UNA NUEVA DIMENSIÓN II

En la geografía universal es frecuente la enemistad, a veces, hasta el enfrentamiento y la guerra, de unos pueblos con los pueblos vecinos. “Porque los samaritanos no se tratan con los judíos”, dice el evangelista explicando la razón de la extrañeza de la samaritana al pedirle un judío agua. Y los judíos, peor aún. Hasta el extremo de acusar a Jesús de endemoniado y samaritano. Los samaritanos no admitían al judío que se atreviera a pasar por Samaría, en su camino de Jericó a Judea. En una ocasión que rechazaron a los discípulos a su paso por allí, éstos dijeron a Jesús” ¿Quieres que hagamos bajar fuego contra ellos y los consuma?”. “No sabéis de qué espíritu sois”. Les dijo El. Existía entre ellos una animadversión enconada político- religiosa desde que regresaron del destierro de Babilonia.
Todos esos pueblos de la Historia antigua y actual siempre aducen sus razones olvidando aquello que dijo Machado: “No existe camino para la paz. La paz es el camino”. En esta tesitura se entiende la pregunta de la samaritana al judío Jesús: “¿Cómo tú, siendo judío, me pide de beber a mí, mujer samaritana?”. Samaritana y, además, mujer, tan depreciada socialmente. “Sus discípulos, judíos, se maravillaron de que hablara con una mujer (y a solas).
Esta mujer, como casi todos sus paisanos, con su vida desordenada, su indiferencia religiosa y agresividad verbal, por el tono de su pregunta, ante la duda e ignorancia de la verdad religiosa, plantea el problema y la razón de su postura, al “judío Profeta: “Nuestros padres dicen que hay que adorar a Dios en este monte (el Garizín) y vosotros decís que en Jerusalén”. Como diciendo: ¿En qué quedamos? El judío, hombre de Dios, le explica dónde y cómo hay que “adorar” al Padre. Ella le dice, como dudando y rechazando la opinión, al fin, de un judío: “Sé que el Mesías, el llamado Cristo, está para venir. Cuando llegue, Él nos lo explicará todo”. “Soy Yo, el que habla contigo”. Esta rotunda afirmación, acompañada de la adivinación de su vida y sus misteriosas palabras del agua viva y vida eterna, la dejan perpleja y corre a comunicarlo a sus paisanos que la creen no sólo por sus palabras sino por su trato con El, a quien invitan un par de días y afirman que “éste es el salvador del mundo”.
Entre los cristianos separados, el Ecumenismo es el resultado del conocimiento progresivo del don de Dios y de Quién es el que nos pide de beber. Y entre los no creyentes, indiferentes y católicos no practicantes, es ese desconocimiento, explicable o no, del don de Dios y de Quién es el que pide de beber, lo que los mantiene en ese estado.
Este “dame de beber” nos recuerda la exclamación angustiosa desde la cruz: “¡Tengo sed!”. Exclamación que hizo a la Madre Teresa, al oírla insistentemente en su interior, y a otros muchos como ella, lanzarse al mundo para apagar esa sed divina. Sed de que el hombre se deje amar y sed del amor del hombre, sus criaturas. Dios ama y quiere ser amado. Y no puede ni quiere obligarlos porque los hizo libres. Pero su sed desde la cruz es el reclamo amoroso. “Cuando Yo sea levantado en alto, atraeré a todos hacia Mi”. Sed de Dios y sed del hombre. Clama el salmista: “Te sitit anima mea. Desiderat te caro mea, sicut terra sitiens sine aqua”: “Mi alma tiene sed de ti. Mi carne te desea como la tierra sedienta, sin agua”.
Cuerpo y alma viven y se mueven en esa “nueva dimensión” como el pez en el agua, como el embrión humano en el seno materno; en el gozo inexplicable de la experiencia de Dios, de la amistad con Dios, del amor infinito de Dios. Un comienzo de vida eterna y de resurrección para el alma y para el cuerpo. “¿No ardía nuestro corazón cuando nos hablaba por el camino y nos explicaba las Escrituras?” Dijeron los desesperanzados discípulos de Emaús. “Lo reconocieron al partir el pan”. Los cristianos separados, los indiferentes, los católicos no practicantes, los no creyentes, podrían encontrar y recuperar la esperanza, pueden arder sus corazones, “si conocieran el don de Dios, el Espíritu Santo de Dios, el amor de Dios que une, perdona y santifica, y Quién es el que les dice: “dame de beber.
Con San Agustín, en sus “Confesiones”, que dice: “¿Por qué escribo estas cosas si Tú las sabes? Las escribo para despertar mi afecto hacia Ti y el de los que las lean”. Pues eso.