(Francisco Javier Zambrana Durán – Alhaurín de la Torre)

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  • ¿No existe información alguna sobre los Jones?
  • Absolutamente ninguna. El último heredero de la familia sigue viviendo en Inglaterra, pero hasta ahí puedo llegar. Sus padres fallecieron hace años, y enviaron cartas de invitación al funeral a todos los contactos que tenían. Mi padre se enteró por ello.

El día había avanzado lo suficiente como para ir preocupándose de comer un poco. David se sentó en el borde de la silla, y pensativo, como casi siempre, cogió un poco de fruta que había preparado el mayordomo. A estas alturas de la película, le parecía una broma que no supiera aún por qué estaba en aquella casa. No se hacía una idea de lo que podría estar aportándole este misterio a su vida. Generalmente, solía dedicarse a las cosas que eran necesarias al cien por cien, y esta no parecía entrar dentro de ese límite. Su cabeza siguió dando vueltas mientras pensaba en el sabor de aquellas piezas de manzana, fresa, pera y plátano que parecían haber salido de un lugar mágico, de un paraíso. Sería del hambre que había pasado.

Todavía esperaba a que Frías llegase. Seguro que él le aportaría una nueva visión al caso, justo lo necesario para refrescar un poco el cerebro y hacer de este episodio uno más que podría ser resuelto. El dúo iba a ser perfecto. Alberto conseguiría dar un poco de luz a esta desesperación que recorría el cuerpo de Lucas, un inglés inexperto que no estaba familiarizado con el entorno pese a la cantidad de años que llevaba viviendo en Málaga.

Para hacerle ver que podía comer con total tranquilidad, la chica siguió sus pasos. Parecía estar sumida en un largo período de desasosiego del que le costaría salir. Tal vez era esta la cara que deseaba mostrar al resto, una de tristeza y de valentía para hacerles ver que no era tan peligrosa, que tenía intenciones buenas, pero eso nadie podía saberlo. Según las palabras que había comentado hasta ese preciso instante, no parecía ser nadie fuera de lo común, incluso podía decirse que era sincera. Todo ello lo sabía identificar perfectamente David, acostumbrado a tratar con personas tan complicadas como los estudiantes de universidad.

Claro, el único problema era que todavía no habían salido de aquellos primeros lugares por los que el mayordomo les había guiado. Habían estado en la sala principal, donde se aglutinaban las obras de arte más importantes del mundo; en el cuarto de estar, en el pasillo central, pero no había explorado mucho más. ¿Qué podía existir arriba? Las camas estarían situadas en este lugar de la mansión, donde quizá habría una buhardilla misteriosa. Seguro que tendría unas vistas impresionantes a la parte trasera de la casa, unas que solo se podrían ver desde allí arriba. ¿Y abajo?

  • Disculpe, ¿tiene esta casa metros de sótano?

La chica se colocó erguida, pareció hacer como si se atragantase con la fruta y miró petrificada al frente. Al parecer, había dado en la tecla.

  • Eh… Sí, teóricamente. No podría explicarle cómo funciona todo esto, es algo que se escapa de mi conocimiento. Solo puedo decirle que sí, y que no es recomendable adentrarse. Mi padre, junto con las cartas, dejó una llave, pero no he querido probarla en lugar alguno hasta que las personas de confianza hicieran lo pertinente con ellas.

El timbre de la casa tronó a lo largo de toda ella. Un pitido agudo se introdujo en los oídos de todos los presentes menos del mayordomo, que anduvo apresurado hacia la puerta de entrada, con un rostro impasible ante la situación. Al escuchar la voz de aquel que accedió al domicilio, Lucas supo de quién se trataba. Todo iba a mejorar desde ese momento.

  • Vayamos al sótano, David. Tenemos que saber qué ocurre allí abajo.
  • Alberto, esa llave puede que nos conduzca a una sala simple o bien a un lugar que no conocemos. No podemos arriesgar de tal forma, no podemos confiar nuestra vida a la confianza de esta chica.

Alberto y David se encontraban de camino al subsuelo y susurraban entre ambos. El mayordomo había acudido con la chica a su cuarto, ya que era el protocolo que se había activado desde que el padre había fallecido. Nadie confiaba en que estuviera a salvo en cualquier rincón de la casa.

  • De acuerdo. Esperemos a que ella vuelva y probemos esta maldita llave. Por cierto, te veo bastante bien, creo que eso de hacer ejercicio te ayuda mucho a estar en línea. Los ingleses sí que sabéis de la vida.
  • Suelo correr varias veces en semana y me va bastante bien. Pero eso no viene al caso, hay que concentrarse en lo que tenemos entre manos, que no es poco. No sé por qué nos habremos metido los dos aquí cuando podríamos estar escribiendo un libro.
  • Precisamente para eso, querido Lucas, para escribir un libro.

Ella bajó sin prisa, hablando con Nick, el mayordomo del que se descubrió el nombre por los comentarios de esta. Cuando llegó a la entrada, se dirigió a ambos hombres y les pidió la llave. La introdujo en la cerradura y la giró hasta en cuatro ocasiones. La puerta parecía estar colocada a prueba de robos, como si ese punto de la construcción contuviera un secreto en su interior. Los dos hombres se adentraron, sin saber qué había detrás, a quiénes se habían dejado a varios metros.

            Varias luces corrían por aquel pasillo que se comunicaba con alguna otra sala. Era algo místico, diferente al resto. Como profesores de Historia y Arte, conocían muchas de las construcciones relacionadas con símbolos religiosos o paganos, pero estos eran distintos. Estaban tallados en la pared y eran variados, cambiaban conforme iban recorriendo la habitación con la mirada. Cuando pusieron la vista en el suelo, dos cruces se unían, y un círculo las revestía.

            Los dos se observaron estupefactos, siendo conscientes de lo que estaba ocurriendo. Un tremendo estruendo tronó como si un sonido seco, robusto y pesado cayera sobre sus oídos. Todo se hizo oscuro a sus espaldas. Habían sido encerrados.


Una obra de Francisco Javier Zambrana Durán. Pueden seguirme en mis redes sociales (@neyfranzambrana/Francisco Zambrana) o en mi blog de relatos.