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(Antonio Serrano Santos) Al margen de lo que pueda tener de exceso, folklore, lujo, ostentación y sentimentalismo popular, las procesiones de Semana Santa son en España y, sobre todo, en Andalucía, la expresión más genuina y espontánea del alma humana. Es la intuición que tiene, el espíritu, de la presencia del Dios invisible a través de un hombre como nosotros; que nace, vive todos los pasos de nuestra vida, duerme, sueña, come, se cansa, trabaja, sufre y llora, ama con corazón humano, sabe de la soledad y de la amistad, comparte, perdona, acoge y comprende al pobre y al enfermo, se compadece, se impacienta y se enfrenta a la injusticia, a la hipocresía con duras palabras, pero nunca con odio ni violencia. Dios con nosotros, como un padre que se hace pequeño con su hijo poniéndose a su nivel, para jugar, reír, abrazarlo y sufrir, si está enfermo, junto a él.
       Ése es el Dios que el alma humana intuye y, sin más teología ni saber, abre su corazón y lo acepta; ama, lo sigue, lo adora y cree en El. Por absurdo e incomprensible que sea para algunos que no conocen la alegría de esta fe, de este amor y esta esperanza.
       Por las calles van pasando las procesiones, en un silencio respetuoso, o entre un murmullo acogedor de plegarias, suspiros, lágrimas, gestos de la señal de la cruz. A veces, rompe ese silencio un estremecedor  grito, o lamento prolongado, en un “ ¡Ay! que se clava en el alma y rasga los cielos, porque es una saeta. La saeta toca todas las fibras del corazón y enseña y recuerda al penitente y al pueblo la catequesis católica: lleva en ella el mensaje del Padrenuestro, del Ave María, el Credo, los Sacramentos, los Mandamientos, la muerte cristiana y la resurrección. Toda la doctrina y moral católicas. Entre las saetas y las imágenes, el pueblo sencillo, el pueblo fiel, aviva y afianza su fe, su amor y su esperanza.  Lo que, quizás, no se realiza muchas veces en las misas y ceremonias en las iglesias durante el año, en las calles se obra el milagro de la conversión, de la confianza, de la humildad  y de la alegría de creer. ¡ Cuántos no han necesitado ningún sermón para volver a la fe y sí después de “ contemplar” una procesión.
           Milagro es que los piropos, ¡ y qué piropos!, no hagan sonreír hasta a las imágenes de la Virgen que, seguro, sí lo hará desde el cielo. Y la compasión, y la pena, y el amor que despierta Cristo crucificado, llevando la cruz, azotado, desnudo, y traicionado por el beso del “ amigo” falso…La sobrecogedora escena de Jesús muerto, en una estampa de cuerpo extendido con todas las señales de su pasión…
           La inocencia que acompaña en cientos de niños a la Pollinica, a la burrita, con palmas y cantos de alegría…La soledad de la Virgen que tantas soledades recuerdan a las viudas, a los huérfanos, a los enfermos solos en los hospitales…
            Y, por fin, la Resurrección. El triunfo del amor de Dios sobre la muerte, sobre nuestra muerte. “ Ya no habrá más frío, ni calor, ni llanto ni  dolor, ni muerte”. Dice Dios. “ Y Dios enjugará las lágrimas de sus hijos”. “ Bienaventurados los pobres, los mansos, los que lloran, los misericordiosos, los limpios de corazón, los pacíficos y todos los que por mi causa y amor y fe, sufren persecución, insultos, menosprecios y muerte; porque de ellos es el reino de los cielos.” No tengáis miedo, estad alegres porque vuestra recompensa será grande en el Reino de los cielos.”
            ¿Quién o qué será capaz de desarraigar esta intuición, esta incontenible necesidad, esta sed ardiente del alma del pueblo, del corazón que arde ante las palabras que, en silencio, solo con su paso y su presencia, van diciendo las sagradas imágenes de Jesús y María? Exactamente igual que sintieron y dijeron aquellos discípulos de Emaús, que ya no tenían esperanza al ver muerto a su Maestro .” ¿Por qué andáis tristes  y qué es lo que vais hablando entre vosotros?”- Preguntó el caminante a su lado. “  Nosotros esperábamos que El iba a rescatar a Israel pero ya han pasado tres días de esto…” . Cuando Jesús se reveló a ellos y desapareció, comentaron muy alegres: “¿ No es verdad que ardía nuestros corazones cuando nos hablaba y explicaba las escrituras? “ . Así arde y habla el pueblo en las procesiones de Semana Santa.
     Que intenten convertir las procesiones de Semana Santa en “ fiestas de la ciudad”; que  intenten reducirlas a un puro folklore; que intenten ofenderla y suplantarla, absurda y con rabiosa envidia, con la “Procesión del santo coño( con perdón)”, y   quieran suplir el inmenso vacío de las almas, ingenuas e ignorantes, con todas las “ ceremonias laicales”: bautismo civil o laico, primera comunión laica, despedida( entierro) laico. ¿Y qué harán con la confirmación, la confesión y la ordenación sacerdotal? Ya inventarán algo en el límite del ridículo. Cuando lo que necesitan e intuyen estas almas, toda alma, es una fe, una esperanza y un amor que no les engañe ,como las políticas y las ideologías, con falsas promesas del bienestar de este mundo caduco.  Que intenten suprimir las procesiones… y conseguirán todo lo contrario. No saben, ignorantes y maliciosos, lo que se mueve detrás de las procesiones y las cofradías. Que no sólo es la fe.  Miles de puestos de trabajo. Innumerables obras sociales  caritativas y   culturales  de las cofradías; porque ellas no se limitan a las procesiones.   Y porque como pasó en siglos pasados,” la sangre de los mártires es semilla de cristianos”, la sangre del martirio del pueblo, por estas persecuciones, será semilla de nuevas y más procesiones. Ya los jóvenes, ellos y ellas, con el pueblo que conserva la tradición, son los testigos, ( eso significa mártir), herederos de la Semana Santa