(Jmm Caminero) Una vez oí, en una conversación ya lejana, hace mucho y mucho tiempo, la historia o leyenda se iba contando de generación en generación de una persona se escribía cartas a sí mismo…

El relato pasado por real, se contaba o se contó de que una persona que había intentado ser escritor o pensador o pintor, algo de las artes, porque las versiones cambiaban. Supongo que como en la Edad Media, cuándo el texto no se fijaba en escritura, hasta mucho más tarde, pues cada trovador iba añadiendo o quitando algo, según iba viendo la recepción y aceptación del público –ese dicen que es un elemento de la genialidad de Shakespeare, con sus mismos textos-, de plaza en plaza, de pueblo en pueblo, de primavera o de otoño… porque no solo cambia el corazón receptor sino el corazón emisor. Somos seres humanos, de esta especie, al menos de momento…

La historia o leyenda se contaba que alguien que había querido pertenecer al grupo de algunas de las artes, que asistía a tertulias, pero algunas de ese Madrid tan grande, porque siempre ha sido grande y pequeño, porque se indica, que antes y después de la incivil guerra civil, concepto tomado de Anson, no quiero quitar la impronta conceptual a nadie, hubo hasta unas diez tertulias, no sólo el Café Gijón, también el Teide, Café de Lyon, Café del Prado, Café Pombo, Café de Gato Negro, Café Colonial, Café de Roma, Café Universal, Café de Fornos, Café Marfil, La Ballena Alegre, Café Español, Café de Lisboa, Cervecería de Correos, Café de Levante, Café la Fontana de Oro, Pub Seis Peniques…,

Se contaba que ese alguien, cansado y harto de estar en tertulias literarias, aquí hemos citado algunas, cada una presidida por un pope de la cultura, en las que no era fácil introducirse, supongo que tendrías que tener invitación, pues se escribía a sí mismo, en el remite ponía una dirección de un familiar y en el destinatario a sí mismo. De esa moda, podría contar que le había escrito tal y tal persona. En fin se imaginaba otros mundos…

Un día, contarán, si es que lo hacen, tantos cientos de autores y autoras que han pasado por todas las tertulias de Madrid, esperando tener un lugar en la cultura, y, como imitación toda ciudad tenía sus tertulias, y, de alguna manera, de forma simple y sencilla, se indica en los claustros/voceros culturales y literarios, cada cierto tiempo, un grupo de gente joven o un poco menos, se juntan en tal café para comentar libros y hablar, en definitiva, los ecos de las olas de aquellos tiempos de las tertulias.

Supongo que la Universidad al ir ocupando el lugar central de la cultura, le pegó un buen tiro al pie de las tertulias, no solo la época y las censuras del Anterior Régimen, porque como alguien alguna vez, le oí decir, se equivocan porque ese Anterior Régimen quería que hubiese tertulias, porque así en diez o doce tenían ya controlados el noventa por ciento de la intelectualidad del momento. Solo tenían que enviar personas allí, para que escuchasen y oyesen… y después, diesen informes, de los que decían, de los nuevos que entraban, de los viejos que salían, de los cambios en éstas… -y, entrar en los grupos universitarios es y era más difícil-.

Ahora las cartas son los sistemas electrónicos, los diversos tipos. Supongo que habrá adolescentes que sufran mucho porque nadie les envía misivas-informaciones-fotos de este tipo, o que les saquen del grupo que están, o, incluso los atosiguen. Quizás, hoy, se convierta esto en un gran problema. Hace poco, no encontré el correo electrónico de un museo que estaba naciendo, de una persona que se había encontrado cuadros en el desván de una casa que había comprado, de un pintor desconocido. Y, me contestaba que le había extrañado que le hubiese llegado una carta postal de este escribiente. Cierto que lo hice porque no hallé el correo electrónico de dicho “nuevo centro de arte”.

En este pequeño recorrido que voy haciendo por el columnismo y el articulismo de opinión que vamos haciendo, me he encontrado con un artículo titulado: Escribía cartas, del periodo 2016-2017 del escritor y articulista Lorenzo Silva, Lorenzo Manuel Silva Amador, que nos cuenta, como todo articulista-escritor-literario narra algo del mundo interior propio y del mundo exterior y del resto de los mortales…

Mirando artículos y columnas de estos dos siglos y medio últimos, las que me van cayendo entre los ojos y las manos, no realizo selecciones previas, me he dado cuenta, de tres cosas, que “existe una ingente riqueza cultural interpretativa del mundo” a través de las columnas periodísticas de opinión en nuestra sociedad y país. Segundo, que existen, no solo miles de articulistas, sino decenas de miles –eso sí, algunos redactaron dos o tres artículos de media a la semana, otros, uno cada quince días de media…-. Tres, que se ha olvidado la riqueza interpretativa de las columnas hechas por manos y ojos de provincias…

Creo que todo ser humano espera una carta, ahora puede ser una llamada telefónica, una carta en papel, un correo o misiva de las diversas formas electrónicas de Internet. Pero todo el mundo siente y necesita y desea que le escriban una “carta”, todo el mundo envía cartas, de una manera o de otra, porque todo el mundo quiere que le quieran y todo el mundo necesita querer. Le pregunto es un final de este pequeño artilugio que se llama columna de opinión, es un final predecible el que le acabo de expresar, -decían, que Agatha Christie, Agatha Mary Clarissa Miller (1890-1976) leía las novelas, a sus familiares y amigos, y, si ellos ya sabían el final, cambiaba la novela y el final. Porque el final tenía que ser impredecible…-.

La vida es una suma y combinación de predecibilidad e impredecibilidad, quizás la vida, la pasamos intentando aumentar los factores predecibles positivos y reduciendo los factores impredecibles negativos. Bueno, hay que terminar señor lector, señora lectora…

http://twitter.com/jmmcaminero           © jmm caminero (08 agosto 2025 cr).

Fin artículo 5.043º: “Se escribía cartas y Lorenzo Silva”.