en las bodas de Caná (su primer milagro), al pie de la cruz… No fue al sepulcro porque sabía y creía que resucitaría “al tercer día”. “El Señor ha resucitado y se ha aparecido a Simón”, dijeron los discípulos. Luego, se apareció a todos. De María, que parecería lógico, no se dice que Jesús se le apareció y, mucho menos, se narra esa posible aparición a Ella. Lo que no quiere decir que Jesús no se le mostrara resucitado para alegrar su corazón, como lo hizo con sus discípulos. No lo sabemos. Pero, tal vez, no hacía falta, porque ¿no iba a creer la que creyó que se cumpliría lo que se le había dicho de parte del Señor? ¿Lo que ya Jesús se lo habría adelantado como a los discípulos, sólo que ellos ni lo creían ni sabían qué significaba eso de resucitar de entre los muertos y al tercer día?
Treinta años de su “peregrinación en la fe”. Porque durante ese largo tiempo no hubo milagros, (el primero fue en Caná), ni nada extraordinario; eso sí, y lo fue guardando y meditando en su corazón, como todas las cosas de su Hijo: la misteriosa, frecuente y extraordinaria vida de oración de su pequeño, y, luego, adolescente y joven Hijo, que nunca dejó de orar y lo recomendaba a sus discípulos. Y sus palabras, ya, seguro, sobre su cercana misión, pasión, y resurrección. Su intuición femenina y su fe, y esa peculiar forma de ser y actuar de una mujer única en la Historia de la Humanidad, con una prueba de fe ante esos años de silencio, en la espera de cumplirse los trágicos vaticinios (una espada atravesará tu alma), pero, llevando, también, en esa peregrinación y prueba de fe, la esperanza, y la “alegría en Dios mi Salvador”, que se fijó en su pequeñez para contar con ella en sus planes de salvación. “He aquí la esclava del señor”, no sólo para ser su Madre, que suponía una máxima dignidad, sino también, para verlo sufrir, morir en una cruz y… resucitar, máxima prueba y máximo dolor. Recompensada, al fin, su fe con la manifestación gloriosa del Hijo.
No fue a “buscar” a Jesús en el sepulcro. Ya no tendría que decirle, como a los doce años: “¿Por qué me buscabais, no sabíais…?” No lo buscó porque sabía que debía resucitar, que se “estaba ocupando de las cosas de su Padre”. Lo que entonces “sus padres no comprendieron sus palabras”, María, su Madre, lo comprendió y, como cualquier madre que observa todos los detalles de su hijo, fue conservando en su corazón y meditando y “comprendiendo” todo, más que cualquier otra madre, porque su Hijo iba manifestándose como Hijo de Dios, Dios mismo en Él. “Será llamado Hijo de Dios”, le dijo el Ángel. Y eso no podía olvidarlo. Por eso, en las bodas de Caná, sin ningún milagro, ni prueba anterior de su divinidad, sabía quién era y lo que podía hacer.
¿Cabe otra prueba mayor de fe, de esperanza, de amor y fidelidad a Dios y a sus misteriosas e increíbles promesas, en la vida de todos los santos?