(Francisco Javier Zambrana Durán – Alhaurín de la Torre)
8
- No os mováis de donde estéis. ¿Habéis entendido?
- Marcel, hemos encontrado a la chica de la casa y al mayordomo, sabemos que son ellos.
- ¿Dentro del sótano? ¡¿Qué más hay en ese sótano?!
- No puedes hacerte una idea de la cantidad de cadáveres y de restos de cualquier ser vivo que existen aquí. Esto es un infierno.
- No hay problema. Quedaros donde estáis, sin moveros. Estáis cerca de la otra casa, así que probablemente hayáis andado demasiado. Con suerte, habéis encontrado lo más valioso de todo: a los dueños de la casa.
David Lucas cerró el teléfono perplejo. Alberto lo observaba con un rostro que delataba su miedo. Estaban en un sótano en el que habían sido encerrados por dos farsantes, por dos personas que no eran las que parecían ser, y habían encontrado frente a ellos a los verdaderos protagonistas. Si le faltaba algo a esta historia era únicamente que Ernest Flavell no hubiera muerto y que apareciera delante de ambos.
Después de al menos 5 horas caminando por esas catacumbas, ya habían imaginado de todo. Ninguno de los dos se había podido hidratar ni comer absolutamente nada, así que aprovecharon el lugar en el que estaban la hija de Flavell y el mayordomo para matar el hambre y la sed mientras aguardaban la llegada de Livetsky.
Marcel siempre había sido un tipo curioso, pero no había llegado a alcanzar ese punto de misterio extremo que tenía en esos momentos. Era como si el mundo hubiese dado un giro y todo se hubiera descolocado, como si estuviera todo programado por un ser superior que hubiera dirigido la historia de cabo a rabo.
De repente, se oyeron unos gemidos y una voz gritó. Frías y Lucas se deshicieron.
Quién iba a saber por aquel entonces que Livetsky acabaría como acabó. Cuando Ernest murió, el secreto de la piedra angular debía quedar en poder de alguien, de una persona distinta a los que habitaban en la casa blanca. Así pues, previsor como siempre, Flavell diseñó un plan infalible, un plan mediante el cual nadie pudiera descubrir el secreto que se escondía en aquella casa, ese que él ya encontró hacía años.
Marcel sabía perfectamente cuál sería su papel en la misión. Debería hacerse el muerto y colocarse dentro de la esfera de los Jones, los cuales estarían esperando el momento perfecto para atacar y conseguir la piedra. Por aquel entonces, la hija de Ernest habría llamado ya a Lucas y a Frías para que acudieran a su casa y les habría dado todas las claves de esta para que defendieran el lugar de posibles ataques con la excusa de que estaban realizando investigaciones para la Universidad de Málaga.
En caso de que algo saliera mal, Livetsky aparecería, llevando a quien fuera de la familia de los Jones a algún lugar alejado, apartado del mundo real. Este tendría el tiempo suficiente como para arreglar absolutamente todo lo que fuera necesario, así como para poner a salvo la caja de la piedra angular.
Sin embargo, pese a que Flavell lo hubiera dejado todo por carta escrito y hubiera conseguido prever todas las posibles situaciones rocambolescas, se le olvidó que su hija podía quedar en peligro.
Marcel abrió la puerta de entrada. Había tardado escasos 20 minutos en llegar desde Cártama hasta Alhaurín. El Rolls Royce tenía una aceleración tan espectacular que hasta le causaba miedo cuando hundía el pie en el pedal. Corrió dentro de la casa, sin mirar a ningún lado, obviando que no habría nadie que pudiera detenerle su paso.
En cuestión de segundos, llamó a David, que cogió el teléfono sin demora.
- ¿Dónde estás? Espero que no te hayas movido de donde me dijiste que estabais.
- Marcel, la chica se ha despertado. La chica está consciente, pero dice que se han llevado la caja que contenía la piedra, que se la llevaron hace una semana.
- ¿Está segura de lo que dice?
- Sí, dice que la cogieron ellos y que teniéndola ya no les servíamos para nada, por eso quisieron acabar con nosotros.
- Yo no creería esas suposiciones.
La voz de Livetsky se oyó al fondo, y los dos hombres se alegraron como jamás lo habían hecho desde que eran niños. Era como si vieran la luz al final de un túnel interminable. Fue todo un placer poder sentir que había alguien que tenía bastante claro lo que estaba sucediendo, y que estaba todo controlado, como suele pasar cuando un secreto tan potente es escondido bajo llave.
