(Por Moisés S. Palmero Aranda Educador ambiental) Sabes que la migración de las aves es uno de esos acontecimientos mágicos de la naturaleza, y aunque repetido cada año desde el principio de los tiempos, sigue siendo un misterio cautivador, bello y lleno de simbolismo porque representa la regeneración de la vida, la pequeñez del ser humano y la interconexión de todos los ecosistemas del planeta y los ciclos naturales de nutrientes, elementos químicos y energía.
Se conmemora dos días al año, el segundo sábado de mayo y octubre, uno para mostrarnos el paso prenupcial y otro el postnupcial, cuando, con la llegada del frío, abandonan las zonas de cría para buscar climas más cálidos que les garanticen el alimento y lugares más seguros para pasar el duro invierno.
Eventos que pasan desapercibidos en la vorágine de nuestra existencia y que yo quería mostrar, señalar y celebrar apuntando una serie de observaciones y acontecimientos ornitológicos de los últimos días a mi alrededor con el objetivo de invitarnos a parar, a observar, a aprender a mirar lo que nos rodea para conectar con la naturaleza desconectando, aunque sea por unos minutos, de la superflua sociedad que hemos creado y relativizar el valor que le damos a cosas que no lo tienen y nos roban el tiempo, la salud y el alma, alejándonos de los lugares y la gente con la que queremos estar y obligándonos a hacer cosas que por gusto nunca se nos ocurriría hacer.
Pero ahora, mientras escribo, no puedo dejar de pensar en ti, en el dolor, la rabia, la incomprensión ante el inesperado y despiadado golpe que la vida os ha deparado y para el que nadie está preparado. Y como no sé qué decir, ni qué hacer, para impedir que el odio y la ira aniden en tu corazón, te nublen la vista, te envenenen el alma, te saquen del camino, te hagan dudar de los principios y la fe que te han convertido en la persona que eres, pongan en peligro todo lo que has construido y los bellos recuerdos o se conviertan en un lastre difícil de sobrellevar, te ofrezco este puñado de aves y las palabras que José Agustín Goytisolo escribió para su hija Julia y que Paco Ibáñez lanzó al mundo para convertirlas en un canto a la esperanza, un himno para rescatarnos de la tormenta, para guiarnos hasta la protección del puerto y darnos la fuerza para reconstruirnos.
Te gustará saber que el otro día, paseando, como tantas veces hemos hecho, por Punta Entinas, uno de esos lugares que con tu compromiso, constancia y lucha, defiendes, proteges y ayudas a conservar, observamos una bandada de cigüeñas negras que ascendían en círculos sobre los charcones de Entinas, donde también tres polluelos de cigüeñuela aprendían a buscar alimento entre el barro, mientras dos juveniles de águila calzada acechaban sus primeras presas sobre los Alcores. Que un vecino de Almerimar salvó a un joven somormujo de morir atropellado en la carretera, llamando al 112 y cuidándolo toda la noche, hasta que al día siguiente los agentes de medio ambiente lo llevaron al lago Victoria. Que una bandada de malvasías eligió el charcón de la Cañada de Ugíjar para criar y sacar adelante una nueva generación de picos azules. Que me encontré la anilla de una gaviota patiamarilla nacida hace dos años en la Caleta de Málaga, y que un joven flamenco, de los anillados este verano en Fuente de Piedra, tras realizar su primer vuelo, ha pasado casi un mes dando vuelta por el levante almeriense.
Perdóname si no he elegido ni el momento ni la forma adecuada, si estas palabras las hago públicas y, en vez de reconfortarte, distraerte y animarte, puedan llegar a incomodarte, pero lo único que pretendo es acercarte los versos del poeta y recordarte que, En Acción o sin ella, navegando entre posidonias, recogiendo basuras a la orilla de la playa o plantando encinas en Sierra de Gádor, estamos para lo que necesites. Aunque ahora sea difícil de creer, acuérdate siempre de que “La vida es bella, tú verás, como a pesar de los pesares, tendrás amigos, tendrás amor, tendrás amigos”.