Fotografias: Fabio Tumbarello Gallego

(Francisco Javier Zambrana Durán – El Portón) El silencio de una mirada perdida en el vacío. La oscuridad en el interior del saxo. El bajo de un piano. La música se desliza como una brisa ligera propia de un verano que empieza a serlo. No se huele, porque la mascarilla lo impide, pero se siente, porque, hasta hoy, escuchar no es pecado. Al contrario, es un regalo cuando el sonido viene de manos prodigiosas y voces afiladas.

Uno de esos que copan, como diría Shakespeare, los sueños de las noches de verano. Que los hace eternos. Que los mantiene en ese estado de inconsciencia del que solo se sale cuando suena el último golpe de la batería. Y que, ante todo, genera un recuerdo imborrable, perdurable, permanente, eterno.

El recuerdo de algo que está en nuestra alma.

Los pies descalzos de Lizana hablan por sí solos. La camisa naranja que viste su largo cabello ondea al viento alhaurino. El saxo reposa hacia la izquierda en su brazo, y, con ligeros toques hacia su final, Antonio marca el ritmo de un concierto que dura una escasa hora. Lo suficiente. Solos rápidos, brillantes, emocionantes de ‘Chano’ Domínguez, que finalizan todos con un ligero salto hacia la derecha del veterano pianista, atraen los aplausos, los vítores y la reverencia del público. Se gustan. Se sienten. Están contentos, como dice ‘Chano’ por “disfrutar en el escenario”.

Sebastián Domínguez, a sus 61, sigue teniendo la misma pasión que un adolescente, y las mismas manos de un prodigio. El pianista, galardonado en 2020 con el Premio Nacional de las Músicas Actuales, luce en el estreno de lujo del Portón del Jazz 2021. Su precisión y calidad emocionan al respetable, y su veteranía le hace mantener la compostura y el saber estar que caracteriza a alguien con más de 40 años de carrera musical.

Después de tanto tiempo sin vivir esa experiencia, lo viven como niños en su primer baile de graduación. Rompen los ritmos, se lanzan de un lado a otro por la melodía. Ese estándar americano que se toca en la noche se convierte en un puro homenaje a lo andaluz, y, por qué no, a lo gaditano. Al corazón. Allí donde Lizana lleva su mano para medir los primeros compases de los temas que comienzan.

«Me dediqué a la música por él”. Las luces bajas, solo iluminando un escenario que, pese a ser tenue, brilla con la excelencia del cuarteto de saxo, piano, contrabajo y batería. Antonio se sincera ante su maestro, del que confiesa haber “escuchado todo”. Baja la cabeza una y otra vez, y se encuentra con el blanquecino suelo de un escenario cada vez más reducido, cada vez más íntimo, donde solo caben los cuatro que crean arte sobre él.

La velocidad se confunde con la habilidad, y la habilidad con el conocimiento. Se funde todo en una mezcla endiablada de música que ‘Chano’ muestra como si de un simple ejercicio se tratara. El contrabajo le acompaña en ese alarde conocimiento, y la batería en el de desparpajo y creatividad. Pero es la voz de Antonio la que hace vibrar las gradas casi completas del Portón con varios versos de su propia versión de Resolution del gran Coltrane.

«Eterna es la fuente de mi ser, como eterna es la fuente de nuestro amor también”, dice al cielo. La voz se mantiene en el aire. Son décimas de segundo, pero podrían durar horas y ser sentidas con la misma devoción.

Apenas hay silencios. Y los que hay, solo sirven para reflexionar sobre el sonido ya escuchado.

Por eso se disfrutan, por eso son parte de la función. Crean, con pasos leves, el camino de entrada hacia una nueva historia. Ese camino que año tras año Alhaurín abre hacia el jazz, y que, en 2021, no se interrumpirá. Porque el Portón ya está abierto para ello.

Y no parece que quiera dejarse nada este año atrás.