Los Jones llamaron al segundo chófer de la familia cuando se recuperaron de somnífero que les había aplicado Marcel. Estaban en un lugar que no conocían, pero el llevar teléfono móvil les salvó. Vieron un supermercado al fondo y reconocieron la marca, así que ordenaron que este apareciera inmediatamente. Tenían que llegar a casa para abrir la caja y descubrir lo que tantos años habían intentado ocultar tantos árboles genealógicos.
Adam Silver, el chófer, apareció con un Porsche Cayenne de color negro con cristales tintados y llantas del mismo color. Violó todos los límites de velocidad y se apresuró para llegar a la residencia de los Jones tan rápido como pudo. Nick le presionó lo suficiente como para que no le importase perder algunos puntos del carnet de conducir.
Al llegar a la mansión, montó el coche en la acera y corrió hasta la sala principal. El padre estaba esperándolos con una cara de perplejidad absoluta. La caja estaba abierta, y no parecía que hubiera nada demasiado impresionante como bien se había dicho en las leyendas de su familia. Hillary se quedó parada en seco, observando cómo su hermano se daba la vuelta y la miraba fijamente a los ojos al terminar de decir su padre esas palabras que los hundieron en la suma miseria.
- ‘‘Nunca conoceréis la verdad, ni tampoco podréis emprender su búsqueda. La caja ya se encuentra en las manos en las que debe estar, no en las que jamás debería haber estado. Firmado: Ernest Flavell’’.
Lo que comenzó como una historia de amor, terminó como una trama de cuento. Flavell resultaba haber sido, no solo uno de los hombres más influyentes en la historia de la humanidad, sino también uno de los más inteligentes, capaz de ocultar un secreto que rompería en dos la historia de la humanidad.
A causa de ello, Christine, la hija de Ernest, decidió no abrir aquella caja, decidió guardar ese tesoro que ni siquiera su padre había querido comprender. Tenían el dinero suficiente como para vivir de por vida con la herencia de su progenitor, por lo que no era necesario complicarse en exceso.
Marcel, Alberto y David enterraron la pieza en la zona cercana a Jarapalos, en un agujero de un metro de profundidad que rociaron de flores y otras plantas. Estas crecerían a su alrededor y formarían un estupendo mosaico que nadie tocaría jamás por miedo a que se perdiera ese paisaje.
El secreto estaba a salvo. Al menos de momento.
- ¡MARCEL LIVETSKY! MARCEL…
- David, David. ¿Otra vez?
- MARCE… ¡ALBERTO! ¡CADÁVERES!
- David, despierta. Vamos. No sigas, por favor. Siempre con esas malditas pesadillas.
- ¿Qué? ¿Qué ocurre Kristin?
- Otra vez. Otra pesadilla. Tienes que dejar de leer antes de dormir esas novelas de Dan Brown. Te ponen demasiado nervioso.
Lucas miró al techo de la habitación. La luz penetraba lentamente por su ventana. Parecía que había amanecido ya. Se quedó pensativo por unos instantes. Ese sueño que había tenido no era como el resto. Tenía algo de especial.
- ¿Me entiendes? Yo tengo que dormir algo porque si no lo hago, no puedo estar bien al día siguiente. Pero claro, a ti te da igual trasnochar y terminar de leer de madrugada, como siempre. Llevamos 10 años así y…
Su mente se había ido por completo. Estaba absorto en esa sensación tan real, tan fácil de recordar y de sentir que incluso pensó que todo lo soñado lo había vivido.
- Y llevas toda la noche dando vueltas y haciendo como si hablases por teléfono. Son las siete y cuarto de la mañana y mira cómo estás ya. Tienes que buscar una soluci…
- Kristin, tengo que bajar inmediatamente.
- Vaya, y ahora sigue en la vida real metido en la ficción.
Descendió por las escaleras a toda prisa. Sabía que si lo que le esperaba abajo era lo que tenía en mente, todo sería cierto. Dejó a la derecha la cocina, abrió la puerta de salida y se apresuró a la puerta que daba a la Calle Santa Elena.
- ¡DAVID! ¿Qué te pasa? ¿No irás a marcharte de la casa? Este hombre es un caso aparte…
David exploró el lugar. No había ni rastro de lo que imaginaba. Abrió la puerta finalmente. Estaba en pijama, pero era tan temprano que probablemente ningún vecino se daría cuenta del detalle. El buzón tenía la apertura señalando hacia arriba.
Abrió el compartimento y encontró un sobre blanco con detalles verdes. Tenía algo escrito en la parte baja, a la derecha.
- ‘‘De Wheti Huose’’, leyó.
Una obra de Francisco Javier Zambrana Durán. Pueden seguirme en mis redes sociales (@neyfranzambrana/Francisco Zambrana) o en mi blog de relatos.